SEXTA PARTE
22
Las nuevas visiones
—¿Jessy? —la llamé, ubicándome en cuclillas frente a ella—. ¿Jessy? Por favor, no me hagas esto, tenemos que irnos de aquí. ¡Tenemos que irnos!
Las manos seguían temblándome y aún me costaba caminar sin sentir que iba a irme de bruces al suelo. No habían transcurrido más de dos minutos desde el ataque a Jessy y la posterior huida del secuestrador, tiempo que me costó volver en mí y salir del auto para ayudar a mi amiga, que seguía tendida en el piso, inmóvil. Todo fue repentino y el shock se apoderó del momento, tanto que el pánico era el único sentimiento que alcanzaba a reconocer, sobre todo porque estábamos en un lugar desolado sin la posibilidad de recibir otro tipo de ayuda; él seguía por ahí, quizá observándome ahora y con todo a disposición para dañarme si así lo deseaba, porque yo era su verdadero objetivo y no Jessy. Era ella nada más que un daño colateral a causa de mi intrepidez con la investigación. Lo que podía significar también que estaba mucho más cerca de lo que pensaba y estaba sintiéndolo, que me acercaba a la verdad.
Jessy soltó un quejido cuando la moví y casi sollocé solo con el hecho de que volvía a estar consciente. Me sujetó con fuerza de los brazos, inhalando y exhalando con desespero; nos pusimos de pie, una apoyada de la otra. Jessy se sujetó el abdomen donde la había golpeado y me miró, más aterrada de lo que yo podía estar, al final de cuentas fue ella quien estuvo entre sus manos, y quizá temiendo que también a mí me hubiera atacado y una vez le aseguré que estaba bien pareció medianamente más aliviada.
—Tenemos que irnos —repetí.
—¿Dónde estás? —preguntó.
—Se fue, pero no podemos confiarnos de eso. Vamos, Jessy. Por favor.
Nos dirigimos al auto tan rápido como podíamos, la ayudé a subirse en la silla de copiloto y yo pasé al volante. Arranqué sin siquiera pensar en el cinturón de seguridad ni mucho menos en el pitido incesante del auto que reclamaba que lo hiciera. Doblé en la siguiente esquina, yendo directo al centro del pueblo, donde las luces de las calles nos aportaban un curioso sentido de protección. No estaba muy segura de a dónde debía ir, porque Jessy había cerrado los ojos con una mueca de dolor en el rostro y no me pareció adecuado pedirle por ayuda; pensé en continuar por la ruta que nos llevaría al taller, esperando que Richy aun siguiera despierto, pero descarté la idea al momento, dándome cuenta que no era la mejor de la opciones y que aquello no haría más que sumarle una preocupación a él, que ya suficiente tenía que lidiar con el hecho de estar marcado y, como agregado, el asunto del auto de Dan. Al final terminé orillándome cerca de la iglesia, justo bajo una farola. Necesitaba recuperar un poco de la calma perdida y Jessy también. El silencio en el auto se extendió por más tiempo del que me hubiera gustado, pero es que no sabía qué otra cosa hacer. Tenía una cadena de pensamientos que seguían creciendo y no me aportaban más que agobio; nos había estado vigilando y aprovechó su oportunidad para atacar de la misma manera que debió haberlo hecho con Hannah. ¿Qué hubiese pasado si el ataque lo perpetuaba cuando estábamos en el lago? Donde no había nadie más que nosotros o, en todo caso, que en lugar de Jessy yo hubiera estado afuera; dudaba mucho que dejara las cosas en el punto que las había dejado esta noche. O si el próximo ataque fuera mucho peor que este, que las advertencia fueran de sangre y no solo de palabras.
Jessy me sujetó por el antebrazo unos minutos más tarde, lo que me hizo volver a mirarla. Una lágrima se le deslizaba por la mejilla y me sentí tan culpable por todo. La abracé y dejé que se deshiciera ahí.
—Lo siento tanto, Jessy —murmuré—. Lo siento tanto. Debimos habernos quedado, lo siento de verdad.
—Era él, ¿no es así? Era el secuestrador de Hannah.
—Eso creo, ¿quién más si no? ¿Quieres que vayamos a la policía? —le pregunté.
Se apartó al tiempo en que negaba, terminó limpiándose las lágrimas y volvió a reacomodarse en la silla.
—No, la policía no nos creerá. No lo hicieron antes y no lo harán ahora. Estoy bien, solo un poco nerviosa y adolorida.
—Jessy…
—Lo digo en serio, Max. No vamos a la policía, solo necesito ir a mi casa y descansar. ¿Quieres que pase a dejarte en el motel?
—¡No, no voy a dejarte sola! Indícame por donde debo ir para llegar a tu casa.
—Gracias Max.
Nos pusimos en marcha enseguida y no tardamos más de diez minutos para arribar al departamento donde vivía Jessy. Era bastante entrada la noche para entonces y comprendí que habíamos perdido la noción del tiempo después del ataque; el lugar era pequeño, con solo una habitación. Le dije a Jessy que estaría bien en el sofá, que procurara ella descansar y recuperarse no solo del golpe sino también del susto que habíamos pasado, le sugerí que tomara algún calmante. No hablamos enteramente del ataque porque no estábamos preparadas para hacerlo, todavía no y lo mejor era dejar pasar al menos esa noche, para aclarar ideas. Jessy se quedó dormida más pronto que tarde, pero yo no pude hacerlo. Trataba de recuperar algún otro detalle del incidente, aunque terminaba deteniéndome siempre en el mismo punto, donde era el miedo el que me nublaba los pensamientos y todo parecía borroso en esos recuerdos. Por la contextura física sabía que se trataba de un hombre: alto, no delgado, pero sí con mucha fuerza, vestía de negro y usaba la máscara de paja, la misma que usó con anterioridad. Y el momento en que levantó la mano para señalarme, de solo pensarlo, hacía que se me erizara la piel; el mensaje era claro y estaba dirigido solo a mí.