Eryan no debería estar en ese mundo.
Ni en ese parque.
Ni respirando el mismo aire que los humanos que tanto despreciaba.
Pero la magia era inestable cuando el alma se rompía, y la de él llevaba meses quebrándose en silencio.
Había huido del reino arcano esa misma mañana, dejando atrás el palacio, los juramentos… y a Lehia, cuya sombra esperaría su regreso con paciencia homicida.
No sabía qué buscaba.
Solo sabía que necesitaba alejarse antes de cometer una locura.
El sendero del parque lo recibió con una calma que lo exasperó. Las hojas crujían bajo sus botas, los árboles murmuraban con el viento, y el sol filtrado entre las ramas parecía burlarse de él.
Todo estaba vivo.
Y él no sentía nada.
Hasta que el aire vibró.
Un estornudo, suave pero nítido, rompió la quietud como un pequeño hechizo accidental. Eryan levantó la vista… y lo vio.
Un joven estaba agachado entre las flores, ajustando la lente de una cámara con las manos manchadas de polen. La luz del atardecer caía sobre él como si lo hubiera elegido a propósito. Cada movimiento del muchacho tenía un ritmo natural, despreocupado, ajeno al dolor, ajeno al mundo arcano… ajeno a él.
Pero algo—una chispa, un tirón casi físico—golpeó el pecho de Eryan con una fuerza absurda.
No.
No era posible.
Intentó apartarse.
Falló.
Porque Soren levantó la cabeza en ese instante, y sus miradas se cruzaron. Fue un segundo. Nada más. Pero en ese segundo, algo que Eryan había jurado que nunca volvería a sentir, se encendió sin permiso.
Una corriente cálida.
Un pulso de vida.
Un latido que no le pertenecía.
La magia respondió antes que él.
Un destello imperceptible recorrió la hierba bajo sus pies, apenas visible incluso para un brujo entrenado. Soren parpadeó, confundido, como si hubiera visto algo que no sabía explicar.
Eryan contuvo el aliento.
Si el humano lo notaba… si veía demasiado… si Lehia percibía esta anomalía…
Era peligroso.
Para ambos.
Soren sonrió, una sonrisa pequeña, tímida, sin razón aparente. Una sonrisa que derritió un rincón del corazón de Eryan que él creía muerto.
Y ese fue el problema.
La magia siempre respondía al corazón.
La suya acababa de despertar, y eso era exactamente lo que no podía permitirse.
Tenía que marcharse.
Ya.
Antes de que esa chispa se convirtiera en incendio. Antes de que el destino arcano decidiera intervenir. Antes de que Soren se viera envuelto en un conflicto que podía destruirlo.
Pero cuando Eryan dio un paso atrás, una verdad lo golpeó con brutal claridad:
Demasiado tarde. Ya había empezado.