La que desapareció del tiempo:el lamento de los dragones.

Capítulo 22:La niña que dejé atrás

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Sin darme cuenta, mis pasos iban acelerándose con cada respiración. La cabeza me daba vueltas; sentía las mejillas arder.

El enojo subía desde mi estómago hasta la garganta. Quería gritar, romper algo. Pero, sobre todo, quería correr. Perderme en el bosque, desaparecer, que nadie pudiera encontrarme.

¿Cómo podía venir a culparme de su relación y, al mismo tiempo, decirme que me quería recuperar? ¿Quién se creía? Pensaba que podía romperme, dejarme tirada… y después, cuando en su vida aparecía una mínima grieta, esperaba que yo se la curara.

Tomé mi pelo con ambas manos. Necesitaba despejar mi cara; me sentía enredada, atrapada en algo invisible que no me dejaba avanzar.

Mis pensamientos iban más rápido que mis pasos. Me detuve en seco; necesitaba oxígeno, necesitaba volver a mí.

Respiré profundo. Me agaché, apoyé las palmas sobre el pasto húmedo y frío. Dejé que mi respiración se estabilizara durante cinco minutos, sin pensar en nada más que en el aire fresco entrando por mi nariz y la textura helada de la tierra bajo mis manos.

Me recosté hacia atrás, con un poco más de calma, mirando el cielo teñido de diferentes tonos naranjas por el atardecer.

Con la mente más clara, entendí algo fundamental.

Él no es quien me lastimó —dije en voz alta para mí misma.

Y tras decirlo, las lágrimas comenzaron a brotar como las gotas de una tormenta que estaba esperando para caer libremente.

Todo este tiempo me había escondido en un caparazón que yo misma me había puesto por miedo a encariñarme de nuevo con aquel chico divertido que me rompió en pedazos; por sentir que, al fin, era parte de los campesinos que me habían despreciado; por creer que, si veía a mis padres vivos, dudaría en querer volver con las personas que me aceptaron sin titubear.

Volví a este pueblo pensando que la guerra era contra ellos. Creí que regresando podría deshacerme de todo el odio y enojo que tenía, cuando realmente la batalla que vine a enfrentar es contra los fantasmas que me siguen atormentando.
Y que, lo que creía enojo, no era nada más que…

Dolor.

Me acurruqué en el lugar, abracé mis piernas como si mi vida dependiera de ello, porque, para mí, en este preciso momento así era. Tenía tantas cosas que aclarar… pero no importa cuántas veces llore, ni cuántas veces sienta esta sensación en el pecho: nunca se va.

—¡Sigrhildr!

Escuché una voz a lo lejos que me llamaba.

—No, tonto, ese ya no es su nombre —eran los dragones—. Ahora se llama Adel… ¿Adelmanga?

—Creo que así no se pronunciaba.

Podía escucharlos cada vez más cerca; en mi tormenta interna no me había percatado de que los había dejado atrás.

Me paré de golpe y, con un movimiento rápido, sequé las lágrimas que recorrían mi cara.

—¡Acá estoy! —grité para que pudieran localizarme.

Con pasos ágiles intenté aproximarme hacia donde había escuchado las voces. Cuando los logré divisar, corrí hacia ellos.

—¡Kaeldrak, Yldrok! ¡Por aquí! —ya me habían logrado ver.

Pero cuando estaba a unos pasos de ellos, el piso debajo de mí desapareció y todo mi cuerpo cayó en una oscuridad absoluta.

Al caer en la nada misma, me encontré transportada a un lugar que había escondido en lo más profundo de mi ser. Tras unos segundos, mi cuerpo se encontró con tierra firme, y me di cuenta de que debía enfrentar a aquella niña que tanto tiempo había escondido.

Estaba a unos metros de una pequeña que se encontraba de espaldas, viendo el cuerpo sin vida de su madre.

Mi piel se erizó, mis manos se cerraron en puños. A mi alrededor solo se escuchaban los gritos de los aldeanos desesperados por apagar el fuego en distintos puntos; todavía había ruido de armas chocando y de personas pidiendo ayuda. Pero mi atención estaba únicamente puesta en aquella niña de apenas cinco años.

Su llanto era elevado y el dolor de su garganta se transfería a la mía. Era un ardor fuerte, de ese que te lastima tanto que no podés comer cosas sólidas por días. Todos corrían a su lado, pero durante el tiempo que la observé, nadie —en ningún momento— se detuvo a consolar a la pobre criatura que llamaba a su madre.

Las lágrimas volvieron a salir, recorriendo todo mi rostro, dibujando surcos por donde pasaban. No las contuve; no serviría de nada. Simplemente me dejé sentir el dolor que me atravesaba.

El frío de la noche era fuerte y me entumecía las manos. Intenté dar un paso en su dirección, pero algo en mí me lo impedía: miedo, incertidumbre… o simplemente el inmenso dolor de ver a mi madre sin vida otra vez.

Respiré con dificultad y me dispuse a acercarme. Al llegar junto a ella, el llanto era aún más fuerte y podía ver cómo las lágrimas dejaban pequeñas líneas marcadas sobre su rostro sucio. Sus mejillas estaban rojas, ya sea por el frío o por tanto llorar.

—Hola, pequeña —hablé con tono suave.

—Mi mamá… —dijo con dificultad, señalando el cuerpo frío.

Al ver la escena más de cerca, un nudo se formó en mi garganta. La sensación era extraña: la mujer que veía era mi madre, sí, pero el dolor que sentía no era por su pérdida… sino por verme tan indefensa.
Tan sola.

—Ven, corazón —dije mientras cargaba a mi versión más vulnerable—. No tienes que admirar esto.



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En el texto hay: vikingos, viajeseneltiempo, dragones humano dioses

Editado: 25.11.2025

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