La prueba

24: Aves

...

Chad

Día 7.                                                                                                             

Nos detuvimos a dormir un poco, un par de hora solamente, y no sabíamos que nos esperaba más adelante. Comenzábamos a creer que los temblores eran para hacer más pequeño el terreno, y sea, más fácil encontrarnos.

Todavía no me incorporaba bien cuando un pajarraco se colocó justo frente a mí, mirándome como si supiera algo de mí. Moví la mano, ahuyentándolo; este voló, pero pronto llegaron dos más.

De inmediato moví a Mery, un par de zangoloteadas fuertes cuando vi llegar a más aves negras, todas mirándonos.

    —¿Qué es eso? —preguntó, parándose de golpe, asustando un par—, ¡chicos! —Los llamó; todos se asustaron cuando vieron las aves, que se pavoneaban de lado a lado.

Nos movimos con lentitud, dando pasos ciegos detrás, alejándonos de a poco para pasar desapercibidos. Incluso aguanté la respiración.

Hubo un ruido, diminuto. Y uno me atacó, traté de guardar la cordura, pero no pude, moví las manos, cuando sentí los picotazos.

Y de pronto comenzamos a correr.

Una parvada de aves nos siguió, sin descanso, picoteando cada bulto de carne que tenían de frente, lastimado y arrancando. Los gritos y quejas de mis compañeros me ataron los oídos.

"¿Qué podíamos hacer?"

Ahuyentarlas con las manos por encima de nosotros, tratar de huir era inútil. Y pronto vi todos dejarse caer al suelo, cubriendo su cuerpo, tomando una pose protectora y los imité, haciendo lo mismo.

Las aves picoteaban el traje y las manos expuestas a ellas.

    —Se cansarán —dije en voz alta, y aunque creí que era pronto, ellas nos dejaron solo muchos minutos después, cuando el cuerpo ya no reaccionaba y todo en mí estaba dormido.

Sentí su aleteó lejos, me tiré y vi el cielo. La sangre en mis manos era mucha, y el ardor también.

     —Esto era por lo cual pedían no tener el cabello largo —mencionó Yami, levantándose para ayudar a su compañero.

     —Solo fue una distracción, debemos movernos —aseguró Devon.

Sabían que, a estas alturas del partido, todos estábamos cansándonos. Ya nadie tendría misericordia. No se me metía a la cabeza el hecho de pensar solo en ello.

Mery me tendió la mano para poder examinar mis heridas, moviendo un poco la sangre con su pulgar.

   —No son muy profundas, no han arrancado carne —mencionó, dándome una media sonrisa.

Nos adentramos después de un rato, recuperando el aliento. Y con mucho cuidado para no ser sorprendidos por algunos secundarios.

MERY

Soporté el ardor de las heridas, supongo que era lo menos que podíamos aguantar. Había miedo y de eso no tenía ni un poco de duda. Estábamos llegando al final de la prueba y sentía el ambiente muy pesado.

Miré a todos lados cada que la oportunidad me lo limitaba. Y cuando todos se detuvieron para descansar, me sentí con los cabellos de punta.

    —Debemos dormir —aclaró Ane, tirándose sobre la tierra húmeda.

Nos detuvimos tras ella, Chad me miró y asintió pasando frente a todos.

    —Yo haré la guardia esta noche —aclaró, dejando al grupo tranquilo.

Analicé a todos, mirándose para acomodarse y dormir; Devon se le veía mejor y pronto se quedó dormido en el regazo de su compañera.

    —Mañana será el día ocho —comentó Rick, rascando su ceja—, dudo que nos dejen mucho tiempo de descanso.

     —El que sea necesario —alargó Chad, meneando las manos—, solo duerman.

Yami me miró, y yo asentí; Chad siempre quería proteger a todo el mundo, y yo no le quitaría el mérito. Me fui hacia él, mirándolo mientras se recargaba en un árbol cercano, mirando el cielo falso, respirando profundo cada que la brisa nos soplaba.

    —Imagino respirar el aire real todos los días de mi vida —murmuró mirándome de reojo—, aunque no sea con la felicidad que imaginé.

Algo me decía que Chad estaba metido en algo duro, un trato quizá, y ahora no me quedaba ni la menor duda de ello. Le tomé la mano con delicadeza, apretándola y sonriendo cuando se fijó en mí.

    —La elección no es mía —aclaró, con la voz ronca—; morir es lo único en mi cabeza.

     —No morirás, Chad, te aseguro que saldrás y viviremos como siempre quisimos —Lo alenté, recargándome en su hombro.

Chad me echó una mirada de reproche, pero no dijo nada. Volteó de nuevo a ver el firmamento.

      —No hablaba de mí, Mery —repuso después de varios minutos—, sino de ti.

      —Deberías dejar de pensar en protegerme —Se lo dejé claro—, no soy la niña que lloriqueaba todos los días que te daban una paliza. Soy capaz de cuidarme sola.

     —No te protejo por pensar que seas inútil, —aclaró, meneando la cabeza y con el ceño fruncido—, lo hago porque te amo y no quiero perderte.

No pude responder nada, y solo sonreí por el hecho de la forma en que sus ojos se iluminaron cuando las palabras emanaron de sus labios.

...

Nos sentamos bajo ese árbol, esperando a que el sol saliera del ocaso, para continuar nuestro camino. Al final lo que dijo Chad no me dejó dormir, observé su rostro perder la vista cuando el cansancio lo venció. Me quedé vigilando, mirando a todos lados mientras los gruñidos de los demás hacían eco en el lugar.

Me molestaba un poco el trato que había hecho Chad a mi espalda, porque él me había incluido sin mi consentimiento. No necesitaba un trato para estar a salvo, era totalmente capaz de lograrlo.

A veces su forma de protegerme me alteraba, me ponía mal. No tenía idea si me veía indefensa, o solamente temía tanto.

Un sonido chirriante nos tomó como sorpresa, el susto que causo hizo que todos se levantasen de un solo golpe.

    —¿Qué es eso? —inquirió Chad, mirando a los lados.

El sonido como una corneta, retumbó por todo el sitio. Y las aves pasaron por encima de los árboles.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.