La noche había sido un refugio prestado.
Una tregua que ambos fingieron creer eterna.
Bajo las estrellas, Eryan y Soren se amaron con una mezcla peligrosa de ternura y urgencia. El mundo parecía quieto, como si quisiera regalarles un último parpadeo de paz. Pero Eryan no podía engañarse: el amanecer traería preguntas, decisiones… y consecuencias.
Cuando la respiración de Soren se calmó sobre su pecho, Eryan dejó escapar una pregunta que llevaba horas quemándole la lengua.
—Si un día… por cualquier razón… dejás de recordarme, ¿qué harías?
Soren levantó la vista, desconcertado.
—¿Por qué dirías algo así? ¿Pensás usar tu magia para que te olvide?
—No —susurró Eryan.
—Entonces… ¿qué te preocupa?
Eryan no respondió. No podía. La verdad habría destrozado lo que quedaba de esa noche. Soren le tomó el rostro con una serenidad que era casi cruel.
—Si eso pasara, igual te recordaría —dijo—. Hay amores que no se borran.
Eryan lo abrazó sin decir nada.
“Mentira”, pensó. “Todo se borra. Todo lo que toco desaparece.”
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Por la mañana, compartieron un desayuno improvisado.
Soren se movía en la cocina con una torpeza encantadora, mientras Eryan lo observaba como quien mira el final de algo hermoso.
—Dejá que cocine —protestó Soren entre risas cuando lo sintió abrazarlo por detrás.
—Podría comerte a vos de desayuno —murmuró Eryan contra su cuello.
Soren se sonrojó, y esa inocencia le partió algo adentro.
Entonces su amuleto brilló.
No un pulso leve.
No una advertencia suave.
Un llamado. Una alarma.
Eryan sintió un frío antiguo recorrerle la espalda.
—Parece que… no voy a poder quedarme —dijo, y la sonrisa que intentó fingir fue tan falsa que hasta él la sintió romperse—. Tengo algo urgente.
Soren apenas alcanzó a reaccionar cuando él ya había cruzado la puerta.
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Su hogar estaba distinto.
Frío.
En guardia.
Su madre y su maestro lo esperaban.
—¿Dónde estabas? —preguntó ella, sin suavidad.
—Salí un momento.
—No mientas —lo cortó—. Estás demasiado tiempo con ese humanos. ¿Olvidaste lo que ocurrió la última vez?
Eryan cerró los puños.
—Él no es como los demás.
—No importa cómo sea él —respondió ella, firme—. Importa lo que ella hará cuando lo descubra.
Pero lehia ya lo sabía, lo había estado observando desde la distancia, y solo resguardaba el momento en el que eryan se enamorara, así disfrutaría más apagar la luz que había iluminado su vida, y ese momento había llegado.
De repente…
El aire cambió.
Un viento helado atravesó la sala.
Las sombras se cerraron como dedos alrededor suyo.
Eryan lo sintió antes de verla.
—Qué escena tan conmovedora —canturreó una voz suave.
Lehia emergió de la neblina: radiante, peligrosa, obsesiva.
—Mi bello Eryan… —sonrió con una dulzura deformada—. Pensé que habías superado esa ridiculez de enamorarte de humanos. ¿Otra vez el mismo error?
Se acercó demasiado. Él retrocedió.
—Te amo —susurró ella, como si fuera un insulto—. Y me duele que prefieras a alguien tan… irrelevante.
—No vuelvas a pronunciar su nombre —escupió Eryan.
Lehia ladeó la cabeza.
—Estás diferente. Más… vivo. ¿Será por él? —Luego sonrió con crueldad—. No durará. Vos no naciste para amar. Naciste para perder.
Los ojos de Eryan ardieron.
—No te atrevas a tocarlo.
—Oh, lo haré —respondió ella, como si hablara del clima—. Y voy a disfrutarlo. Te lo juré la primera vez: si no sos mío, no serás de nadie.
Y así como había llegado
Así se fue
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Entonces eryan cayó de rodillas frente a su madre.
Él, que jamás se había doblegado ante nadie.
—Ayudame —dijo con la voz rota—. No puedo dejar que lo lastime.
Su madre lo sostuvo del rostro.
Y por primera vez, su mirada no tuvo reproches. Solo miedo.
—Te ayudaré. Pero entendé esto: Lehia no se detendrá. Esta guerra empezó hoy… y Soren es el objetivo.
Eryan cerró los ojos, tragando el temblor que le atravesaba el cuerpo.
“Protegerlo,” pensó.
“Cueste lo que cueste.”
Incluso si lo perdía para siempre.