La Rebelión de los Oscuros

Siete: La creación de Lycan

Jaydev entró a su casa con una enorme sonrisa en los labios, feliz de poder llevarle alimento a su familia por primera vez en su vida. El señor Ranjit, un pastor para el que trabajaba,  le había dado un grato regalo por haber cumplido con sus responsabilidades al pie de la letra luego de cinco meses de trabajo. Era imposible que Jaydev no se sintiera feliz, durante todo aquel tiempo que llevaba cuidando ovejas solo había recibido un par de monedas de cobre cada dos semanas. Las ganancias de un ayudante de pastor no eran una millonada. 

—¡Maan! —exclamó el niño al entrar a su casa con una enorme sonrisa en los labios—. ¡Mira lo que he traído!

La señora Narendra dejó de lavar los únicos tres platos que había en la casa y se dio la vuelta, para ver a su hijo con la mirada apagada. Se estampó en los labios un intento de sonrisa, la cual no pareció más que una mueca desganada. Llevaba casi un día entero sin comer ni una migaja de pan, estaba tan hambrienta que con dificultad podía mantenerse de pie. Sin embargo, debía hacer todo lo posible para que ninguno de sus hijos se preocupara, aunque ya se había convertido en una tarea tan difícil que le resultaba imposible.

La mujer, al ver el pequeño cordero que su hijo cargaba, dejó escapar un grito lleno de terror. Jaydev frunció el ceño y miró al animal en busca de una respuesta a aquella reacción, pero no la encontró. El animal había muerto hace menos de una hora, asesinado por el despiadado lobo que había estado aterrorizando al pueblo desde que el invierno cayó.

Los aldeanos lo habían apodado: La Bestia de la Luna.  

Todas las noches el enorme animal le aullaba al brillante satélite, obteniendo como consecuencia aquel apodo. Algunos campesinos se atrevían a decir que había sido enviado por la Diosa de la Luna, pero a muchos le resultaba imposible creer que su diosa más adorada los castigara de aquella manera.

—¡Jaydev! ¿Cómo se te ocurre traer a ese pequeño pashu a esta casa? —exclamó la mujer horrorizada. Narendra cerró los ojos y empezó a susurrar en voz alta el mantra de la familia—. Los animales son vida; comerlos es robar una vida. Los animales son vida; comerlos es robar una vida. Los animales son vida; comerlos es robar una vida.

La familia de Jaydev era conocida por todos en el pueblo. Los hombres se han ganado la fama de trabajadores honorables; mientras que las mujeres han sido clasificadas como hermosas y humildes. Sin embargo, aquella fama no les da el crédito suficiente como para vivir cómodamente. Con el paso del tiempo las riquezas que sus antepasados se han ido gastando. Los precios de la comida suben, pero las ganancias se mantienen igual.

Una de las otras cosas que el pueblo toma como característica de la familia de Jaydev es su extraña manera de comer. Son la única estirpe que no ingiere carnes de animales; se alimentan a base de frutas y vegetales que siembran en el patio de su jardín. Sin embargo, la obtención de semillas está bastante complicada también.

Un mantra adorna sus apellidos. Ha pasado de generación a generación y su poder no ha disminuido en lo más mínimo. Nadie en la familia se atreve a irrespetarlo. Hace un par de segundos la madre de Jaydev lo había estado pronunciando con los ojos cerrados y la indignación pintada en sus facciones: Los animales son vida; comerlos es robar una vida. 

 —Pero mamá… —Jaydev se detuvo al ver como su madre lo miraba luego de haber abierto los ojos: el horror estaba impregnado en ellos. Narendra inhaló un par de bocanas antes de negar con la cabeza.

—¡No quiero peros, Jaydev! Siempre te he dicho que no ingerimos carne animal. Al ingerir su cuerpo, nos tragamos sus malas vibras. ¡Está muerto! Y nosotros no comemos muertos.

Jaydev la miró con lágrimas en los ojos. Toda su felicidad se había esfumado y no había podido disfrutar de ella.

Narendra se cubrió la boca cuando empezó a toser estridentemente. Sin embargo, aquella acción no fue suficiente para apaciguar aquel ruido que de su cuerpo emanaba. Estaba tan débil que sostenerse a sí misma era un tarea difícil, por lo que, cuando cayó de rodillas al suelo no se sorprendió. 

Estaba más agotada de lo que cualquiera podía pensar.

Jaydev dejó el cuerpo del animal en el suelo y se acercó a su madre. Le peinó el cabello y le dio un par de golpecitos en la espalda para ayudarla a respirar mejor. Le era inevitable pensar que todo lo que le estaba sucediendo a su madre había sido causado por su culpa: él la había alterado al llevar al animal a la casa.

Estaba logrando que su madre perdiera las pocas energías que le quedaban.

—L-lo siento, m-mamá —susurró el chico con dificultad.



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En el texto hay: vampiros, hombres lobo, romance

Editado: 21.06.2018

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