La inmensa sonrisa que tenía Urano en los labios me causó un mal sabor en la boca. El simple recuerdo de aquellas muchachas gritando aterrorizadas no hacía más que erizarme la piel. Él sonreía como si no le hubiese quitado la vida ni a una mosca.
Cualquier persona que observase a Urano no podría contener la baba que pelearía por salir de sus labios. La belleza de aquel vampiro era inigualable; aunque no era el típico chico de cabello rubio y ojos azules. Él era todo lo contrario. Por más heterosexual y homofóbico que pudiese ser una persona, no podría contenerse ante el encanto de Urano: el culo terminaría traicionándolo.
—Espero que me concedas este baile, nena —habló en voz muy baja, para que solo yo pudiese escucharlo. No di indicios de querer aceptar su petición, pero tampoco indiqué lo contrario. El vampiro me tomó la mano y me guiñó un ojo, sin apartar aquella sonrisa de sus labios.
«Nena, nena, nena».
Los Oscuros habían formado una circunferencia, rodeando a las seis parejas que bailarían el vals que los músicos tocarían. Todos los humanos se en compañía de (“importantes”) sobrenaturales.
Cid Prima tenía a mi hermana abrazada por la parte baja de la cintura, sosteniéndola en la posición adecuada para bailar. Lo mismo sucedía con Joanne, pero ella estaba junto a Balthazar Prima.
Al ver a Cid me fue inevitable recordar a Marcie, con aquella expresión de dolor en su rostro. Sin embargo, Wendy se mostraba cómoda con su pareja, incluso sonreía. Ambos se intercambiaron palabras inaudibles a mis oídos, las cuales ensancharon sus gestos.
En cambio, las facciones del rostro de Joanne no se relajaban; estudiaba su alrededor con desconfianza, sin prestarle ni la más mínima atención a Balthazar, quien la observaba con fijeza.
—Nuestros elegidos bailarán una hermosa sonata, acompañados de algunos miembros de la realeza —habló Dominic—. Este baile le dará inicio a la fiesta que hemos estado esperando y preparando durante siglos.
Aunque Urano se mostraba encantado ante la idea de ser el centro de atención, yo no compartía el mismo deseo. No me sentía nada cómoda rodeada de aquellos Oscuros; y el hecho de estar abrazada por uno de ellos tampoco me hacía sentir mejor. Luego de haber pasado por todo a lo que habíamos sido sometidas en esos lóbregos años no había forma de que su presencia me agradara. No tenía sentido que quisieran portarse bien luego de habernos llevado al mismísimo infierno.
Además, el hecho de no saber con exactitud la razón de esta celebración no hacía más que avivar mi nerviosismo. Me sentía desconfiada y en desventaja al no saber qué estaba pasando, o lo que pronto iba a suceder. Era imposible sentirme bien rodeada de tantos asesinos.
Urano acabó con la distancia que había entre nosotros, haciendo que su agrio perfume perforara con violencia mis fosas nasales. Aunque olía bien, parecía haberse echado la botella entera de perfume.
Al parecer, mi incomodidad se hizo notar, ya que Urano me miró directamente a los ojos, sin quitarse aquella plástica sonrisa de los labios.
—Quita esa cara de llovizna, Wynona. —Inhaló una gran bocana de aire antes de seguir mirando a sus espectadores—. ¿Por qué no te relajas un poco, nena? Deja los nervios, has pasado muchísimo tiempo sin pasarla bien, ¿no crees que deberías disfrutar de esta fiesta? Sé que no es lo que a ustedes, los jóvenes de esta era, les gusta, pero creo que no está nada mal.
No le di una respuesta a su comentario. Su extraña manera de expresarse me recordó el extenso tiempo que había vivido en la tierra. Urano era siglos mayor que yo. Cuando él había nacido la madre de mi abuela ni pensaba nacer.
Los músicos empezaron a tocar sus instrumentos, provocando suaves y hermosas melodías. El melancólico y delicado vals me perforó cada poro de la piel, causando una exquisita sensación en mi ser. De alguna manera me relajó.
Urano apretó su agarre en mi cintura y empezó a moverse, indicándome que debía acompañarlo en esta sutil pieza. A pesar de que no me sentía totalmente cómoda, aquel hermoso sonido había logrado relajarme, por lo que no me causó problema moverme junto al vampiro.
Tenía la sensación de ser la trapecista de un circo: todos los espectadores nos miraban emocionados y aparentemente alegres de nuestra existencia.
Trevor Bramson, uno de los gemelos, no parecía estar disfrutando nada de aquella hermosa sonata: su rostro lo delataba. Al igual que Joanne, se mostraba desconfiado y nada a gusto con su pareja de baile.
Los rasgos de aquella muchacha con la que Trevor bailaba se me hacían similares, aunque era una desconocida para mí. Sus ojos verdes se mostraban sin brillo y parecía asqueada ante la presencia de Trevor. Su cara también la delataba.