Entramos en un ala completamente iluminada. Mis ojos tardan en adaptarse un poco. Miro a Luca y sus ojos son negros nuevamente.
—¿Cómo es que las cámaras y sensores no se han disparado? ¿No, nos ven? —pregunto. Esa duda no deja de acosarme.
Luca levanta mi muñeca y señala el aro metálico que me colocó.
—Esto te desaparece —dice—evidentemente no funciona para siempre. Unas escasas horas, afortunadamente para nosotros, los encargados, han puesto demasiada confianza en las máquinas y suceden cosas como estas; se crean grietas. Todo en el afán de tener un trabajo más fácil.
En esta sección, las puertas son metálicas, no como los cubículos.
Luca logra que abran sólo con pasar su dedo por los lectores.
—¿Cómo haces esto? —pregunto. No puedo evitarlo, hasta ahora creía que la seguridad y forma de funcionar del BIOS era inquebrantable.
Pone los ojos en blanco.
—Las grietas, Maika. Ahora calla.
Seguimos un largo pasillo, hasta dar con un mirador. Detrás del cristal se ve una sala blanca donde una decena de robots en varias estaciones, sesionan cuerpos humanos vivos.
Mi estómago da un vuelco.
Uno desprende la piel, otro va extrayendo la sangre que va a pequeños contenedores ya clasificados, un líquido blanquecino de la espina dorsal. Y luego los órganos, por último, el corazón y cerebro.
Siento que mi cuerpo es de goma.
—Esta es la ascensión que tanto quieres —escucho decir a lo lejos a Luca.
Siento una fuerte presión en mis oídos.
Y de repente, el mundo gira y se queda en negro.