La puerta del Destino (los Hijos de los Dioses #3)

7. ¿Quién eres?

El silencio que se adueñó de la sala parecía digno de un funeral. La calma que precede a la tormenta. Durante unos segundos, los padres sostuvieron la mirada a sus hijos y viceversa, mientras que los Consejeros de la Escuela presentes observaban la escena con angustia evidente. Nadie sabía en qué podía desembocar aquello. Pero la voz de Irene al alzarse suave, pero a la vez afilada como un cuchillo, rompió aquella falta tranquilidad con la agudeza de un cristal roto:

-Entonces, el accidente de las cuadras...

Cora alzó la vista hacia ella con la culpabilidad pintada en el rostro.

-Sí -repuso en voz baja pero resuelta, sosteniéndole la mirada a su única hija-. Fuiste tú -entonces, la mujer bajó la vista hacia su regazo y abrió las manos. Irene contuvo un jadeo cuando el pentáculo dorado refulgió entre los dedos de su madre; Cora le devolvió una mirada infinitamente triste-. No quería que tuvieses que pasar por lo que yo pasé hasta que estuvieses preparada. No quería que sufrieras -su voz se entrecortó y solo el brazo tierno de Marco alrededor de su cintura consiguió darle la entereza para terminar-. Solo quise protegerte.

Irene estaba como en estado de shock, sin moverse, pero fue Víctor el que tomó la palabra.

-Pero, entonces... ¿nosotros tenemos vuestros poderes? Quiero decir... ¿Somos...?

-¿Mitad y mitad? -sonrió Sandra con cariño. Estaba feliz de que su hijo lo entendiese tan rápido, pero su rostro se ensombreció de inmediato al mirar a su hija mayor, al tiempo que procuraba contener el llanto a duras penas. Aquel recuerdo aún le dolía lo indecible, pero era lo que había-. Bueno, no exactamente.

Ruth se tensó como la cuerda de un violín bien afinado ante aquella frase. ¿Qué quería decir con ese «no exactamente»? Pero al alzar la vista hacia su hermano, lo entendió de golpe. Pero... ¿cómo era posible? Con la boca seca, volvió a mirar a sus padres, que se mantenían en tensión, esperando su reacción. Pero, ¿cómo reaccionar ante...?

-Yo no, ¿verdad? -preguntó con voz ronca-. Yo no soy así.

Ray se retorció las manos con nerviosismo.

-No, cariño -le confirmó.

-¿Por qué?

-Es largo de explicar...

-Tenemos tiempo -aseguró Víctor, desafiante. Y ante las miradas reprobatorias que recibió, aclaró sin amedrentarse-. Que hoy sea Yule y el cumpleaños de Irene puede esperar, creo yo.

La aludida se incorporó como un resorte. ¿Perdón? Ella no se iba a perder su fiesta por nada del mundo, aunque fuese solo familiar. Que supiera, casi todos sus compañeros habían vuelto ya a sus casas para celebrar las fiestas y sus padres siempre insistían en que aquellas celebraciones fuesen privadas. Pero ahora creía entender, dolorosamente, el porqué.

Sin embargo y para su decepción, todos parecían estar de acuerdo con su «ya-no-primo»; así que, ante la mirada severa de su madre, optó por morderse la lengua. Víctor, por su parte, trató de obviar el hecho de que había ofendido a la chica por la que tenía perdida la cabeza. Ahora que sabía que no eran primos, sus esperanzas habían renacido ligeramente, pero primero tenía que estar seguro de lo que estaba sucediendo. Y su padre parecía opinar lo mismo porque, tras un asentimiento que hablaba por los cuatro, les relató lo sucedido diecisiete y quince años antes, respectivamente.

Los tres adolescentes los escuchaban sin moverse, cautivados por la voz de la Tierra. Cuando terminó, todos, incluyendo los Hijos de los Dioses presentes, tuvieron que acordarse de volver a respirar. Claramente, Ray tenía ese curioso don de los Hijos de Venus para la narración y la negociación. Pero la voz de Ruth en dirección al sofá de los Consejeros fue lo que les sacó de su ensimismamiento.

-¿Tú lo sabías?

La pregunta iba dirigida a Layla Morales, sin protocolo ninguno pero clara y directa como un dardo lanzado hacia su corazón. La cual, tras un segundo de vacilación, asintió con pesar.

-Todos nosotros.

Ruth frunció los labios.

-Pero, no lo entiendo -objetó, extrañada-. Si no tengo los poderes de mi madre... ¿Cómo pude realizar el conjuro de Urano de esta tarde?

Layla se volvió hacia Sandra, cediéndole la oportunidad de responder. Cosa que la portadora del Aire hizo con toda la calma que fue capaz.

-Siempre has tenido algo de mí, Ruth -explicó, sin poder evitar que un deje de emoción se filtrase en sus palabras-. Y de tu padre. De tu Casa, ahora mismo, eres la bruja más poderosa que conozco.

La muchacha estaba tan sorprendida que ni siquiera se ruborizó por el halago. ¿Ella, la Hija del Aire y la Tierra, descarriada...? Sin quererlo, notó cómo sus hormonas adolescentes se rebelaban en su interior y, antes de que pudiera pensar en ello siquiera, soltó:

-Así que el destino se puso en mi contra para que estos dos se acostaran y parieran al Elegido, ¿me equivoco?

-¡Ruth! -le gritó su padre, escandalizado- ¿¡Cómo se te ocurre hablar así!?

-¿¡Qué!? -saltó Irene, apoyando a la otra muchacha-. ¿Acaso no es cierto?



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En el texto hay: adolescentes, cuatro elementos, magia

Editado: 24.05.2018

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