La prueba

16: Las reglas

...

—Feliz, feliz cumpleaños —cantaron al son.

No me gustaba que me cantaran, pero Chad incluso había preparado una fiesta sorpresa con comida de la cena.

Yami me abrazaba por los hombros y me meneaba de lado a lado.

Pero un timbre sonó demasiado fuerte, interrumpiendo todo.

Me cubrí los oídos cuando el sonido chirrió.

—Nos complace anunciar la última prueba —la voz de la presidenta nos puso en alerta a todos.

Me comenzaron a sudar las manos. Compartí miradas con Chad que ya me estaba mirando desde antes; y la noticia había borrado la sonrisa que tenía plantada.

—Qué manera de arruinar un cumpleaños —susurró Rick, resoplando.

Yami le dio un condado.

Me mordí el labio por dentro, sintiendo la mano de Chad entrelazarse con la mía.

—¡Es mejor que esta noche no duerman ni un poco! —gritó la presidenta con euforia en su tono de voz—, ¡Ni siquiera podrán hacerlo!

Los murmullos crecen y se intensifican, casi no escuchó hablar a la presidenta.

—¡Esta misma noche todos serán llevados al escenario de la última prueba! —sus gritos provocan jaqueca en mi cabeza, y quiero que todos se silencien—, ¡solo una semana! —grita, estoy segura que desgarró su garganta—, ¡Para la prueba final!

Y de pronto todo deja de hacer ruido a mi alrededor.

Un sinfín de preguntas abordan en todos alrededor, por qué una semana antes, y qué tanto nos deben preparar para dar esa última prueba.

Esta tan claro que mi cumpleaños fue arruinado, y lo último que quiero ahora es celebrarlo, así que me voy a la cama, mientras Rick y Yami discuten por la última prueba.

Chad se acercó a mí, abrazándome mientras hace un sonido tranquilizador en mi oreja. Y a pesar de que los reproches de ambos compañeros son chirriantes, intento concentrarme en el sonido de los labios de Chad.

...

Tal como lo habían dicho, nos sacaron a media noche de nuestras casas, dejándonos dormir solamente un par de horas.

Una hilera grande, de guardias, nos guían, esta vez no nos permiten llevarnos nada.

Todos están mal descansados, llenos de miedos, y de preguntas.

Pudimos ver a la presidenta llegar con un vestido justo hasta los tobillos, ni siquiera pudiendo caminar con facilidad, y sus tacones de casi medio metro lo empeoran.

Pero parecía eufórica, con muchas ganas de hacernos pedazos.

Entrelacé con fuerza mis dedos con los de Chad, mirándolo cada que podía.

Como siempre, se aclaró la garganta frente al micrófono, haciendo que todo mundo se tapase los oídos. Y miré en torno, esta vez no hay padres alrededor.

Solo nosotros, los guardias y la ridícula presidenta.

Una voz independiente de quien sabe dónde emana en tono grueso lo siguiente:

—Las reglas son:

—De los cien que ahora se encuentran en esta sala, solo diez saldrá de la prueba —la quejas crecieron, pero los guardias las hacen callar cuando sacan su pistola de electricidad—. Solo duraran diez días —sonríe, animada, mirándonos con sus ojos brillantes, ni siquiera sabía si esas pestañas la dejaban vez—. Y las más importante, pueden matarse como sea.

Lo último deja angustia flotando, casi tocable en el aire.

Mi corazón late de prisa, y ahora sé que las sospechas eran ciertas. Nos mataríamos entre sí.

—¡Serán repartidos en un dormitorio con su compañero! —explicó—, ¡Aprovechen su última semana!

Y se aleja dando pequeños pasos, mientras escuchó su risa a metros del lugar.

"¿Cómo nos mataremos?"

"¿Por rondas?"

"¿Tendré que enfrentarme con Chad?"

El dolor de cabeza no me dejaba respirar, me sostuve con más fuerza de la mano de Chad.

Literalmente nos empujaron dentro de una habitación, como la que tuvimos antes de las chozas en la ciudad falsa.

Y cuando recuperamos el sentido, nos miramos.

—¿Cómo mataremos a todos esos chicos? —preguntó Chad, muy angustiado.

Pero yo ni siquiera estaba dispuesta a matar a nadie.

—Es mejor dormir, no sabemos que nos deparé mañana —fue lo único que pudo salir de mis labios.

Sentía que no había entrenado lo suficiente para este momento; que, en la primera ronda o momento, moriría.

Ciudad fuera seguía despierta, parecía que se tomaban como una celebración lo que iba a ocurrir mañana. Y no tendríamos oportunidad de ver a nuestros padres a menos que nos proclamemos campeones absolutos.

Éramos cien, noventa debía morir, solo diez pasarían la prueba.

¿Los vería morir?

¿A cuántos mataría Chad?

¿Él era capaz de hacerlo?

Las preguntas no me dejaban dormir, seguía oyendo todo afuera y mi corazón quería salir de mi pecho. Me di la vuelta en la cama, mirando a Chad dormir como si nada nos deparase mañana.

Admiraba su forma de sobrellevar las cosas.

...

Nos dieron ropa diferente, ropa elegante.

Un traje blanco para Chad y un vestido del mismo color para mí. Ajustado hasta los tobillos, de tirantes. Una corona de flores en mi cabello, y una más grande para Chad.

—Así se visten las personas de la ciudad cuando hay luto —comentó Chad, en cuanto los estilistas se dieron la vuelta.

Me mordí el labio por dentro, y tragué el nudo en la garganta.

Me pusieron unas pestañas blancas, largas, apenas veía bien lo que estaba frente a mí.

Los estilistas se fueron como siempre, sin decir nada sobre lo que ocurriría, solo sobre las quejas de nuestras uñas, vellos y cabellos ásperos.

El silencio reinó en la habitación; Chad se quitó la corona de flores dando un gran suspiro.

Me quedé estática en mi misma posición; estaba pensando en lo mismo que no me dejó pegar el ojo ni una hora.

—No entiendo por qué tanto show —pronunció Chad, sentándose en la cama, mirándome.




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