La puerta roja: el último vínculo

Capítulo 7

La llave no era una llave.

Al menos, no en el sentido tradicional. No tenía dientes metálicos ni forma fija. Parecía un objeto vivo, un fragmento de luz líquida suspendida sobre la palma de Adrian, como si la estuviera sujetando pero también flotara por voluntad propia.

—¿Qué es eso? —pregunté, incapaz de ocultar mi desconcierto.

—Una resonancia —respondió Adrian—. La primera de tres. Sin ellas, la puerta no puede abrirse… ni cerrarse.

La luz pulsó, como si reaccionara a mis palabras. O a mis pensamientos.

—¿Por qué está… viva?

Adrian sonrió con una mezcla de orgullo y tristeza.

—Porque proviene de ti.

Sentí un vuelco en el estómago.

—No. Eso no es posible.

—Lo es —insistió—. Este fragmento nació contigo. Nosotros solo lo recolectamos antes de que la conexión te consumiera.

Me quedé mirando aquel destello imposible. Una parte de mí quería tocarlo; otra, más sensata, quería salir corriendo.

—Dijiste que eran tres llaves —dije al fin—. ¿Dónde están las otras?

Adrian guardó silencio por unos segundos.

—Una la tienes tú —respondió—. Aunque aún no sabes cómo acceder a ella. Y la tercera… está al otro lado.

Un escalofrío me recorrió la espalda.

—¿Al otro lado de la puerta roja?

Adrian asintió.

—La entidad no está inactiva. Ha estado preparándose todo este tiempo.

Sentí un temblor en las manos. La idea de que algo —alguien— me observara desde más allá de un límite invisible me provocaba náuseas.

—¿Y qué se supone que haga con esa llave? —pregunté.

Adrian se acercó y la luz flotante pareció inclinarse hacia mí.

—Tómala —dijo.

Negué instintivamente.

—No sé si quiero tocar eso.

—No puedes lastimarte —aseguró—. Es parte de ti. Solo está esperando reunirse.

Respiré hondo. Extendí la mano, temblorosa, y apenas la punta de mis dedos rozó la luz…

Sentí un latigazo.

No un dolor físico, sino algo mucho más profundo, como si un recuerdo que no me pertenecía estallara dentro de mi mente.

Gritos.

Sombras.

Una figura detrás de una puerta roja.

Y mi nombre, pronunciado con una voz que parecía antigua como el polvo del universo.

Me aparté bruscamente.

—¡Basta! —jadeé.

Adrian respiró hondo.

—Eso es solo el comienzo.

Me miró con una seriedad nueva.

—La segunda llave está escondida donde más temes mirar. Y para encontrarla… tendrás que volver allí.

—¿Volver dónde? —pregunté, con un presentimiento horrible encogiéndome el pecho.

Adrian respondió sin pestañear:

—A tu infancia.



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En el texto hay: misterio, suspense

Editado: 07.12.2025

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