Tic, tic, tic.
Un suave e insistente golpeteo despertó a Alice.
Sabiéndose sola en la casa, la preocupación le impidió volver a dormir.
Parte de ella quería cerrar los ojos y fingir que los sonidos no estaban allí, pero su propio interior la traicionó. Una secuencia de posibles causas no dejaba de repetirse en su cabeza. Aún así, nada que se le ocurriera a su mente semidormida coincidía con esos sonidos.
Tic, tic, tic.
Los minutos pasaban y los rítmicos golpes continuaban.
Resignada a que no se detendrían por sí solos, suspiró y abandonó la cama. Se colocó sus pantuflas de conejitos en los pies y finalmente salió del dormitorio.
Tic, tic, tic.
Buscando el origen de los sonidos, lentamente se fue moviendo por la casa. En poco tiempo se encontraba entrando en la cocina, donde el golpeteo era más fuerte.
Con el nerviosismo a flor de piel, tomó una escoba como arma improvisada y sosteniéndola contra su pecho, bajó al sótano. A mitad de camino, un pasaje secreto se abrió junto a ella y al final del mismo, se encontraba una solitaria puerta.
Tic, tic, tic.
El golpeteo parecía provenir desde el interior.
Antes de que pudiera tocar la puerta, ésta se abrió por sí misma. Un cegador resplandor surgió desde el interior, inundando todo a su alrededor.
Tan rápida y misteriosamente como había llegado, el destello se desvaneció. Al hacerlo, ya no había nadie allí, sólo una pantufla de conejito frente a una puerta cerrada.