La puerta roja: el último vínculo

Capítulo 8

Sentí que la habitación daba un vuelco. Mi infancia era exactamente el lugar donde menos quería regresar. No por nostalgia, no por tristeza, sino por algo mucho más oscuro: recuerdos que siempre me habían parecido ajenos, como si hubieran sido incrustados en mi mente con violencia.

—No —dije de inmediato—. No voy a volver allí.

Adrian se cruzó de brazos.

—No podrás evitarlo. La segunda resonancia está anclada en un evento de tu niñez. Uno que bloqueaste por instinto de supervivencia.

—Estás hablando como si algo terrible hubiera ocurrido.

—Ocurrió —confirmó él—. Pero no fue algo. Fue alguien.

Un sudor frío me recorrió la espalda.

—No recuerdo nada.

—Porque no debes recordarlo sin preparación —respondió—. Si tu mente lo hubiese enfrentado antes, te habría destruido.

Me quedé inmóvil.

—¿Y ahora sí estoy preparado?

Adrian me observó largo rato.

—No lo sé. Pero no estás solo. Te guiaré.

Caminó hacia un cajón del escritorio y lo abrió con cuidado. De su interior sacó un objeto pequeño envuelto en un paño oscuro.

—Esto te ayudará a regresar —dijo.

Desenvolvió el paño.

Era un espejo.

Pero no mostraba mi reflejo.

Mostraba la habitación de mi infancia.

Mi antigua cama.

La ventana donde juré haber visto una sombra aquella noche.

Y una puerta.

No la puerta roja.

Una puerta blanca.

—¿Qué… qué es esto? —pregunté, sin aliento.

—Un puente —respondió Adrian—. Solo podrás cruzarlo si aceptas ver lo que te espera.

El espejo vibró, como si algo al otro lado golpeara el vidrio desde adentro.

—No quiero —dije.

—Lo sé. Pero debes hacerlo. El pasado no desapareció solo porque lo enterraste. Sigue ahí. Y quiere salir.

La superficie del espejo se onduló.

Brilló.

Y antes de que pudiera reaccionar… una voz emergió desde el otro lado.

Mi voz.

Pero más joven.

—¿Vas a dejarme solo otra vez?

Mi corazón se detuvo.

—Eso no es real —susurré.

Adrian negó.

—Es más real que cualquier recuerdo que tengas.

La voz volvió a sonar, temblorosa, como la de un niño a punto de llorar.

—Vuelve… por favor.

Cerré los ojos. Pero el sonido traspasó cualquier barrera.

—No puedo hacerlo solo —dijo mi yo infantil—. Y tú prometiste que no me abandonarías.

Sentí que me quebraba.

—Adrian… —murmuré—. ¿Qué hice?

—Sobreviviste —respondió él—. Pero ahora debes recordar cómo.

Y entonces el espejo se abrió como un portal líquido.

—Cuando estés listo —dijo Adrian.

Yo no estaba listo.

Pero di un paso adelante.

Y crucé.



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En el texto hay: misterio, suspense

Editado: 07.12.2025

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