Perspectiva de Trosten:
Hace tiempo atrás, antes de que todo cambiara, la vi. Era igual que yo: aislada del resto, ignorada, despreciada dondequiera que estuviera. En ese entonces no pude acercarme; no tenía voz, no tenía fuerza. Pero ahora... ahora está frente a mí. Y ahora no soy aquel renacuajo pisoteado por sus superiores. Ahora soy yo quien está pisando cabezas.
Desde la tiniebla podía ver cómo miraba en todas direcciones, totalmente desconcertada. La sigo cuidadosamente hasta que veo cómo va al socorro de un herido. Eso me llama la atención: ¿cómo podía ir en ayuda de aquellos que prefirieron lanzarla a los brazos de la muerte?
Cuando retomó su rumbo al campo de batalla, se desvió a la herrería. No pude contener más mi emoción y opté por realizar mi gran entrada. Al ver mi silueta, se congeló en su lugar; podía apreciar cómo entrecerraba los ojos para intentar distinguir quién era el que la esperaba en la oscuridad.
Salí con paso relajado; una sonrisa se me escapó de los labios al ver cómo se le desfiguraba la cara al descubrir que quien salía de las sombras no era un rostro conocido.
—¿Te gustó la bienvenida? —pregunté con curiosidad.
Su rostro se veía pensativo; parecía que buscaba algo en lo profundo de su mente.
—Troste.
Habló en apenas un susurro, pero para mí fue lo suficientemente claro y alto como para generar mil emociones en mi interior. La sensación de cosquilleo en mi abdomen era imparable. ¿Podrá ver lo que genera en mí?
Me aproximé a ella, pero retrocedió por inercia. Podía ver el característico brillo del miedo en sus ojos, lo cual me, por una parte, me angustiaba, pero por otra me hacía sentir más grande de lo que ya soy.
—No tienes por qué temer —no pude evitar mirarla con picardía en los ojos—. No quiero lastimarte; al contrario, te quiero de mi lado.
Mis palabras solo tenían honestidad. Había soñado más veces de las que debería con este encuentro; solo que en esos sueños ella me miraba con pasión y amor en sus ojos, me agradecía por hacer cenizas al pueblo que la lastimó, me suplicaba ser mía.
No me detuve. No quería detenerme. Me acerqué tanto que podía sentir el aroma a claveles que tenía en el pelo, sentía cómo nuestras respiraciones se mezclaban. Aquellos ojos que antes había visto a la lejanía ahora estaban a centímetros míos, y pude apreciar que algo en ellos había cambiado: tenían sed de grandeza. ¿Y quién mejor que yo para dársela?
—¿Sabes? —tomé un mechón de su pelo y me lo llevé a los labios, queriendo guardar su aroma en mi ser—. Te debo todo lo que soy, mi desvelo.
Si pudiera entender por qué es la culpable de mis noches de desvelo, tal vez no sería tan fría y temerosa conmigo; tal vez me mostraría agradecimiento y devoción.
Observé cómo miraba a su alrededor. Parecía que la temerosa y rota joven que conocí se desvanecía como el alba. Ahora estaba dispuesta a pelear, y aunque eso me hacía sentir mariposas, no voy a doblegarme. Sin dudarlo, la tomé por las muñecas. Le quería enseñar que si mi deseo fuera romperla, ya lo hubiera hecho.
Me acerqué a su oído y, en un susurro, le hablé:
—Veo que estás dispuesta a pelear. Qué extraño, ya que antes no te habrías atrevido. Veo que has cambiado —La miré de arriba a abajo, me generaba satisfacción verla vulnerable—. Pero me pregunto si sigues siendo una ratoncita jugando a ser gato, o si te convertiste en una zorra astuta.
Luego de mis palabras, pude sentir cómo empezaba a temblar bajo mi tacto. Intentó soltarse, pero era inútil, y ella lo percibió.
Antes de que pudiera darme cuenta, alzó su mirada y, de forma autoritaria, me miró. Era tan obvio lo que quería demostrar: fingía ser valiente, cuando estaba temblando cual papel bajo mis manos.
—¿Cómo es que me conoces?
Sus ojos despertaban un instinto primitivo en mí, encendían algo que nunca nadie había logrado. Al tenerla conmigo, entendía por qué los dioses la habían acogido y cuidado, y ahora yo quería poder hacerlo también.
Solté mi agarre para poder acomodarme el cabello. Una media sonrisa se me formó en los labios; todavía no podía confesarle que estábamos destinados a estar juntos.
Pensativo, le contesté:
—Hay tantas cosas que quisiera contarte, y muchas otras que agradecerte, ¿sabes? Pero por ahora me satisface este primer encuentro, ratoncita.
No podía permanecer más tiempo a su lado, porque mi idea de solo verla se estaba escapando de mi cabeza y me la terminaría llevando a la fuerza. Lo que quiero es que ella venga a mí.
La aprecié por un último momento y me disponía a irme cuando sentí cómo su mano tomaba mi muñeca. Esto me sobresaltó; su tacto era muy diferente a cuando yo la había tomado por las muñecas. La miré detenidamente; me daba curiosidad saber qué era lo que quería de mí.
—¿Qué es lo que quieres?
No pude evitarlo y solté una risa ruidosa. Pensé que había sido muy claro dando a entender qué es lo que quería. Me rasqué la cabeza y la miré.
—Veo que todavía no lo descubres.
Me acerqué peligrosamente a ella. Si antes nuestras respiraciones se habían mezclado, ahora podíamos sentir los latidos del otro. La tomé por la barbilla y me acerqué peligrosamente, quería poder hacerla mía en ese preciso momento, pero sabía que no debía apresurar las cosas.
Me acerqué lo suficiente para que fuera lo más íntimo posible y, por fin, le contesté cuál era mi objetivo: