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Número desconocido
Thomas, Richy y Cleo tomaron asiento en el sofá frente al sillón en el que estaba yo, apenas y me habían dicho sus nombres. Ahora me parecían demasiado tímidos, teniendo en cuenta que unos minutos atrás todos discutían sobre el asunto ese en particular. Me mantuve en silencio, porque también estaba nerviosa, sobre todo por la presencia de ellos que seguían siendo mayoría. Una mayoría dentro de mi casa, en mi sala y con un centenar de posibilidades, pero por supuesto, yo les invité a pasar. No se me ocurría cómo iniciar la conversación y ellos tampoco parecían querer hacerlo. Los tres detallaban con minuciosidad la sala, como si buscaran alguna señal de Hannah, pero, a decir verdad, ese lugar no podía ser más básico y vacío; llevaba viviendo un par de meses nada más, pero no era mío, por esa razón prefería mantenerlo tal y como se me fue entregado.
La atención de todos se dirigió a la cocina cuando comenzó a sonar mi teléfono; lo había dejado sobre la isla antes. Me di cuenta con eso que los tres estaban alertas a cualquier cosa que pasara, hasta del más mínimo sonido, y quedó en evidencia con el simple sonido de un nuevo mensaje. Sospechaban de mí, era eso, aun cuando trataban de acomodarse a una cordialidad, quizá por mi deseo de colaborar. Hice el ademán de levantarme para ir a buscarlo fue entonces Thomas quien habló, haciendo que me detuviera enseguida:
—Me tomé el atrevimiento de comentarles de lo que antes habíamos hablado —dijo y entrelazó las manos—. Aun así, seguimos teniendo algunas preguntas para ti.
—Si no es un problema, por supuesto —dijo Cleo.
Enderecé el cuerpo para después inclinarlo hacía adelante, no dije nada pero pretendía dejarles claro que estaba escuchándolos y me interesaba atender.
—Creo que antes de todo eso te debemos una disculpa —dijo Richy y parecía apenado de verdad—, creo que los demás antes se han comportado mal contigo, debo decir que no somos así, pero creo que comprender las circunstancias.
—Lo entiendo —murmuré.
Intentaba hacerlo por lo menos, mantener la mente abierta ante toda la confusión. Lo único que esperaba al final era que en efecto resultara ser solo eso, una confusión y que, unas horas más tarde, se hubiese convertido en un recuerdo o en una de esas experiencias de las que hablas cuando te preguntan «¿qué es lo más raro que te ha pasado?» y entonces les respondería con total serenidad: «una vez un grupo de personas se plantó en mi casa porque creían que yo había secuestrado a su amiga».
—Bueno, creo que esta es una pregunta obligada —habló Cleo—. ¿Conoces a Hannah?
—No necesariamente se refiere a que sean amigas —agregó Richy—. Quizá se cruzaron en algún lado e intercambiaron números, o tienen amigos en común.
—En realidad, no tenía idea de quién era… bueno, hasta ahora —dije, tomando una bocanada de aire para continuar—. Thomas me ha enseñado algunas fotografías y con eso les puedo asegurar que no la conozco.
—Al parecer, ella a ti sí —Señaló Thomas.
Irónicamente, ver la cara de decepción de los tres me hizo sentir mal y culpable, por no conocer tal información, sobre todo por la imposibilidad de ayudarles con algo más que la negación de conocer a Hannah. No podía siquiera imaginar lo que debían estar pasando; la angustia, la duda de no saber qué había pasado con ella y, cuando por fin resultaba que tenían algo que parecía iba a ayudarles, se toparon conmigo y con mi honesto desconocimiento.
—Debemos mencionar también que, el mensaje con tu número, desapareció minutos después —continuó Thomas—, como si alguien lo hubiese borrado.
—¿Cómo que desapareció? —Pregunté—. ¿A qué te refieres con que como si alguien lo hubiese borrado?
—Sí, solo así. Ya no está.
—Es difícil de pensar, pero dime si hasta ahora hay algo normal en todo este asunto. La verdad es que no —dijo Richy.
—Tienes razón, no lo hay —respondí.
Guardaron silencio de pronto, como si esperaran que yo continuase hablando, aunque, a decir verdad, no tenía mucho por decirles. Mi declaración no incluía más que cinco palabras: «No conozco a esa Hannah».
—¿De dónde vienen? —Pregunté por simple curiosidad.
—No somos de la ciudad —se adelantó a decir Cleo—, viajamos alrededor de cuatro horas para llegar aquí.
Richy y Thomas asintieron. Y aunque su respuesta en realidad era bastante ambigua y no respondía a cabalidad mi pregunta, estaba bien por el momento. Con eso solo buscaba mostrarme lo más cooperativa posible y que ellos se convencieran de que yo estaba fuera de todo.
—Aún falta algo más —dijo Thomas—. El día de la desaparición de Hannah recibimos un extraño mensaje de un número desconocido, fue quien nos alertó de que ella estaba en peligro.
—¿Recibieron quiénes?
—Todos: Richy, Cleo, Daniel, Lily, Jessy y yo.
—¿Tú no lo recibiste? —preguntó Richy.
Negué. Mi vida era por completo normal hasta este día; ni mensajes, ni personas desconocidas, ni nada extraño.
—Luego de eso el número no volvió a contactarnos —continuó Thomas—. Yo busqué llamarle y enviarle mensajes, pero al parecer ya nos había bloqueado. Después de eso todos acudimos al apartamento de Hannah, pero ya no estaba. No había nada. Dimos parte a las autoridades, pero sabes cómo son en estos casos…