La red [duskwood]

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PRIMERA PARTE

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Un mensaje

«Repite una vez más; Electroencefalografía» —el sonido emanaba desde la radio de mi auto. El tráfico estaba, como de costumbre, pesado. Pero desde hacía un tiempo para acá, hacer ejercicios de dicción era algo que descubrí me ayudaba a pasar el rato.

—Electroencefalografía —repetí remarcando cada sílaba.

«Bien. La siguiente palabra es: Otorrinolaringólogo»

¿Qué mierda de palabra era esa? Ni siquiera tenía la menor idea de lo que podía significar. Intenté repetirla, pero había perdido el hilo de la concentración saliendo de las calles congestionadas para tomar el camino rumbo a mi casa.

«Repite una vez más: Otorrinolaringólogo».

¡Mierda, mierda, mierda! Eso no estaba ayudando a relajarme, al contrario, me estaba estresando.

«Repite una vez más: Paralelepípedo».

Intenté apagarlo sin perder la vista del frente, sería muy tonto de mi parte, nada más imaginar los titulares en las noticias; “mujer muere en trágico accidente luego de intentar apagar su ayudante de dicción”. La voz robótica se detuvo y también mi auto. Aún no pasaban más de las diez de la mañana. Y, por suerte mi lista de pendientes para el día había terminado, misma que sólo incluía dos cosas: En primer lugar, tomar la clase de las siete, y segundo, tomar mi última revisión del proyecto de grado. Todo me había salido muy bien, lo cual significaba que este fin de semana iniciaba mi primer descanso después de tanto tiempo.

Bajé del auto rumbo a casa y puse el seguro. Apenas había dado los primeros pasos cuando me percaté de que había una persona esperándome o esperando afuera, junto al porche. Disminuí el ritmo de mis pasos, intentando identificar de quien podría tratarse, pero entre la distancia y el poco tiempo que tuve, me resultó imposible ir más allá de solo una suma de enumeraciones de su físico. Era un hombre caucásico, castaño, bastante alto…, en sus treinta quizás.

Una oleada fría me subió por la piel, aunque quise creer que solo se trataba de la brisa que soplaba insistente esa mañana. No tuve un buen presentimiento respecto al hombre.

—Disculpa, ¿buscas a alguien? —pregunté, deteniéndome justo en la primera escalera del porche.

El hombre giró y pareció sorprenderle mi inesperada llegada. Pude ver su rostro con claridad; llevaba una barba de leñador y era de ojos claros, pero en definitiva, era la primera vez que lo veía.

—Sí, ¿tú vives aquí? —Contestó con una pregunta. Asentí, mucho más confundida que en un principio y esperé hasta que volvió a hablar—. ¡Vaya! Lo siento es que yo… No encuentro una manera normal de decir esto.

Ladee la cabeza, confundida por lo que terminaba de escuchar, aun así, hice acopio de mi autocontrol para mostrarme al menos medianamente tranquila.

—¿Nos conocemos? —inquirí de nuevo y terminé de subir los escalones que me faltaban, ubicándome frente a él.

—No o bueno, al menos eso creo —estiró su mano a mí, ofreciéndome la—. Mi nombre es Thomas.

—Maxine Gardner. Max, para abreviar.

Luego formalidad del saludo, por demás, se mantuvo solo en silencio observándome; casi daba la impresión de que yo no era exactamente lo que había ido a buscar o, en cualquier caso, lo que esperaba encontrar. En mi defensa, encontrar a un extraño en mi puerta tampoco era algo que yo esperaba, teniendo presente que no muchas personas conocían mi dirección después de haberme mudado de la residencia universitaria en la que había pasado los últimos cuatro años.

Tenía la extraña sensación que este hombre, Thomas, había sido víctima de algún tipo de broma, misma que lo llevó a estar frente a mí. ¿O sus intenciones eran otras? Esa duda llevó a que, de la manera más disimulada, buscara en mi bolso el gas pimienta que me había comprado apenas una semana atrás.

—¿Puedo ayudarte en algo, Thomas?

—¿Conoces a Hannah Donfort? —Preguntó directo. Se acomodó las manos en los bolsillos del pantalón.

—¿Hannah Donfort?

—Sí, Hannah Donfort —Confirmó.

Tomé un momento para pensar en ello, pero estaba segura de que era la primera vez en mi vida que escuchaba ese nombre. Bueno, en la universidad conocía muchas personas y podía no recordar los nombres, tal vez un saludo o cualquier otra cosa. Sin embargo, aparte de eso, comprendí que la pregunta tenía que tener un trasfondo porque uno no se lanza a la casa de un extraño a esperar si conoce o no a alguien. ¿Sería acaso su novio o hermano?, ¿no volvía a casa desde cuándo?

—No, no recuerdo a nadie con ese nombre —dije al cabo de unos segundos—. Thomas, creo que alguien te ha enviado a encontrarte con la persona equivocada.

—Lo dudo mucho. Ella me envió tu número de teléfono en un mensaje de texto.

Di un paso más cerca de la puerta, el asunto estaba tomando un matiz que no me gustaba y lo último que quería era estar tan cerca.

—¿Mi número?

—Sí, tu número —confirmó, parecía desesperado—, sé que esto es raro, créeme que para mí lo es mucho más. Pero ella me envió un mensaje de texto donde estaba tu número, por eso encontré la dirección.




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