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Medianoche en Duskwood
La intendente de la biblioteca de Duskwood me aseguró, en su momento, que me enviaría la copia digitalizada del libro de las leyendas, con el que intentaríamos entender más el trasfondo del hombre sin cara y, muy probablemente, relacionarlo con la posible representación que buscaba el secuestrador, así como la razón por la que Hannah estaba interesada de alguna manera en esa leyenda. Hasta ahora no recibía nada y quizá solo no deseó enviármelo o, en un caso menos drástico, apunté mal mi dirección de correo. De cualquier forma, llevaba varios días sin darle vueltas a eso, hasta esa mañana cuando lo siguiente en aparecer de la nube de Hannah fue, en efecto, una copia digital del libro: «Medianoche en Duskwood», era el nombre. Tras darme cuenta de que se trataba de eso que tanto había buscado, decidí no leerlo aun así que lo envié primero a Jake, a sabiendas también de que no iba a responder, como mensaje adjunto al archivo le escribí que no debía preocuparse, que yo lo resolvería.
Tras eso, salí en busca de mi único aliado disponible de momento, para seguirle el rastro a la leyenda: Richy. Por fortuna estaba abriendo el taller muy temprano y no debía preocuparme por esperar ni tampoco porque algún cliente lo ocupara (aunque en el fondo ese hecho me entristecía por él más que cualquier otra cosa). Tal como lo imaginé, estaba terminando de abrir la oficina que solía ocupar Jessy y no dejé tiempo a nada sino que, tras el saludo, le enseñé el libro desde mi computadora. Me miró confundido durante unos segundos, después volvió al archivo y ojeó la primera página nada más.
—¿Qué estamos viendo? —preguntó al cabo de unos segundos.
—Es el tan esperado libro sobre las leyendas de Duskwood.
—¿En serio?
La confirmación por mi parte se quedó corta cuando la puerta de la entrada sonó, solo para que unos segundos más tarde apareciera por ahí mismo nada más y nada menos que Jessy. La sorpresa inicial fue reemplazada por un alivio inmenso y apenas un momento más tarde estaba abrazándola, sintiéndome terriblemente feliz de ver que estaba bien y que volvía a aparecer después del par de días de autoexilio. Richy se unió también al abrazo y permanecimos ahí por al menos un minuto corrido, eso hasta que Jessy se apartó casi asfixiada.
Sonreía y eso era un alivio para mí, sobre todo para amenizar la culpa que llevaba cargando desde el ataque. La de no haber hecho más que quedarme mirando.
—¿Cómo está mi empleada favorita? —le preguntó Richy.
—Estoy mejor —dijo Jessy y dio un paso, señalando mi computadora sobre su escritorio—. Alcancé a escuchar que conseguiste el libro de las leyendas, ¿o de qué estaban hablando?
—Espera, espera —atajó Richy—. A lo mejor no deberías sobrecargarte tan pronto, Jessy —negó enseguida y pidió que le contáramos, cosa que dejó a Richy sin más opciones que hablar—: Bueno, Max trajo el libro de las leyendas, sí.
—Aún no lo leemos —dije.
—Pues deberíamos hacerlo ahora mismo —dijo Jessy.
—¿Qué? ¿Ahora mismo? Max y yo podemos hacerlo y contarte luego sobre ello. ¿O qué, Max?
Respondí con un asentimiento de cabeza, apoyándolo.
—Les agradezco la preocupación, son muy amables, pero quiero hacerlo. Y tampoco deberíamos dejar pasar el tiempo, es ahora.
Mostrada tal determinación nos dejó sin más opciones que aceptar.
Volvimos a centrarnos en el archivo, Jessy se hizo con la computadora sobre sus piernas mostrando total interés en lo que se veía ahí. Aún era extraño para mí actuar con la normalidad que ella actuaba, porque no pasaban más de diez minutos de su llegada y se empeñaba en seguir adelante, como si solo estuviera quitándole la pausa a un juego. En cualquier caso, tenía razón en lo del tiempo, seguía adelante e íbamos a contrarreloj, no podíamos solo quedarnos de brazos cruzados mientras Hannah seguía perdida y para ese punto, podría ser aún más complicado de determinar qué tan bien en salud podría estar o qué otras afecciones estaban achacándola, cualquier cosa. Mis pensamientos se vieron interrumpidos cuando Jessy comenzó a leer en voz alta lo que se decía de la leyenda:
«Medianoche en Duskwood: La desaparición de William Grean, el niño de la carnicería.
Debido a un terrible defecto de nacimiento que le desfiguró la mitad de la cara, William fue rechazado por la mayoría de niños de su edad. Por lo que fue de mucha alegría para él cuando recibió la invitación de los tres chicos: Jimmy Hopkins, Nathaniel Tanner y Scotty Morris, que no solían tener más que carotas y palabrotas para él. Le habían dicho que estaban caminando por el bosque cuando se encontraron con un cervatillo e invitaron a William a unirse a ellos para ir a verlo. Así que seguía a sus nuevos compañeros de juego, adentrándose cada vez más en el bosque, mientras que ellos admiraban al cervatillo. Dijeron que sus orejas eran grandes y graciosas, pelaje suave, ojos bonitos de mirar. Incluso que se dejaría acariciar. Sin embargo, no había ningún cervatillo en el descampado descrito, al igual que las cálidas sonrisas en las caras de sus amigos, que de repente se convirtieron en nada más que horribles risas burlonas. Incluso antes de que William se diera cuenta de su terrible situación, lo ataron a un gran árbol y le pusieron un saco en la cabeza, gritándole la palabra “espantapájaros” una y otra vez. Dejaron atrás al intimidado William que, por el miedo, no hizo ningún ruido, ni lloró, ni llamó, y abandonaron al chico a su suerte.