La que desapareció del tiempo:el lamento de los dragones.

Capítulo 11:El cielo que recordé

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Volviendo con Adelaida:

Al salir de la cabaña, me encontré con una escena que me estremeció el corazón.

Todos los dragones estaban reunidos afuera, esperándome en silencio. Al verme, inclinaron sus cabezas en una reverencia solemne. Estaba tan sumida en mi discusión con Yrsa que ni siquiera los había sentido llegar. Ragnar y Hakon miraban alrededor, completamente descolocados por la escena.

Kaeldrak se encontraba al frente, majestuoso y sereno. En sus ojos ardía una emoción contenida, un orgullo cálido, como si mi presencia validara algo que él ya sabía desde siempre: que yo pertenecía allí.

Una sonrisa se me escapó sin querer. Sentí cómo el enojo que me había encendido antes se desvanecía lentamente, disuelto por esa bienvenida inesperada, pero no podía quedarme en la emoción por mucho tiempo. Una guerra se acercaba, y necesitaba hablar con ellos. Escucharlos. Comprender su postura antes que la de cualquier humano.

—Kaeldrak, tenemos que hablar —dije con firmeza— Y creo que el mejor lugar es la montaña.

El semblante de la bestia carmesí se volvió serio. La calidez del ambiente se esfumó, reemplazada por un silencio reverente.

Con movimientos precisos y suaves, se acercó a mí y se inclinó. Me ofrecía su lomo, como en los viejos tiempos.

Me quedé paralizada. Hacía años que no sentía esa conexión, esa promesa implícita de confianza entre jinete y dragón.

Antes de subir, una mano me sujetó el brazo con fuerza. Al girarme, vi a Hakon.

—¿Qué podés discutir con unas bestias que ni siquiera entienden nuestro idioma?

Su voz sonaba tensa. En su mirada había algo más que molestia: miedo, claro, lo entendía. Para él y su padre, yo no era una aliada. Era una amenaza.

En Drakkarvik, quien controla a los dragones, controla el destino del pueblo. Y yo acababa de ser recibida por todos como si fuera una reina.

Me solté de su mano con decisión. Subí al lomo de Kaeldrak y, justo antes de que despegáramos, lo miré una última vez.

—Te sorprendería lo comprensivos que pueden ser los dragones. A veces, incluso más que ciertas personas.

Kaeldrak extendió sus alas y, sin una orden más, nos elevamos hacia el cielo.

Al principio, mi cuerpo se tensó. El corazón me latía desbocado, pegado a la garganta.

El viento me golpeaba el rostro con fuerza, haciéndome lagrimear. Sentía que si me movía mal, iba a caer en picada. Por instinto, me sujeté con más fuerza de la montura.

Quería cerrar los ojos, pero algo en mi interior me lo impidió. Y al final se lo agradecí, porque luego… luego vino la magia.

Ascendimos por encima de las nubes, donde el cielo se abría como un mar de estrellas y la luna parecía tan cercana que podía rozarla con los dedos. Los tonos azules del cielo nocturno bailaban al compás, unificando a la perfección cada detalle que mis ojos alcanzaban a apreciar.

Era un paisaje que quería guardar para la eternidad, me sorprendió como había olvidado este espectáculo, la oscuridad opacó por completo algo tan mágico.

El aleteo de Kaeldrak se volvió más suave, más estable. Giró levemente su cabeza para mirarme.Le dediqué una amplia sonrisa, bajó la velocidad para que pudiera apreciar por más tiempo cada detalle.

Extendí los brazos, fingiendo que podía volar por mi cuenta. El viento era frío, pero eso le daba un toque aún más mágico a toda la situación, la ansiedad que estuve sintiendo durante todo este tiempo se fue junto con la brisa que me acariciaba.

En ese momento lo sentí: mi corazón volvía a casa.

Esa parte de mí que había estado dormida durante años —oculta, reprimida, negada— despertó de un salto, sin permiso.

Había extrañado volar.Había extrañado esa libertad. Esa paz que sólo se encuentra cuando dejás todo atrás y surcás los cielos como si fueras parte de ellos, ver la belleza de la naturaleza en su máximo resplandor, sentirte parte del reino de los cielos.

Volví a ser esa chica de antes, pero no la versión que se ocultaba en la aldea y se sentía pequeña.

Volví a ser la chica que se refugiaba en el cielo, que exploraba nuevas tierras, que se perdía durante días volando con los dragones.

Pude sentir que no era Sigrhildr quien vivía esto...Era Adelaida.

Por unos minutos, fui más fuerte, más consciente, pero sobre todo…menos rota. Y por primera vez, no me daba miedo sentirlo.

Después de lo que parecieron escenas sacadas de un sueño, aterrizamos suavemente en la montaña, el hogar de los dragones.

Y ahora sí, era tiempo de hablar.

No sabía cómo empezar la conversación. Me sentía nerviosa. Cuando me fui, no me despedí. No les di una explicación. Simplemente desaparecí.

Creí que, al igual que los aldeanos, ellos se habrían olvidado de mí. Pero no fue así.

—Creo que tendría que empezar por disculparme con todos—Bajé la vista, avergonzada por mi accionar.

—No hace falta, querida —la voz grave de Kaeldrak me sobresaltó—Yrsa nos contó lo sucedido. Como imaginarás, el salto temporal nos tomó por sorpresa.

—De igual forma, merecen una explicación. En su momento fueron los únicos que me cuidaron—Mi voz se atoró en la garganta—También fueron los únicos que me rescataron.

Esto último lo dije casi en un susurro, con la cabeza baja.



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En el texto hay: vikingos, viajeseneltiempo, dragones humano dioses

Editado: 20.10.2025

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