La puerta roja: el último vínculo

Capítulo 2

No sé cuánto tiempo permanecí inmóvil en lo alto de la escalera, intentando convencerme de que había escuchado bien. La voz no repitió su frase, no insistió, no volvió a llamarme. Simplemente dejó flotando aquel “te estábamos esperando” como si el aire mismo lo hubiese pronunciado. Me estremecí y por un momento dudé de mi propia cordura.

Di un par de pasos hacia adelante, despacio, tanteando nuevamente el terreno como si caminara sobre hielo delgado. La planta del segundo piso era distinta al vestíbulo: más estrecha, más larga, casi un corredor que parecía extenderse sin final. Una hilera de puertas, todas cerradas, se alineaba a ambos lados. Algunas tenían números gastados, otras no tenían nada. Era un pasillo que se habría visto normal en cualquier edificio antiguo, pero allí, en ese contexto, parecía un escenario preparado a propósito para incomodarme.

—¿Hola? —pregunté, sintiéndome ridículo—. ¿Hay alguien?

Mi voz se escuchó más débil de lo que esperaba.

No hubo respuesta.

Quise pensar que la voz que había oído no era real, o que quizá provenía de algún vecino oculto tras una pared, pero no había escuchado pasos, ni movimiento alguno, ni señales de vida. Solo silencio, un silencio tan perfecto que llegaba a doler.

Entonces sonó otro mensaje en mi teléfono.

Esta vez, la notificación no vibró. Simplemente apareció en la pantalla, como si el dispositivo hubiera decidido no advertirme para evitar asustarme más.

**“Tercera puerta a la izquierda.”**

Tragué saliva. Miré hacia el pasillo. Conté las puertas. Una, dos… la tercera estaba justo a mitad de camino, con un número 7 medio borrado. Parecía igual que las demás, pero había algo en ella, una sensación difícil de explicar, como si la madera misma estuviera conteniendo la respiración.

—Esto es una locura… —murmuré, pero seguí caminando.

Cada paso hacía eco. El pasillo, aunque angosto, tenía un techo alto que amplificaba el sonido de mis pisadas hasta convertirlas en golpes sórdidos que rebotaban una y otra vez. Cuando finalmente estuve frente a la tercera puerta a la izquierda, me detuve.

Coloqué la mano sobre la manija.

Estaba tibia.

Esa simple sensación me heló la sangre. En un edificio tan frío, tan abandonado, tan muerto, ¿cómo podía estar tibia una manija metálica? ¿Quién había estado allí justo antes que yo?

Quise retirar la mano, pero mis dedos parecían aferrados por voluntad propia. O por ajena. Ya no sabía qué pensar. Respiré hondo, cerré los ojos y giré la manija.

La puerta cedió con un leve clic.

Se abrió apenas unos centímetros.

Y entonces, por primera vez desde que entré al edificio, escuché algo más que mis propios pasos.

Una respiración.

No era la mía.

Era la de alguien al otro lado.

—Pasa —dijo la voz, la misma voz de antes, pero esta vez más cerca, más humana, más real.

Sentí un golpe de adrenalina que me tensó el cuerpo entero. Por un segundo pensé en correr, en bajar las escaleras de dos en dos, en escapar sin mirar atrás. Pero había algo en esa voz que no sonaba amenazante. Sonaba… familiar. Como si hubiera estado escuchándola desde hacía años, aunque no pudiera identificar a quién pertenecía.

Empujé la puerta.

Entré.

Y entonces lo vi.



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En el texto hay: misterio, suspense

Editado: 07.12.2025

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