Seis días después de la invasión.
—Ellos se van a Crondiessel Norte… —indico al conductor revisando la hoja en donde están los nombres de las 80 personas, que la guardia, papá y yo hemos encontrado hasta ahora—, ¿siguen teniendo espacio, cierto?
—Ya no hay espacio en el norte, pero en la Bahía de Bullmar, hay dos hoteles que están dispuestos a recibirlos. Claro, que hay que pagar… —me dice el mensajero que está con él.
La Bahía de Bullmar es un pueblo turístico de Crondiessel, está lleno de vegetación y tiene unas playas divinas, igual que cascadas. Quedarse ahí es carísimo, así que analizo la idea del hotel.
—El señor Alberto, está a lado del cuarto de pertenencias, pregúntele si podemos enfrentar eso —los envío con el que se encarga del tema económico.
—Está bien, princesa, gracias.
Le sonrío.
Estamos en una casa de campo de la familia real, a casi una hora de la ciudad de Crondiessel Centro. Los transportistas llegan aquí y se organiza a donde se enviarán todos, la gente del oeste y sur también llegan aquí para ser trasladada a otros lados. Ahora ya no es una casa, sino una casa del pueblo, en donde cada habitación está designada a una labor específica.
Por razones de seguridad, se nos prohibió enviarnos correspondencia, para que nadie pudiera seguir a los mensajeros, por ello, desconozco la situación de mis hijos, y también la de Alexander. Solo falta una semana para que mis niños cumplan su primer mes de nacidos. Tenían leche ordeñada suficiente para cinco días, estoy tratando de hallar la manera de hacerles llegar.
Así como ellos cumplen un mes, Alex cumple años, y me da mucho pesar pues este sería su primer cumpleaños juntos.
Todos los días es lo mismo, despertar en el refugio junto a mi padre, viajar hasta acá, recibir a la gente, organizarla, darle apoyo económico, revisar donde hay espacios disponibles y enviar información a mis hermanas que están en el este, y luego tarde en la noche volver al refugio con el miedo de ser atrapados. El ejército de Jebbel está dándose la gran vida en el palacio y gozando de él. El castillo de Crondiessel se caracteriza por su fascinante estructura y los tesoros que guarda.
Termino de escribir un par de cosas y me voy donde papá que está hablando con su general de guerra.
—Buenas tardes —saludo.
—Princesa —el hombre se agacha—, le contaba a su majestad, que los soldados que tenemos peleando en el oeste han estado firmes, pero algo que no sabía es que usted y el rey habían enviado grupos independientes.
—Yo no envié nada, hija. ¿Tú lo hiciste?
Niego.
—¿No son de Handace? —inquiero.
—Los soldados de Handace están cubriendo la ciudad…
—Seguro tus hermanos los contactaron.
—Si, creo.
Nos despedimos del general, son las siete de la noche y papá y yo vamos a la sala de la casa en donde está toda la gente que llega.
—Edna, ¿cuántos están esperando el transporte? —le pregunto a una de las tantas ayudantes con la organización.
—Hay 35 que ya están completamente listos para irse, y hay 20 que no les han dado el apoyo económico.
—¿Hacia dónde van?
—Para Micelar, se van a quedar en unos cuartos de alquiler. Pero otra parte a un hostal.
—Bien….—busco a alguien para la tarea—, ¡Leroy!—llamo a otro de los trabajadores—. Junto con Edna, pidanle el nombre a los que no han recibido el apoyo económico y se les hará llegar a la residencia que se les asignará.
El chico asiente y papá y yo alzamos la voz en la sala.
—Les pedimos un minuto por favor —pido.
—Los que acaban de llegar pasarán la noche aquí, los que llegaron al mediodía ya deben tener el apoyo económico, y sus transportes estarán viniendo por ustedes antes de medianoche. Y los de la mañana deben estar abordando sus transportes en media hora. La comida para el viaje está en la mesa de afuera.
Somos cincuenta personas trabajando en la organización aquí, también están las de el este y el norte que están asignando a las personas que se fueron antes del ataque.
Después de un rato me voy a mi cuarto en esta casa, para buscar la maleta que traje del refugio esta mañana, me baño y cambio de ropa y para cuando salgo veo una figura en la sala que me hace correr hacia ella.
—¡Bash! —me cuelgo al cuello de mi hermano mayor.
—Insecto… —me besa la frente y mi padre sonríe.
—¿Qué haces aquí? —le pregunto.
—¿Crees que te dejaría ir tan solo con tu mayordomo y un guardia a esa misión?
Responde papá y me siento más tranquila. Necesito ir a dejarles leche a mis bebés así que me toca viajar a Undit.
Me despido de papá y junto a un guardia, mi mayordomo y mi hermano nos subimos al carruaje que nos llevará a Undit, el viaje es de casi seis horas. El guardia va a conducir y a su lado el mayordomo y adentro del carruaje mi hermano y yo. Traje algunas cosas de comer para el camino y se las compartimos a los que van adelante. Los caballos se detienen a beber agua y yo aprovecho para buscar un abrigo.
—¿Cómo están las chicas? —le pregunto a Bash que está con sueño.
—Bien, están trabajando mucho pero bien.
Está tenso y cansado.
—¿Cómo están las cosas allá?
—Se está organizando lo mejor que se pueda. Pero la gente está triste, muy triste.
Suspiro.
—Dejaron sus hogares por una guerra de la cual no estaban enterados ni del por qué.
Asiente.
—¿Has sabido algo de Alex? —le suelto.
—No, pero sé que la guerra allá aún es fuerte.
Lo veo tambalearse y recuesto su cabeza en mi hombro.
—¿Qué hay de Kaela?
—No sé…la última vez que supe de ella, fue gracias a uno de sus mensajeros. Handace está muy sentido, por el hecho de que la barrera no haya sido de total ayuda.
—En realidad ayudaron, por lo menos pude dar a luz a mis hijos, en un ambiente “normal”. Y estoy segura que estarás con ella pronto.