CHRISTIAN WILSON
Desearía no haber abierto esa mísera puerta sin antes haber mirado por la mirilla. Este día estaba yendo bien, hasta que llegó Nathan a la puerta de mi casa.
La puerta de la habitación de Carolina se fue abriendo lentamente. Su cara de completo desconcierto al ver a Nathan sentado al lado mío y a otros 6 hombres alrededor nuestro era completamente entendible. Nathan a mi lado tenía un arma en la mano, que en el momento en el que apareció Carolina por la puerta, apuntó en dirección a ella.
Me levanté y me interpuse entre el arma y mi hermana. Por nada del mundo volvería a dejar que este imbécil le hiciera daño a mi hermana de nuevo. No otra vez.
Nathan no se inmutó y dejó el arma apuntando hacía la misma dirección, que en este momento era mi estómago.
-¿Por qué no me sorprende tu reacción Christian? -preguntó riendo Nathan.
-Porque siempre he sido y seré así. Protegeré a mi familia incluso entregando mi propia vida por tal de que ellos no salgan heridos. -afirmé intentando contener mis lágrimas para que él no vea lo mucho que me duele decir esto.
-Christian, ya soy mayorcita y me puedo defender sola. -susurró Carolina.
-No en este caso hermana y no vamos a discutirlo. -respondí yo.
Carolina avanzó unos pasos hasta quedar lo suficientemente cerca de mí como para tocarme, pero lo suficientemente lejos como para que yo no me enfade ante su proximidad al arma que tengo pegado a mi estómago.
-¿En serio crees que con ponerte delante del arma la vas a poder proteger? ¿Acaso no ves a los 6 hombres que tienes delante tuyo, Christian?
-No soy ciego Nathan, pero es lo mínimo que puedo hacer por ella. Ya ha sufrido demasiado con venir a este apartamento.
-¿Y por qué no le dices que se marche? Si tanto te duele verla sufrir a tu lado, deja que se vaya a otro lugar para vivir con más paz.
No respondí. No sabía qué responder. En este caso él tenía razón, debería dejarla ir y que se fuera a vivir con una amiga u otra persona de confianza. Por tal de mantenerla segura y fuera del peligro que presenta vivir conmigo y cerca del psicópata de Nathan.
-No es que no me deje irme Nathan, soy yo la que no se quiere ir y prefiere estar viviendo en esta casa junto a su hermano. -contraarrestó Carolina.
Al parecer todas las tardes de fastidio que lleva discutiendo conmigo han servido de algo. Ahora se sabía defender mucho mejor a base de palabras a comparación de antes.
-¿Qué era lo que tanto me querías preguntar Nathan? Porque veo que con tanto drama se te olvida el por qué estás aquí.
-Pero mira que tenemos por aquí… Si es la preciosura de la casa.
-Nathan ni se te ocurra tocarle un pelo a mi hermana. -amenacé.
-¿Y si le toco, qué vas a hacerme esta vez Christian? Me volverás a atar con mi propia cuerda a mi propia silla y me clavarás otro cuchillo en el lateral de mi cuello? Haré lo que me dé la gana con tu hermana Chris y si intentas hacer algo que no deberías, te las verás con los hombres que nos acompañan.
Volví a callarme, hoy tenía demasiada razón. Lo único que conseguia respondiendole era retrasar un poco lo que iba a hacer con Carolina quiera yo o no.
-¿Qué? ¿Ya no sabes qué responder a eso Chris? ¿Ya te diste cuenta de que no puedes vencerme ni con las palabras?
-Nathan, no me respondiste. -interrumpió Carolina.
-¿Piensas que te voy a interrogar en tu propia casa, con tu hermano observando? Es una buena idea, pero no. -hizo una breve pausa-. Preferiría interrogarte a mi manera y en mi casa.
-¿Con la misma tortura que la vez pasada? No me sorprendería mucho si te soy sincera.
-Tengo otros métodos de interrogatorio aparte de la tortura -dejó de mirar a Carolina y me empezó a mirar fijamente a mí-. Llevároslo a la sala 17 y empezar con las preguntas.
Dos de los hombres se acercaron a mí. A cada paso que daban yo retrocedía, hasta quedar contra la pared. Me acorralaron, me inmovilizaron y un tercer hombre se acercó peligrosamente a mi con un pañuelo. Lo único que recuerdo era cómo el hombre me colocaba el pañuelo sobre la boca y la nariz, en cuestión de unos segundos quedé inconsciente.
Al cabo de un rato, me desperté en una sala oscura, alumbrada por una pequeña bombilla que colgaba del techo. Me intenté levantar para investigar un poco la sala, pero estaba atado a la silla. Los minutos se me pasaban como horas y las horas como una eternidad. De repente una voz retumbó la sala.
-Vaya, vaya, veo que ya despertaste. ¿Qué tal la siesta? -dijo una voz que no reconocía. No parecia la voz de Nathan, ni de alguna otra persona que yo conociera.
Empecé a visualizar la sala, ya que mis ojos ya se habían adaptado a la poca luz que hay. Vi unos altavoces en las esquinas superiores de la sala, una especie de cristal negro y una mesa no muy lejos de donde me encontraba yo.
Me sentía muy cansado y agotado. Mi mente no pensaba en nada, sólo estaba algo preocupado por cómo estaría Carolina y cuál sería el método del que tanto hablaba Nathan para interrogarla. Pero no podía entender por qué la quería interrogar, ella no había hecho nada. Y desde que se vino a mi casa a vivir conmigo, no han parado de sucederle tragedias, una tras otra. ¿Debería considerar contactar a alguna amiga suya para que se vaya a vivir con ella? No podía dejar de darle vueltas a esa pregunta. No sé cuánto tiempo pasó desde que desperté, pero del cansancio que sentía me volví a dormir.