Al escuchar mis gritos, Sigrhild, o quien sea que fuera, me miró con un brillo diferente en sus ojos; su mirada era oscura, seria. Las otras veces que me había observado, su mirada ocultaba otras emociones, pero esta vez pude ver con claridad que lo que estaba sintiendo era odio de verdad.
—No —habló con voz profunda—. Lo único que estoy haciendo es enseñarles quién tiene el control ahora.
Y luego de esa respuesta se dirigió a mi padre.
—No quiero que vuelvan a poner en tela de juicio mi ayuda, porque la próxima vez que pase les voy a dar razones para que me tachen de villana.
Mi padre simplemente asintió en silencio.
Miró a su alrededor; yo la miraba, desconociendo a la persona que me había transmitido esa aura tan llamativa. Ahora parecía una persona totalmente diferente; algo en mi interior se removió.
—Entonces, ¿alguien tiene algo más que quiera decirme?
Y al ver que nadie más se atrevió a desafiarla, tomó asiento.
Luego de eso, todos intentamos retomar la reunión, tocando los siguientes temas de la lista, pero yo no podía mantener mi mente en la charla; solo podía verla a ella. Intentaba descifrar qué le había pasado para tomar tal actitud, pero cuando creí que la chica que me había llamado la atención era solo una máscara, vi sus manos.
Estaban temblando, buscando confort en el lomo de un pequeño dragón que tenía en su regazo. Una leve sonrisa se escapó de mis labios; no importa cuánto intente ser fuerte, sigue siendo una novata entre nosotros, ni cuando miedo nos quiera causar. En el fondo es incapaz de ser así, y eso conmovió algo en mi interior.
Pero no podía dejar pasar esto; no podía amenazar a todo mi pueblo e irse sin más. Aparte, era mi oportunidad de poder hablar más tiempo con ella a solas.
La reunión prosiguió con un ambiente más denso y pesado que antes. Cuando vi que la reunión estaba por terminar, me aproximé a ella. La pelirroja estaba intentando poder irse con Kaeldrak; cuando vi que la gran bestia estaba lo suficientemente lejos, la tomé por la muñeca.
—¿Qué fue todo eso? —hablé firmemente.
Ella, por su parte, me miró con una ceja levantada.
—Buenas noches.
Se soltó de mi agarre y se disponía a irse, pero no podía permitir que se vaya así como así. Esta noche no quería ni tenía la paciencia para seguirle su juego; esta vez iba a tener que hablar conmigo.
—No —dije firme—. Ahora no vas a empezar con ese jueguito.
—¿Qué juego? —preguntó curiosa.
La miré con cansancio; no podía distinguir si genuinamente no sabía a lo que me refería o si solo buscaba molestarme.
—El de no hablarme.
—¿Y cuándo hemos hablado realmente? —me miró desconcertada.
Sus palabras me tomaron por sorpresa. ¿Cómo podía ser que solo yo recordara aquella charla en la cabeza?
—¿Ahora vas a hacer como que no te acuerdas? —la miré expectante—. En la cabaña, sabías sobre mi libreta; fue la primera vez que me hablaste.
Podía sentir la expectativa en mi voz, pero ella simplemente levantó los hombros restando importancia, y esa acción rompió algo en mi interior. Podía sentir el enojo florecer en mí.
Hacerme sentir especial, hablar de mi sueño, fingir que le importaba saber por qué lo dejé de lado… ¿Acaso todo fue una mentira? No lo pude controlar; el enojo y la frustración se apoderaron de mí.
—¿Te crees muy especial? —hablé sin pensar—. Sin los dragones tú no eres nadie.
Apenas dije tales palabras, me arrepentí. Ella se giró para verme; aquellos ojos marrones que en mi sueño me miraron con tanto amor y admiración ahora estaban apagados, y solo podía ver un sentimiento que conocía: Decepción.
—¿Y tú? ¿Creés que te siguen porque sos especial? ¿Por qué tenés ideas novedosas? —podía sentir el veneno en cada palabra que decía.
Dio un paso en mi dirección; solo podía escucharla en silencio, temiendo que sus palabras fueran reales.
—Te siguen porque vas a ser el jefe de la aldea. Si no, para ellos serías invisible y no serían tus “leales” amigos —dio otro paso—. Pero sobre todo, tu querida y amada Astrid te “ama” porque le das estatus y poder, porque basta que te ponga ojos de borrego para que le des lo que pide.
Esas últimas palabras me cayeron como vómito de dragón; podía aceptar que me dijera cualquier cosa, menos que pusiera en tela de juicio el amor que nos tenemos Astrid y yo.
—No sabes lo que dices, ella realmente me ama —me excusé.
Soltó una risa burlona, que me resonó en todo mi interior, pero pude percibir que ella ya sentía la duda crecer en mí, y no podía mentir… mentirme.
—¿Realmente querés saber si te ama por lo que eres y no por lo que das? Bien —cruzó sus brazos sobre su pecho—. Dile que renuncias a ser el jefe, que tienes otros planes en mente, que quieres seguir tu sueño, y vamos a ver si ella te apoya o va a intentar convencerte a toda costa de que no dejes tu puesto.
Por un momento abrí mi boca para decir algo, pero luego de un segundo la cerré; estaba pensativo. No podía dejar que note que por un momento estaba cayendo en su trampa, que el miedo y la curiosidad estaban peleando en mi interior.
¿Y si realmente lo que ella me estaba diciendo era verdad? ¿Si todo mi amor por ella no significaba nada? ¿Cómo podía continuar después de eso?
Pero no podía permitir que las palabras de una extraña me destruyeran; no le iba a dar la satisfacción de que me viera caer.