La Recolectora. El poder en sus recuerdos

COMENZÓ A HUIR

                                                                       CAPÍTULO 1

COMENZÓ A HUIR…

Cayó la estatuilla al piso y supo que "El Chueco" había dejado este mundo. Lo entendió con tanta seguridad, que sostuvo la respiración, abrió más sus ojos y apretó con los dientes el tenedor en su boca, intentando escuchar mejor las palabras del noticiario. Desde el balconcito en que se encontraba, ajustó la vista intentando divisar algo, pero solo pudo ver los faroles prendidos de la avenida y una oscura noche sin luna. Se agachó, todavía con un pedazo de pan en la mano izquierda y se acurrucó en la esquina, entre el barandal de hierro forjado y la pared descascarada en donde tenía pegada su espalda.  Colocó el plato en el piso junto al tenedor. Tomó aire sin desviar la mirada ni pestañar. Hasta que giró su rostro para confirmar la estatuilla hecha añicos en el piso de la sala. «¿Cómo mierda cayó esa estatua?» pensó.

 

La policía acribilló a balazos a delincuentes que intentaron escapar de la cárcel…—citaba el reportero de la radio a lo lejos. No pudo precisar qué más decía, pero sí supo y ahora con total certeza, que su pareja, Pablo Vidal, apodado "El Chueco", nunca más regresaría a su lado. Le dio un frío por la espalda y sintió como si alguien le soplara el oído. Y aunque nunca creyó en esas cosas, pudo saber que se trataba del Chueco haciendo de las suyas. Aún muerto. Con la única intención, de reírse de ella.

***

—¿Te parece que no hay nada después de la muerte? —le preguntó un día, mientras cebaba un mate en su humilde cocina de su casa del barrio Marconi de Montevideo.

Ella le contestó con la boca llena de pan—: Ni muy muy, ni tan tan…¡Qué sé yo! Que yo sepa nadie regresó para contar cómo es del otro lado —Soltó una carcajada—. A mí no me interesan esas cosas. Ahora, vos no pasas de un cuentista, ya que si crees en eso… ¿Cómo podes andar diciendo que sos un matón a sangre fría y ladrón de bancos? —Se burló y escupió un poco del pan de su boca, tentada de la risa—. Yo sé que eso es puro cuento, lo de ser un matón, me refiero, pero la gente del barrio se cree todas esas mentiras que les decís a los chicos en el gimnasio —Le reclamó.

—¿Mentiras? No, mi sol de mayo, no son mentiras, y juro que te lo voy a probar algún día. Al igual que la historia del Zar y de su testamento. Nunca lo olvides —Se apresuró en contestarle; se besó el dedo pulgar con la mano cerrada y lo levantó al cielo, como sellando una promesa.

—No seas bobo, amor. Conmigo no tenes que fingir ser un héroe que rescata a la tarada que no sabe usar ni una sola neurona, es más, mi papo, no tuvo tiempo de contarme esos cuentos de las princesas rescatadas por su príncipe. El pobre apenas tuvo tiempo de darme de comer y juntar plásticos. Por lo tanto, mijo, no me hagas esas promesas ridículas de que me vas a regalar una vida de reina o esas guarangadas, que no necesito de eso para vivir. Tan solo te pido que no la cagues, Pablo. No la cagues, en serio te lo digo, que yo sé que no sos un sicario, pero tarada no soy. Vaya uno a saber que mierda haces con tus socios, y no puedo decir que haces algo malo, ya que en casa no aparece nadita. Ya vez como vivimos, ¿no? a mate y a pan de cena —Se volvió a burlar.

Pablo Vidal bajó la mirada y sonrió.

***

En esos momentos, y con esos recuerdos en mente, se le ocurrió, que le encantaría asustarla desde el más allá. Tal como lo había prometido en aquellos días. Apretó la boca y giró los ojos. Por un momento creyó sentirlo a su lado y hasta sentir su aroma. Reprimió esa idea. «No tengo tiempo para esas boludeses», pensó. En lo que sí creyó en esos días previos a la voz del noticiero, era que Pablo pasaría un buen tiempo en la cárcel. Por tal razón, se le puso en la cabeza que debía sí o sí, rezarle a la imagen chiquitita de la virgen María que había en ese lugar cuando llegó. Y con eso en mente, compró comida, un par de velas para prender con intención de liberarse de esa culpa de ser tan ‘boluda’ y por el miedo que no sabía cómo controlar. Estaba sola, muy sola y escondida. Pedía limosna; en los semáforos en un principio, y luego por las plazas. Ya que en los semáforos estaban los cuida coches, y recordó que Pablo siempre le había dicho que son los espías en el gobierno, de la CIA, de la policía o de la misma mafia. Por lo que ante la duda, decidió irse lejos de ellos. Pero el tema de rezar algo, le sacudía la mente en esos días de encierro. Y una noche lo hizo. Luego de mirar por horas la vela blanca y la imagen de la santa. «Cómo mierda se hace, cómo carajo se reza, la concha de tu madre…» pensó. Empezó:

—Padre san-tito, ten piedad del Chueco, y san-ta Bárbara, te pido… heeee! Te pido… que… que… regrese sanito mi a-mor Pablo Vi-dal… —Tartamudeó sin sentido.

La bendita vela se apagó. La volvió a prender, ya un poco más renuente de continuar con semejante estupidez, y se volvió a apagar.

«No te quiere ni Dios, Chueco» caviló y por más empeño que puso en hacer una oración para que él regresara, no pudo más que sonreír ante su ingenuidad y reclamó.

—¡Mi vida es una bosta, estoy meada por un elefante, ‘laputamadrequeteqecontramilpario’! —Susurró, tirando patadas para todos lados como una niña malcriada —.Que se vaya a la mierda el maldito Dios y la puta vela del orto. Juro que nunca más en mi vida voy a creer en algo tan estúpido  —terminó elevando la voz, tiró la vela contra la pared y puso la imagen en la repisa encima de la puerta.




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