La que desapareció del tiempo:el lamento de los dragones.

Capítulo 7: Enfrentando mis pesadillas.

Podía sentir el aroma fresco de lavanda y una brisa más fría de lo habitual para esta época del año

Podía sentir el aroma fresco de lavanda y una brisa más fría de lo habitual para esta época del año. Mis párpados estaban pesados y mi cuerpo se sentía como si cargara mil ladrillos sobre él. Al abrir los ojos, una luz tenue me invadió y cuando por fin mis pupilas se acostumbraron a ella, la vi... la vieja habitación donde, por mil noches, la oscuridad y el frío fueron mi única compañía.

Bajé agitada las escaleras, solo para ver a una figura demasiado conocida sentada en la sala. Una parte de mí estaba agradecida de verla, ya que, en mis infinitas pesadillas, siempre que volvía, despertaba en la oscuridad, sola.

Ambas nos quedamos observando por un momento. No tenía las palabras adecuadas para comenzar una conversación, pero por su semblante, ella sí tenía mucho que decir.

—Bienvenida de vuelta —me saludó con una media sonrisa.

Me quedé parada por un instante, mirándola fijamente. Necesitaba poder procesar todo lo que había pasado en el último tiempo, y ahora escuchar su voz tan nítidamente me generó un escalofrío en todo el cuerpo.

Miré a mi alrededor. Todo parecía igual a como estaba antes de irme. Pero entonces la idea llegó a mi mente. Busqué, intrigada, alguna señal de que ellos estuvieran en la habitación. La curiosidad era tanta, que despegué mis pies del suelo helado y me dispuse a buscarlos por las demás habitaciones.

Yrsa pareció leerme la mente, porque antes de que pudiera entrar a la cocina, me tomó de la muñeca y, con tono cuidadoso, habló:

—Ay querida... ellos no están vivos.

Bajé la vista. Me soltó el agarre. Su noticia me afectó más de lo que esperaba. Una parte de mí siempre imaginó que, al desaparecer del tiempo, ellos lograrían sobrevivir y tener una larga vida. Pero ahora entendía que no importa si estoy o no en sus vidas: ellos nunca tendrán un final feliz.

Por una parte, era mejor así. No sabría cómo reaccionar ante mis padres. La imagen de ellos hacía mucho que se había vuelto borrosa. Los sentía muy ajenos a mí.

La anciana tosió para llamar mi atención. Levanté la vista y vi que me indicaba con la mano que tomara asiento a su lado.

—Querida, yo... —la interrumpí.

—Yrsa, ¿por qué?

Mi pregunta la dejó en blanco. Lo noté en su expresión. Para muchos, Yrsa era la sabiduría personificada, y siempre su semblante era imperturbable, pero cuando compartís tanto tiempo con ella, te das cuenta de que es más fácil de leer.

La vi pensativa, buscando una respuesta que pudiera complacerme, pero ambas sabíamos que eso no sería posible.

—Aquella noche te pedí desaparecer, dejar de existir... y ahora le pedís a los dioses traerme de vuelta a este infierno. Yrsa, ¿por qué?

Estaba nerviosa. Empezó a jugar con sus manos, una acción que solo la vi realizar dos veces.

—Nosotros realmente te necesitamos —dijo finalmente.

—¿Me necesitan? —solté una risa irónica— Es chistoso, porque cuando me tuvieron, lo único que supieron hacer fue menospreciarme. ¿Acaso ya te olvidaste?

Levantó su mirada, que había mantenido fija en sus manos. Su ceño se frunció.

—No, Sigi. No me olvidé.

El ambiente, que había comenzado con tristeza y melancolía, ahora se había vuelto tenso y pesado.

Yrsa se levantó de su lugar y se dirigió a su saco. Lo abrió con lentitud y sacó con cuidado una capa. Me miró directo a los ojos mientras acomodaba un mechón de mi cabello.

—No te lo dije, pero cuando te vi aquella noche, mi corazón se apretó en el pecho. Tu mirada estaba vacía. Me di cuenta de que estabas muerta en vida, y no quería ser yo quien mantuviera tu dolor.

Mis ojos comenzaron a picar, mi garganta se secó y las lágrimas amenazaban con escaparse, pero me negué a llorar. No quería mostrar debilidad, mucho menos en esta aldea.

—Entonces —guardé silencio un segundo— Entonces, ¿por qué me trajiste de vuelta a mi dolor?

Las palabras se escaparon de mi boca como un susurro. Bajé la vista, guardé mis manos en la gruesa capa. Yrsa me levantó el rostro con cuidado para que pudiera verla.

—Sigi... te necesitan. Y no solamente los dragones. Hakon, yo, los vikingos... todos te necesitamos, cariño.

Podía ver en sus ojos que tenía la esperanza de que, en lo profundo de mi corazón, aún quedara algo de compasión. Pero Nanna nunca me dijo que mi tarea era salvarlos, sino que debía enfrentarme a mis fantasmas.

Solté un suspiro y hablé:

—Pero no sé si quiero salvarlos.

Giré el rostro para alejarme de su tacto. Las palabras salieron más frías de lo que imaginé. Pude ver cómo sus ojos se agrandaron. La sorpresa la golpeó. Incluso, un rayo de decepción cruzó sus blancos ojos.

—Sigrhildr, la vida de cientos de vikingos está en tus manos. No le habría pedido a los dioses que te trajeran de vuelta si no fueras indispensable.

En mi otra vida, solo sentía miedo y ansiedad por volver a este lugar. Pero ahora que estoy de regreso, lo único que me invade es enojo. Furia. Sus palabras me irritan más de lo que deberían.

—¿¡Y qué si lo soy!? —grité, alzando la voz por primera vez desde que regresé— ¿¡Qué si soy indispensable!? Eso no me convierte en tu salvadora, Yrsa.

La anciana dio un paso atrás. Su rostro quedó en sombras.

—No vine para ser mártir —continué, bajando la voz, casi temblando— Vine porque algo me arrastró. Porque la diosa Nanna me dio un papel. Y ahora soy la jueza de un pueblo al que aborrezco.



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En el texto hay: vikingos, viajeseneltiempo, dragones humano dioses

Editado: 23.08.2025

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