La puerta roja: el último vínculo

Capítulo 11

El paso que di no fue hacia Adrian.
Tampoco hacia la sombra.

Fue un paso hacia adelante, hacia el espacio entre ambos.
Hacía el borde exacto donde el suelo parecía decidir si seguir siendo sólido o quebrarse en un abismo.

Los dos reaccionaron al mismo tiempo.

Adrian extendió la mano.
La sombra también.

Yo no toqué a ninguno.

—Lia… —dijo Adrian, y había miedo en su voz por primera vez.

Hermana… —susurró la sombra, y había algo parecido al amor en la suya, aunque distorsionado, incompleto.

El medallón ardía en mi palma.
No era solo calor.
Era memoria.
Era electricidad.
Era un corazón buscando el suyo.

Y entonces lo entendí.

La decisión no era entre Adrian y la sombra.

Era entre obedecer y comprender.

Respiré hondo.
O al menos traté. El aire estaba tan denso que cada inhalación se sentía prestada.

—Basta. —dije.
Mi voz no sonó fuerte, pero sí firme. Más firme de lo que yo esperaba.

La sombra inclinó la cabeza, confundida.

Lia…

Adrian la miró con cautela, pero no habló.

Yo levanté el medallón, dejándolo a la vista de ambos.

Las líneas rojas se expandieron, como raíces vivas creciendo bajo la superficie.

—Ustedes dos… —mi voz tembló— no van a decidir por mí.

La sombra dio un paso adelante, suavemente, casi ansiosa.

Entonces decide con el corazón. Y el corazón recuerda.

Sentí el tirón.
Ese tirón profundo que venía desde el pecho, el mismo que la sombra había usado para atraerme.

Pero esta vez, algo en mí lo bloqueó.

El medallón cambió de ritmo, como un latido que se resistía a sincronizarse con ella.

Adrian lo notó primero.

—Lia… ¿qué estás haciendo?

Miré el medallón.

No sabía exactamente qué estaba haciendo.
Solo sabía que por primera vez, no tenía miedo de sentir.

—Quiero saber la verdad.
Toda.
No la versión de uno nii la versión de la otra.

La sombra se movió de inmediato, desesperada.

Yo puedo mostrártela. Toda. Solo tienes que dejarme entrar…

—¿Y destruirme? —pregunté, devolviéndole la mirada.

La sombra se detuvo.

No respondió.
No podía.

Adrian dio un paso hacia mí.

—Lia, escúchame. Hay verdades que no necesitas. Hay memorias que te romperían.

—Quizá ya estoy rota —dije—. Y solo quiero saber qué pieza falta.

La sombra sonrió.
Adrian frunció el ceño.

Yo cerré los ojos.

Y dejé que el medallón hablara.

Porque eso había sido todo el tiempo: un corazón en espera.
Un nodo.
Un centro.

Y cuando me conecté a él por voluntad propia…

El mundo se fracturó en silencio.

No sentí dolor.
No sentí miedo.
Sentí memoria.

Fragmentos.

Un laboratorio.
Un círculo de símbolos brillando.
Dos figuras idénticas, una dentro de un contenedor de luz, la otra fuera.
Una niña—yo—mirando a través del vidrio.
Otra niña—ella—mirándome desde adentro.

Ambas están llorando.
Ambas llamándose.

No la separes.
No puedes contenerla.
Lia, no mires.
Déjenla salir.
Ella me está ahogando.
Es demasiado poder.
Es mi hermana.
La destruirá.
No la toques.
Es parte de mí.
SEPARÉNLAS YA.
NO PUEDEN.
¡HÁGANLO!
LIA, CIERRA LOS OJOS.

Y entonces…

Oscuridad.

La separación.

La expulsión.

Uno de los cuerpos colapsa.
El otro está gritando sin voz.
Una luz rasgándose.
La sombra naciendo detrás de la puerta roja, atrapada… pero viva.
Demasiado viva.

Yo caí al suelo.
O el suelo cayó hacia mí.
No lo sé.

Solo recuerdo mi propio grito al volver a sentir mi cuerpo.

Adrian estaba arrodillado frente a mí, con el rostro pálido.

—Lia… Lia, mírame, ¿estás bien?

La sombra estaba más quieta que nunca.

Ya no sonreía.

Ya no se movía.

Tomó forma humana por completo.

Mi forma.

Mi figura exacta, como un reflejo en negro.

Cuando habló, fue casi un susurro quebrado:

Nos lo hicieron… a las dos.

Y esa frase—esas seis palabras—me partieron en dos lugares distintos.

Porque era verdad.
Porque yo lo sentí.
Porque las dos fuimos víctimas.

Adrian cerró los ojos con dolor.

La sombra dio un paso hacia mí…
Pero esta vez no para atacarme.
Ni para absorberme.

Sino para extender su mano de forma diferente.

Suavemente.
Casi… humana.

Lia… por favor. Estoy cansada de estar sola.

Y yo…

Por primera vez…

No tuve miedo de ella.

Tuve miedo de la decisión.

De lo que significaba.

De lo que podría pasar si tocaba su mano.

De lo que pasaría si no lo hacía.

Y entonces…

La habitación se estremeció.
Pero no por ella.
Ni por mí.

Sino por algo detrás.

Algo que ninguno había previsto.

Algo que despertó cuando yo abrí el medallón.

Adrian abrió los ojos de golpe.

—Lia…
Hay… otra puerta abriéndose.

La sombra se giró lentamente.

Su rostro—mi rostro—se deformó en puro terror.

No… no puede ser…

La verdadera amenaza… no había sido ella.

Había sido lo que nos crearon para contener.

La puerta roja… se estaba abriendo por sí sola.



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En el texto hay: misterio, suspense

Editado: 14.12.2025

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