La puerta roja: el último vínculo

Capítulo 1

Nunca olvidaré la sensación exacta que tuve al cruzar la puerta de aquel edificio antiguo. Era como si hubiera atravesado una membrana invisible, una frontera entre lo que yo creía que era mi vida y aquello que estaba a punto de desmoronarla por completo. No exagero: en ese instante, mientras el polvo flotaba en el aire como un enjambre de diminutas luciérnagas mudas, comprendí que nada volvería a ser como antes.

Lo primero que sentí fue el olor. Un aroma terroso, mezclado con madera húmeda y algo más difícil de describir, como si el tiempo mismo hubiera dejado su rastro impregnado en las paredes. Respiré hondo, no sé si por valentía o por necesidad, y avancé un paso. El suelo protestó bajo mis pies con un crujido lento, casi dolorido, como si mi presencia despertara molestias en un lugar que no había sido visitado en mucho tiempo.

El vestíbulo estaba en penumbra, pero la luz que entraba desde la calle bastaba para delinear la estructura del espacio: columnas gruesas, un arco antiguo que marcaba el inicio de un pasillo largo, y al fondo una escalera que parecía ascender hacia la oscuridad absoluta. No había muebles ni cuadros ni señales de que alguien hubiera vivido allí. Todo era vacío, eco y silencio.

Entonces mi teléfono vibró.

Un mensaje sin remitente, igual que el anterior.

**“Sube.”**

La palabra, tan simple como imperativa, me provocó un escalofrío que me recorrió la espalda como un rastro de electricidad. No entiendo por qué obedecí. Quizá porque parte de mí quería saber qué estaba pasando. Quizá porque el miedo, cuando se vuelve demasiado intenso, se confunde con una especie de impulso irracional.

Miré hacia la escalera. Parecía más alta ahora, como si se hubiese estirado mientras yo no la miraba. La luz no alcanzaba a cubrir sus peldaños superiores, y por un momento tuve la impresión de que podía ver algo mover sombras en lo alto. Parpadeé y la visión desapareció.

Me acerqué, apoyé la mano en la barandilla —fría, áspera— y comencé a subir.

Cada paso que daba amplificaba mi respiración. El silencio era tan profundo que hasta mis latidos resonaban en mi cabeza. A mitad del camino dudé. Me detuve y miré hacia abajo. La puerta seguía abierta. La calle seguía allí, con su ruido, con su normalidad. Podía darme la vuelta, bajar y olvidarme de todo.

Pero no lo hice.

Algo, no sé qué, me lo impidió.

O tal vez era yo mismo, avanzando hacia una verdad que llevaba demasiado tiempo evitando ver.

Cuando llegué al segundo piso, la voz habló de nuevo. Una voz humana, sí, pero desconocida. Firme. Tranquila. Como si hubiera estado practicando la frase durante horas.

—Bienvenido. Te estábamos esperando.

Y fue en ese instante, justo en ese segundo preciso, cuando mi vida dejó de pertenecerme.



#526 en Thriller
#233 en Misterio
#182 en Suspenso

En el texto hay: misterio, suspense

Editado: 07.12.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.