Durante semanas, el parque había sido su punto de encuentro.
Para Soren, un refugio.
Para Eryan, un territorio inestable donde intentaba contener un poder que no siempre obedecía.
Pero esa tarde algo falló.
Soren llegó tarde. Demasiado tarde.
Eryan esperaba bajo los árboles, inquieto, con la sensación de que algo invisible le respiraba en la nuca. El viento giraba en espirales, arrastrando hojas que no deberían moverse así. Su control se debilitaba. Cada minuto sin Soren era un golpe directo a sus fracturas internas.
Un destello lo quebró.
Su magia se liberó sin aviso: los árboles vibraron, las raíces se retorcieron debajo de la tierra, el aire chisporroteó con partículas oscuras. Sus ojos brillaron con un tono sobrenatural que no pertenecía a ningún mundo humano.
Y Soren lo vio.
Se quedó paralizado detrás de un tronco, con el corazón desbocado y la garganta seca.
No entendió lo que estaba viendo.
Solo supo que aquello no tenía forma de persona.
El Eryan que conocía… no era eso.
Una esfera de energía negra se formó en la mano del mago, pulsando como un corazón de sombra. Por un instante, Soren sintió que si Eryan se daba vuelta, esa magia sería suficiente para borrarlo del mundo.
Retrocedió.
Tropezó.
Y huyó.
No pensó.
No respiró.
Solo sintió una certeza brutal:
se había enamorado de algo que no sabía si podía amar sin morir en el intento.
Eryan sintió el vacío apenas Soren desapareció. Intentó usar magia para seguir su rastro, pero no pudo. Algo lo bloqueaba. Algo lo asustó más que cualquier amenaza externa:
la posibilidad de que Soren lo hubiera visto… y lo estuviera rechazando.
Los días siguientes fueron un infierno silencioso.
Soren evitó el parque.
Eryan atravesó mundos buscándolo.Soren llevaba cuatro días sin aparecer.
Para un humano, era una ausencia.
Para Eryan, era una herida abierta.
Su magia lo traicionaba: vibraba bajo la piel, se retorcía en su interior, como si cada minuto sin verlo desgarrara algo fundamental. No sabía si era amor todavía… o era miedo. Un miedo viejo. Un miedo que conocía demasiado bien: perder algo antes de tenerlo.
Cuando por fin sintió su presencia —esa vibración humana, cálida, frágil— Eryan lo encontró, soren estaba tomando fotografía a un jardín de flores, parecía que quería olvidar todo de eryan, quería retomar su vida antes de conocerlo, eryan al verlo se acercó lento y con miedo de ser rechazado, cuando soren se dió cuenta de su presencia se sorprendió, y su miraba fue como se mira a un incendio demasiado cercano: con fascinación… y terror.
El humano retrocedió apenas.
—No te acerques —susurró, con la voz quebrada—. Lo que vi… eso no es normal. Eso no es humano.
Eryan se detuvo. Por primera vez en mucho tiempo, dejó que el silencio hablara por él.
No intentó justificar su magia. No mintió. No suavizó nada.
—No lo soy —admitió con una frialdad que apenas ocultaba el temblor interno—. Y deberías tenerme miedo.
Soren tragó saliva, respirando entrecortado.
Eryan dio un paso. Solo uno.
Y su magia —esa bestia invisible— se agitó alrededor suyo como un reflejo involuntario, crispando el aire.
Soren retrocedió dos pasos más.
—¿Me vas a lastimar? —preguntó, sin poder sostenerle la mirada.
Eryan contuvo la magia con un esfuerzo casi doloroso. Las raíces bajo el suelo vibraron… y luego se calmaron.
—Si llego a lastimarte —dijo en voz baja—, no sería por quererlo… sino por no poder controlarme.
Soren lo miró entonces, realmente lo miró.
No la magia.
No el peligro.
A él.
Había lágrimas, sí. Había miedo. Pero también había algo más: la certeza de que todo lo vivido antes no había sido mentira.
—No entiendo qué sos —confesó—. Pero… tampoco puedo dejar de pensar en vos. Y eso me asusta más que tu magia.
Eryan cerró los ojos un instante. Cuando volvió a abrirlos, la oscuridad que siempre cargaba parecía más humana, más rota.
—No vine a pedirte que me entiendas —dijo—. Vine a suplicarte que no huyas de lo que sentís.
Esta vez no lo abrazó. No se acercó.
Dejó que la distancia hablara.
Dejó que Soren eligiera.
Y después de un silencio largo, casi insoportable…
Soren avanzó un paso. Solo uno.
Lo suficiente para que el aire entre ellos se encendiera como un hilo invisible.
—No prometo no tener miedo —susurró—. Pero… no quiero perderte.
Eryan sintió que algo dentro de él finalmente respiraba.
—Entonces quedate —dijo—. Aunque tiemble. Aunque duela.
Y por primera vez, no hubo magia en el aire.
Solo dos corazones que aprendiendo a amar y no huir.