La Puerta Entre Nosotros

CAPÍTULO 08- EL OLVIDO

Eryan no durmió.

La noche fue una prisión silenciosa donde cada recuerdo de Soren regresaba como un golpe seco. Podía cerrar los ojos, pero no podía escapar de la mirada aterrada que había visto en él. Esa imagen lo desgarraba más que cualquier herida de magia.

Había una única conclusión posible.

Cruel. Inevitable.

Tenía que alejarse.

La decisión le pesaba en el pecho como una sentencia. Si quería mantener a Soren a salvo del caos que lo rodeaba, debía desaparecer de su vida. Su corazón, sin embargo, se aferraba a él con la desesperación de quien ya perdió demasiado.

El amanecer lo encontró sentado frente a una pequeña botella.

El hechizo del olvido.

Con una palabra, Soren jamás recordaría que le había devuelto color a los días de Eryan. Olvidaría su magia, sus manos, su voz… a él.

Pero antes de sellar su destino, Eryan tomó una decisión cobarde y humana:

regalarse un último día.

Un día perfecto.

Soren lo recibió con una sonrisa radiante, sin sospechar nada. Caminaron juntos, rieron, fueron al cine y compartieron una cena que a Eryan le supo a despedida. Cada pequeño gesto, cada brillo en los ojos de Soren, lo guardó como un tesoro que nadie podría arrebatarle.

Al caer la noche, lo llevó a una azotea.

—Cerrá los ojos —pidió Eryan, con una tranquilidad que no sentía—. A la cuenta de tres.

—¿Tres? —preguntó Soren, divertido.

—Uno… dos… tres.

Cuando abrió los ojos, el mundo cambió.

Un jardín suspendido respiraba sobre la ciudad. Flores imposibles se mecían con el viento, mariposas de luz flotaban entre las ramas, y miles de luciérnagas iluminaban el aire como estrellas vivas.

Soren quedó sin palabras.

—¿Cómo…? —susurró.

—Nació de lo que siento por vos —respondió Eryan, sin esconder la tristeza en su voz.

Se recostaron entre las flores. El cielo parecía escucharlos.

Eryan llevó la mano al bolsillo. La botella del hechizo pesaba más que cualquier arma. Podía salvarlo… al costo de perderlo para siempre.

La duda lo partió.

La magia tembló en sus dedos.

Las lágrimas empezaron a caer.

Soren lo miró de inmediato.

—Ey… —murmuró mientras lo abrazaba con suavidad—. Estoy acá. Hablame.

Eryan quebró.

—No quiero perderte… —susurró, ahogándose en su propio llanto—. Sin vos no sé quién soy...

Soren le tomó el rostro entre las manos.

—No voy a irme —dijo con esa honestidad que siempre lo desarmaba—. Te amo, Eryan. Me quedo con vos.

Y lo besó.

Un beso que no era promesa ni futuro, sino urgencia.

Desesperación pura.

Vida agarrándose de vida.

Eryan respondió con la misma intensidad. Bajo la luz de las luciérnagas, se amaron con una mezcla de deseo y tristeza que sólo quienes están por perderlo todo conocen.

Cuando el silencio volvió, Soren entrelazó sus dedos con los suyos.

—Prometeme algo —pidió con voz frágil—. Nunca te alejes de mí. No podría soportarlo.

Eryan bajó la mirada.

Sabía que estaba a punto de romper esa promesa antes del amanecer.

Aun así, sonrió.

—Te lo prometo, mi luz.

Soren lo abrazó, confiado.

Y detrás de su espalda, en la otra mano, el hechizo empezó a brillar con un resplandor tenue…

Esperando el alba.

Esperando borrar un amor que sólo sobreviviría en un corazón.



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En el texto hay: fantasia, #amores, #romace

Editado: 17.11.2025

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