La sombra—mi sombra—dio un paso dentro de la habitación.
Pero no fue un paso normal.
Su pie no tocó el suelo… sino que lo atravesó como humo espeso antes de recomponerse encima. Era una forma imitándome, intentando ser carne, fallando… y aun así avanzando.
Adrian retrocedió, interponiéndose entre nosotras.
—Lia, atrás —ordenó—. No permitas que te toque.
La sombra inclinó la cabeza, imitándolo, como burlándose.
—Siempre tan dramático, Adrian.
—¿Por qué le mientes? ¿Por qué no le dices que fue ella quien pidió la separación?
Mi corazón golpeó mis costillas.
—¿Qué…? —balbuceé.
Adrian exhaló, tenso.
—No le creas. Está manipulando tus recuerdos residuales.
La sombra sonrió. Una sonrisa hecha de líneas negras que se abrían demasiado.
No era humana.
Nunca lo había sido.
—¿Qué recuerdos, Adrian? —susurró ella—.
—¿Los que le borraron o los que yo sigo teniendo?
Adrian levantó la varilla metálica, que comenzó a vibrar, desprendiendo un zumbido bajo.
La sombra se detuvo, sus contornos agitándose como si sintiera dolor.
—Aléjate de Lia —dijo él.
—No. —respondió ella, sin voz, directamente en mi mente—. Ella me llamó. Ella me necesita.
Abrí los ojos de par en par.
—Yo no te llamé.
—¿No? —preguntó la sombra, extendiendo una mano idéntica a la mía—.
—Entonces, ¿por qué sostienes la llave?
Miré el medallón.
Estaba pulsando.
Cada luz roja latía al mismo ritmo que mi propio corazón.
No.
Peor.
Mi corazón latía al ritmo de él.
Adrian me tomó la muñeca con fuerza, como para evitar que diera siquiera un paso involuntario.
—Lia, si la dejas entrar… no habrá vuelta atrás.
Pero la sombra no se acercó a mí.
Se acercó a Adrian.
—Pobre Adrian. Siempre protegiendo lo que no entiende.
—¿No es así como comenzó todo?
Adrian no se movió.
Pero tuve la impresión de que sus manos temblaban.
—Adrian —murmuré—. ¿Qué quiere decir?
La sombra me miró directamente… y en ese instante, sentí que me desnudaba por dentro.
—Cuéntale, Adrian.
—Cuéntale quién fuiste para nosotras. Cuéntale por qué nos separaste. Cuéntale por qué la elegiste a ella… y no a mí.
Mi respiración se detuvo.
¿Elegirme?
¿A mí?
Adrian cerró los ojos un instante.
Una sombra de culpa atravesó su expresión.
—No —murmuré, retrocediendo—. ¿Elegiste… qué?
Él negó.
—No es lo que crees.
La sombra rió, un sonido quebrado que parecía venir de una garganta inexistente.
—Oh, pero sí lo es.
—Él fue quien decidió quién vivía… y quién quedaba encerrada.
—Él fue quien nos partió.
Adrian apretó los dientes.
—No lo entiendes. Tú ya habías empezado a… a consumirla. Tu presencia estaba destruyendo su mente desde antes de que naciera. Teníamos que separarlas.
—¿“Consumirla”? —pregunté, temblando.
La sombra dio otro paso. Esta vez, la temperatura del aire descendió.
—Yo no la consumía. Éramos una sola. Y él me arrancó.
—A mí me dolió. A ella la dejó rota.
Sentí una punzada en la sien. Un sonido agudo, como un silbido, atravesó mi cabeza.
La sombra sonrió.
—¿Lo sientes ahora?
—Eso es lo que él te ocultó. Eso que duele… soy yo.
Me llevé una mano al pecho.
Sentí un vacío abrirse.
Una ausencia.
—Adrian… —susurré—. ¿Por qué… por qué duele?
—Porque está intentando fusionarse contigo —respondió él, sin apartar la vista de ella—. Es un vínculo roto que quiere cerrarse a la fuerza. Si lo permites, Lia, tú desaparecerás.
—No. —dijo la sombra, más suave—.
—Ella no desaparecerá. Se completará. Volveremos a ser lo que éramos. Potentes. Enteras. Reales.
Me temblaron las piernas.
—Adrian —pregunté—. ¿Por qué me separaron? ¿Por qué no podía existir entera?
Su rostro se contrajo con dolor.
—Porque cuando estabas entera, Lia…
Ninguna barrera te contenía.
Ningún límite.
Ningún control.
Editado: 14.12.2025