Nadie se atrevió a moverse.
El rugido todavía resonaba entre los árboles, como si la tierra misma recordara el sonido. Mis oídos zumbaban, pero mi mente estaba más silenciosa que nunca. El dolor en el pecho persistía, aunque mi respiración volvía a la normalidad.
Tenía miedo de la reacción de tal bestia; no sabía cómo respondería a una desconocida que acababa de discutir con su jinete.
Dejé caer mi peso y me senté en el frío suelo, apoyada contra el árbol que había sido mi sostén. Entonces, la gran bestia dio la vuelta.
Ahora Kaeldrak me miraba. No a Hakon. A mí.
Y entonces pude ver en su mirada lo que siempre busqué, lo que siempre me habían brindado ellos: compasión y amor.
El dragón carmesí alzó las alas, y por un momento creí que prendería fuego a todo a su alrededor.
Pero no.
Simplemente se inclinó... como si hiciera una reverencia.
Cansada de fingir que era fuerte, solté todas las lágrimas que venía acumulando. Con un gesto tan simple comprendí que él nunca me olvidó, y eso fue como un abrazo a mi lastimada alma.
Y lo pude ver; vi su soledad, su búsqueda, su tristeza... y su esperanza. Nunca dejó de buscarme. Pensé que aquella noche había hecho que todos me olvidaran, pero tal parece que los dragones son a prueba de magia.
Kaeldrak se acercó lentamente a mí, como si tuviera miedo de asustarme. Apoyó su cabeza en mis piernas y, dejando atrás todo el tiempo que estuvimos separados, lo abracé… Lo abracé tan fuerte que temí lastimarlo, pero en ese momento, solo podía sentir cómo su simple presencia alejaba mi dolor.
Sin pensarlo dos veces y entre lágrimas, le hablé luego de siglos:
—¡Te extrañé tanto, Kaeldrak!
La bestia, sorprendida por mis palabras, rompió nuestro abrazo y me miró con aquellos grandes ojos carmesí, incrédulo. Esbozó una gran sonrisa, y su cola no pudo ocultar su felicidad.
Yo sabía por qué reaccionaba así. Seguramente pensó que me había olvidado de él, de ellos. Pero en el fondo, nunca podría borrar de mi memoria a aquellas criaturas que me acogieron como una más de ellos, cuando los de mi misma especie no lo hicieron. Lamentablemente, esos recuerdos se veían opacados por todo el dolor y la soledad que sentía.
Para las personas siempre va a ser más fácil guardar los malos recuerdos que los buenos. Somos autodestructivos. Y yo era una bomba de tiempo en este lugar.
Me quedé así un rato eterno, abrazada a él, sintiendo cómo su calor templaba el frío que me había calado hasta los huesos desde que volví a este maldito tiempo.
Hasta que una voz me trajo de nuevo a tierra
—¿Cómo conoces a mi dragón?
El corpulento cuerpo de Kaeldrak no me permitía ver bien a Hakon, pero podía imaginar su expresión de confusión, y por el tono de su pregunta, de molestia.
Me limpié las lágrimas con el dorso de la mano. Ya había llorado suficiente.
—Es… es una larga historia.
Me encogí de hombros. No podía explicar todo lo que pasó en una vida en unos minutos, y realmente no creo que le importara de verdad.
—Bueno, Sigrhildr, tenemos que volver. Terminemos con esto —la fría voz de Yrsa resonó en el lugar.
—Perdón, pero no quiero. No pienso ayudarlos. No valen la pena.
No importa cuánto me esfuerce, o cuánto quiera ocultarlo. Acepté enfrentar esto por volver con mi familia, pero no estoy preparada. Sigo encadenada a este dolor, y no creo que ayudarlos sea la decisión sabia.
Ragnar habló por primera vez desde que pasó lo de la plaza central
—No sé tu historia, mocosa, pero tus padres te pusieron Sigrhildr, que significa "victoria en batalla". Creo que si alguien nos puede dar una mano, eres tú.
Me reí, pero no era una risa de burla, sino de tristeza, melancolía. Él cree que mi nombre le dará lo que quiere, pero lo que nunca supo es que desde que me lo dieron, perdí todas y cada una de las peleas a las que me enfrenté. Y seguramente, en esta ocasión no iba a ser diferente. Mis padres murieron pensando que sería la próxima salvadora, pero solo resulté una mentira.
Me acomodé para poder verlo bien. Todavía sentada, Kaeldrak seguía vigilando que no se acercaran demasiado a mí.
—Perdón, Ragnar. Pero ese nombre que crees que te dará la victoria, el pase dorado a la salvación de tu aldea, no es más que un adorno.
Volví a reír. Empecé a acariciar suavemente la cabeza de mi guardián. No tenía nada más que decir.
El musculoso hombre me miró serio. No esperaba que me burlara de mi propio nombre.
—¿Entonces no piensas luchar a nuestro lado?
Negué con la cabeza, sin mirarlo.
—¿Ni siquiera por ellos?
Me señaló a la gran bestia que me cuidaba como un pirata cuida su tesoro. Con esas palabras llamó mi atención. Miré al gran dragón carmesí que tenía en mis piernas, y este me miró mientras asentía.
Viendo aquellos grandes ojos, me conmoví. Tal vez el motivo de mi regreso no sea salvar a los aldeanos... tal vez sea salvarlos a ellos.
Solté un fuerte suspiro y aparté con cuidado a Kaeldrak para ponerme de pie.
—Les daré una oportunidad para que me cuenten todo y el porqué de querer mi ayuda.
Yrsa y Ragnar me miraron aliviados.
Para que pudieran explicarme todo, volvimos a la aldea. Todos ya se habían dispersado, pero al verme pasar, podía escuchar uno que otro murmullo.