La Quinta Dimensión

Tratamiento.

—Maika, tu ritmo cardiaco y niveles de cortisol se encuentra elevados. Debes asistir con tu proveedor de salud, en breve —la IA usa un tono de voz autoritario— o enviaremos un tutor para que te asista.

Me siento aturdida, ¿acaso todo fue una pesadilla? ¿Estaré delirando?

“Te espero, en la playa 402. Trata de calmarte. Génesis está registrando tu angustia. Luca”

No, no fue una pesadilla.

Un sollozo, se escapa de mí.

—Un tutor, llegará en breve.

La puerta de mi cubículo se abre. Y entra un hombre joven con esos uniformes grises que usan los adultos, con una sonrisa aparentemente amable.

—Maika 226580. Se me informa que te encuentras un tanto alterada. Así que te acompañaré al ala médica para que te hagan una revisión completa.

Asiento y me pongo de pie.

La última vez que estuve en el ala médica, fue cuando tenía 13 años.

Ya no recordaba el camino, pero me parecía extrañamente familiar.

De repente, volví a estar en el mismo pasillo que me llevó a la horrenda sala de los robots y cuerpos desmembrados.

¿Me estarían llevando allí?

Siento que me falta el aire.

—¿Puedes caminar o solicito una camilla? —pregunta con preocupación el tutor.

—No… no… puedo… caminar —siempre he tenido problemas para hablar, pero mi miedo me lo pone aún peor.

—¿Puedes o no puedes?

—PUEDO.

Continuamos caminando hasta llegar el ala médica. Hay un par de proveedores de salud, esperando en una habitación con el típico mobiliario de consulta médica; escritorio, camilla, etc.

—Bienvenida, Maika —dice uno de ellos—por favor cámbiate, hay un traje en el baño.

Hago lo que me dicen, mientras de refilón, veo que el tutor que me trajo, está en la entrada.

Me quedo pensando, mientras me cambio por un enterizo parecido una segunda piel, que los tutores nunca son los mismos, siempre están cambiando, nunca nos dicen sus nombres y nos hemos acostumbrado a eso. Desde niños, prácticamente, nuestra mayor interacción era con la IA, y en mi caso ni con mis congéneres. Salgo del baño, y me indican que pase a otro espacio.

Allí hay una cápsula médica. Me acuesto en ella y una luz me enceguece.

—Mantente quieta, por favor.

Por unos segundos, escucho un pitido. Y luego nada.

—Listo. Puedes irte a cambiar.

Al volver, el proveedor que no ha hablado, me dice:

—Aparentemente estás bien, tu organismo registra un ataque de pánico reciente, y lo que vives son las secuelas de ello. Te vamos a administrar un tratamiento farmacológico, para que te sientas mejor.

Mientras me muestra, una especie de parche.

—Extiende tu brazo, por favor.

Lo hago y al entrar en contacto el parche con mi piel, siento que me desvanezco nuevamente.




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