La Puerta Entre Nosotros

CAPÍTULO 10- ENTRE LA LUZ Y LA SOMBRA

La noche cayó con una calma que no pertenecía a ese mundo.

Desde la torre más alta del castillo, Eryan observaba el horizonte mientras el viento golpeaba las piedras antiguas como un presagio. El amuleto sobre su pecho vibraba con insistencia, emitiendo un brillo inquieto que no dejaba lugar a dudas: Lehia ya estaba en camino.

Su tiempo se había terminado.

A kilómetros de allí, en el mundo humano, Soren caminaba sin rumbo. Habían pasado días desde la última vez que vio a Eryan, y cada amanecer sin respuestas era una herida abierta. No importaba cuánto intentara convencerse de que todo estaba bien; el presentimiento había dejado de ser una sospecha para convertirse en un peso que le oprimía el pecho.

Esa noche, cuando la luna alcanzó su punto más alto, el aire frente a él se rasgó con un destello azul.

Eryan apareció.

Su silueta era luz y cansancio; su mirada, una mezcla de alivio y despedida.

—Eryan… —la voz de Soren casi no salió—. ¿Dónde estuviste? Creí que algo te había pasado.

Eryan sonrió apenas, pero su sonrisa no llegó a los ojos.

—Tenía que prepararme. Pero vine porque… necesitaba verte una última vez.

Soren frunció el ceño, negando de inmediato.

—No. No digas eso. ¿Qué está pasando?

Eryan dio un paso hacia él.

—Solo prométeme que, pase lo que pase, vas a mirar el cielo. Incluso si no estoy ahí… sabrás que sigo contigo.

Soren le tomó las manos. Estaban frías.

—Eryan… ¿a qué te estás resignando?

El suelo tembló antes de que pudiera terminar la frase.

Una ráfaga helada atravesó el campo, apagando todo sonido. La luz de la luna se distorsionó. Y desde esa grieta oscura que se abría frente a ellos, una voz surgió como un veneno familiar.

—Qué conmovedor. De verdad creíste que podías esconderlo de mí.

Lehia emergió de entre las sombras.

Su belleza tenía algo roto; sus ojos, una furia antigua. Cada paso que daba parecía absorber la luz del aire.

Soren retrocedió instintivamente.

—¿Quién sos?

Ella inclinó la cabeza, observándolo como si fuera un error.

—Soy el pasado que él trató de enterrar. Y el precio que todavía debe pagar.

Eryan se interpuso, su energía encendiéndose como un latido desesperado.

—No lo toques.

Lehia soltó una risa suave, casi triste.

—Siempre tan noble… incluso ahora. ¿Vas a arriesgarte otra vez por un humano? ¿De verdad pensás repetir la misma traición?

La palabra lo golpeó como un dardo.

Soren sintió el cambio en la respiración de Eryan, el temblor sutil en su magia.

—Basta —dijo él—. Esto termina hoy.

Está ves no me quedare viendo como lastimas a quien amo, aunque eso me cueste la vida

La tormenta estalló sin más advertencias.

El cielo se desgarró con un rugido de energía antigua.

Eryan levantó ambas manos, formando un escudo que rodeó a Soren. La fuerza del impacto hizo vibrar el aire, la tierra, los huesos.

Soren golpeó la barrera, desesperado.

—¡Eryan, pará! ¡Te estás destruyendo!

Eryan lo miró a través de la luz, los ojos llenos de amor y renuncia.

—Te lo prometí, Soren. Te iba a proteger. Aunque me cueste todo.

La magia dentro de él se abrió paso como un torrente imposible de contener.

Una lágrima cayó.

Una palabra final se escapó de sus labios.

Te amo..

Y la luz lo devoró todo.

Cuando el estruendo se disipó, el silencio fue absoluto.

Eryan y lehia desaparecieron

Soren cayó de rodillas. Frente a él, sobre la tierra oscura, reposaba el amuleto de Eryan, aún tibio, aún brillando como si se negara a apagarse.

Lo tomó contra su pecho, sintiendo el vacío donde antes había calor.

—Te lo prometo… —susurró entre sollozos—. Voy a mirar el cielo. Siempre.

Muy arriba, entre los dos mundos, una estrella comenzó a arder con intensidad nueva.



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Editado: 17.11.2025

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