La que desapareció del tiempo:el lamento de los dragones.

Capítulo 4: El principio del fin

Al salir del auto, todo el ambiente agradable que habían formado los chicos desapareció

Al salir del auto, todo el ambiente agradable que habían formado los chicos desapareció. El frío de la noche me abrazó. Todos me saludaron desde el auto y siguieron su camino. Al entrar a mi casa, no encontré a mis padres como solía hacer. Ni siquiera había una luz encendida. No lo quería aceptar, pero sabía que algo iba a cambiar dentro de poco.

A lo lejos, en el patio trasero de la casa, se podía ver una luz tenue. Me dirigí hacia ella, pensando que tal vez eran mis padres. Pero unos pasos antes de salir, pude ver unos grandes ojos rojos mirando a través del ventanal. Mi cuerpo se congeló, cada parte de mi ser se tensó y entonces lo escuché, casi como un susurro.

—Sigrhildr... —Reconocería esa voz en cualquier lugar. Era él, llamándome por primera vez en años.

—Sigrhildr, vuelve...

Los grandes ojos me miraban con atención y sentí como si la oscuridad me absorbiera por completo.

—Te necesitamos...

Por primera vez desde que estos fantasmas me persiguen, pude responderles. Y lo único que quise decir fue:

—No.

La silueta, junto con los grandes ojos, dio media vuelta.

—No lo vas a poder evitar por más tiempo, Sigi... —Antes de que pudiera seguir hablando, otra voz femenina lo interrumpió.

—Es tiempo, Sigi. Tienes que volver.

—Sabes que tarde o temprano volverás a este lugar.

—Los dioses te dieron un regalo muy bello, pero a cambio tienes que cumplir con su nueva voluntad.

Ahora, en la entrada de la puerta, se podía ver una figura humana, que por lo que pude deducir era ella... Yrsa. Y aquellos familiares ojos rojos debían de ser de Kaeldrak. No puedo comprender por qué ahora ellos me persiguen, tampoco logro entender qué quieren. Ellos, más que nadie, saben qué tan mal estaba en esa vida. Yrsa me vio noches enteras de rodillas en medio de la oscuridad, pidiéndole a los dioses que mi destino cambie, que aquella profecía que ellos habían declarado sea reescrita. Fue a ella a quien recurrí cuando ya no podía más con mi vida.

Y él... Él, junto con el resto de los dragones, me escuchaba preguntar el porqué de mi vida, por qué no me podían aceptar en la aldea. Me vieron con el corazón roto, y cuando me fueron a rescatar, lo primero que notaron fue que el poco brillo que me quedaba en los ojos se había apagado.

Ahora venían a decirme que los dioses tenían una nueva voluntad para mí. Que tenía que volver al infierno que alguna vez llamé hogar. Mi mayor miedo vuelto palabras. Desde que nací, lo único que me atemorizaba, lo que desataba mis ataques de pánico, era la simple idea de un día despertar y ver que todo había sido un sueño. Toda mi vida me costó confiar en los demás en esta nueva realidad, por esos malditos aldeanos que siempre me dejaron atrás, por culpa de aquellos enemigos que mataron a mis padres y me dieron el título de huérfana, volviéndome un mal augurio para todos.

Ahora ese miedo lo sentía a flor de piel.

—No. No pienso volver a ese infierno.

Por primera vez desde que ellos aparecieron, di un paso al frente, decidida a no volver, a soltar de una vez por todas mis fantasmas. O eso quería intentar.

—Los dioses ya me dieron esta vida y no pienso volver con ustedes. No me importa si esa aldea se incendia o los masacran, ya no soy una de ustedes... nunca lo fui.

Me di media vuelta, dispuesta a subir a mi habitación, creyendo que ya había soltado a mis sombras. Pero entonces escuché un golpe seco en el vidrio de la puerta que separaba a las voces de mí, y ahí estaba, por primera vez desde aquella vez que le pedí dejar de existir. La podía ver a la perfección, por más que no hubiera luz alrededor. Sus ojos, blancos como la neblina, su pelo del mismo color, largo. Ahí estaba en persona: la mismísima Yrsa.

Y entonces, solo entonces, me di cuenta de que tal vez lo que creí el cierre de mi pasado era, en realidad, el comienzo de algo más denso y oscuro.

Antes de que pudiera actuar, las luces se encendieron. Mis padres habían llegado, y aquellas sombras que me atormentaban ya no estaban.

—Cariño, ¿qué haces a oscuras? —habló mi madre, dejando sus cosas en la mesita al lado de la puerta.

—Recién me deja Sisi, escuché un ruido en el patio y quería ver qué era antes de prender las luces.

—Muy probablemente eran mapaches, corazón —dijo mi padre mientras me abrazaba por los hombros y miraba, al igual que yo, a través del vidrio.

—Estás blanca como papel, Adelaida, mi pequeña guerrera. Seguro te asustaste mucho.

Me tomó entre sus brazos y su perfume me envolvió como solía hacer siempre. Me sentí reconfortada. Ya estaba en mi lugar seguro.

—Mamá te va a hacer tu comida favorita, y de paso, mientras me ayudás, me contás qué tal tu vuelta a la facultad, ¿te parece?

—Me encanta la idea, mamá.

—Bueno, creo que para no quedarme fuera de esto, yo voy a lavar las verduras —dijo papá.

Y entonces ahí estábamos los tres, en la cocina, riendo y hablando de cómo había sido nuestro día, de qué fue lo más divertido que nos pasó. Luego de comer, ayudé a mi madre a levantar la mesa y ordenar todo.

—Cariño —llamó suavemente.

—¿Sí? —dije mientras estaba secando unos platos.

—Te saqué un turno con la doctora, los chicos me llamaron hoy.

Hizo un silencio. Sabía a lo que se refería.

—Creo que va a ser lo mejor. Hoy no fue un día fácil, y presiento que los que vienen tampoco lo serán.



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En el texto hay: vikingos, viajeseneltiempo, dragones humano dioses

Editado: 03.09.2025

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