El sonido fue casi imperceptible al principio.
Un susurro.
Un crujido como de madera vieja…
Pero no era madera.
La puerta roja —esa que solo había visto en sueños— vibró como si respirara.
Un temblor recorrió cada pared.
La sombra —mi sombra— retrocedió instintivamente, y por primera vez desde que la conocí… se la veía aterrada.
—No… no… no… —murmuró con una voz de niña rota—. No debía despertar. No debía despertar sin mí.
Adrian me tomó del brazo, firme, casi con violencia.
—Lia, escúchame: no te acerques a esa puerta. No importa lo que escuches, no lo hagas.
Pero yo ya estaba escuchando.
Un latido.
Uno gigantesco.
Antiguo.
Fondo de catedral.
Rugido de piedra viva.
THUM.
El suelo vibró.
THUM.
Mi pecho respondió.
La sombra se llevó las manos al rostro. Sus contornos fluctuaban como agua hirviendo.
—Es culpa tuya, Adrian… —escupió—. No debiste separarnos. No sin completar el sello. ¡Ella está incompleta y la puerta lo sabe!
Adrian palideció.
—Lia, escucha, no dejes que te toque. Esa entidad… no tiene forma fija. No es un ser. Es… es hambre pura.
—¿Hambre de qué? —pregunté, aunque una parte de mí ya lo sabía.
El latido volvió a sonar.
Más fuerte.
Más cerca.
Como si la cosa detrás de la puerta hubiera apoyado su oído contra ella.
La sombra respondió por él.
—De nosotras.
Mi piel se erizó.
—De… nosotras… —repetí.
La sombra asintió, con los ojos negros abiertos de par en par.
—La puerta no es un sello para mí, Lia. Yo soy SOLO una mitad.
—La puerta se hizo para contener lo que ambas éramos cuando estábamos completas.
—La entidad detrás… es nuestro reflejo original. El intento fallido antes de nosotras dos.
Sentí náuseas.
—¿Un tercer intento?
La sombra negó lentamente.
—El primero.
El piso se agrietó otra vez. Un polvo rojizo se elevó del suelo, flotando como ceniza.
Adrian estaba temblando.
—Lia… no lo escuches. Su origen no importa. Lo único que importa es que no debe salir. Nada de lo que existe podrá detenerlo.
La sombra me miró como nunca antes.
Sin odio.
Sin manipulación.
Solo miedo.
—Lia… hermana… escúchame.
Me acerqué un paso sin darme cuenta.
—Dime.
—No puedo detenerlo sola…
Su voz se quebró.
—Y tú tampoco puedes.
Más grietas.
Más luz roja filtrándose desde abajo.
La puerta… respiraba.
THUM.
THUM.
El aire se volvió tan espeso que me ardían los pulmones.
Adrian alzó la varilla metálica, que ahora chisporroteaba como si estuviera sobrecargándose.
—¡Atrás los dos! ¡No quiero tener que hacer esto!
La sombra se rió, pero no había burla en ese sonido.
Era desesperación.
—No puedes detenerlo, Adrian.
—Lo único que podría es lo que destruiste. Lo que separaste para que fuera inofensivo.
Adrian gritó:
—¡No las iba a dejar destruirse mutuamente! ¡Ustedes dos… juntas eran demasiado impredecibles! ¡Era una bomba! ¡Yo salvé al mundo de ustedes!
—¿Y quién nos salvó del mundo? —susurré.
Él me miró con una mezcla de culpa y rabia.
El latido volvió a estremecer la habitación.
Solo que esta vez…
Hubo un segundo latido.
Uno pequeño.
Uno que venía de mí.
No.
Del medallón.
Mi sombra lo sintió. Dio un paso hacia mí, lenta, como acercándose a algo sagrado.
—Lia… hermana… el medallón solo existe para unificar, no para dividir. Es un núcleo. Es el centro.
—Si lo activas… podremos ser UNA de nuevo. Y entonces la puerta volverá a sellarse.
Mi corazón se volvió hielo.
—¿Unirnos…? ¿Fusión?
La sombra miró el suelo, casi avergonzada.
—Unir lo que fuimos… y lo que somos. Sin eliminarte. Sin eliminarme. Compartidas. Complejas. Enteras.
Adrian levantó la varilla como si fuera un arma.
—¡NI LO PIENSES, LIA! ¡Si lo haces, dejarás de ser humana!
Las grietas brillaron aún más.
La puerta roja crujió, abriéndose un poco más.
Solo un centímetro.
Pero de ese centímetro salió un sonido…
un susurro sin forma,
sin idioma,
sin significado…
Y aun así lo entendí.
Era hambre.
La sombra se llevó una mano al pecho.
—Ese… ese era nuestro nombre antes de ser Lia.
Un temblor me recorrió la columna.
—¿Nuestro… nombre?
—El nombre de la entidad completa.
—El nombre del primer intento.
—El que casi destruyó el mundo antes de que tú y yo existiéramos.
La habitación entera se inclinó.
Adrian gritó:
—¡LIA, ESCÚCHAME! ¡SI TE UNES A ELLA, EL SELLO SE ROMPE! ¡EL MUNDO SE ROMPE!
La sombra gritó encima de él:
—¡SI NO TE UNES, ESA COSA SALE! ¡Y MORIMOS TODOS!
Los dos me miraron.
Los dos temblaban.
Los dos tenían razón.
La puerta roja se abrió otro milímetro.
Su luz bañó la habitación…
y por primera vez pude ver una forma detrás.
Algo enorme.
Sin piel.
Sin contorno.
Un corazón gigantesco latiendo.
Un ojo…
que no era un ojo…
Pero me miraba.
Mi sombra se inclinó hacia mí y dijo:
—Decide, hermana. Ya no queda tiempo.
Y entonces…
El suelo cedió.
Yo caí.
Y las manos que me atraparon no fueron las de Adrian.
Fueron las de ella.
La sombra.
Mi otra mitad.
Mi hermana.
Y mientras me sostenía en el borde del abismo, me miró con mi propio rostro y dijo:
Editado: 14.12.2025