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El precio de los errores
La lucidez vino de dos sentidos, aunque no podía especificar cuál fue primero: una punzada de dolor y el eco lejano de alguna canción cuya melodía era lo único que podía precisar durante los segundos posteriores a recuperar la conciencia. Mantuve los ojos cerrado aun así, quizá porque seguía temerosa de lo que fuera a encontrarme si los abría. Pronto noté que estaba recostada de medio lado, pero que ya no estaba maniatada y que la superficie sobre la que reposaba era inusualmente cómoda en comparación al metal frío en el que debí haber pasado más de dos horas. La asimilación de esos pequeños detalles consiguió alentarme a intentar abrir los ojos, pese a que la luz era tenue, aun necesité unos segundos de más para acostumbrarme. Continué en la misma posición, de cualquier forma, por si mi presentimiento en cuanto a la situación resultaba ser erróneo. Los recuerdos de los últimos acontecimientos volvieron a cruzárseme por los pensamientos, desde la llamada de Jessy hasta el momento en que ya no había nada más allá que la sensación de ahogamiento, pero no había pasado porque estaba ahí, donde quiera que fuera. Tenía el consuelo de sentirme, en apariencia o bajo los efectos aún del shock, bastante bien. Me dolía el abdomen, sí, pero no lo suficiente fuerte como para que me significara un problema mayor; el ardor de las muñecas por las ataduras era leve y sabía que pronto pasaría.
La música cambió, parecían ser sonatas en lugar de canciones. Estaba en una habitación poco ostentosa, quizá más cercana a una de un hotel de paso que a la de una vivienda normal, una lámpara cerca de la cabecera parecía ser lo único disponible en caso de necesitar defenderme. Tardé poco más de un minuto en desviar la mirada hacía el fondo, desde donde provenía tanto la luz como la melodía; un espasmo que llegó al pecho una vez noté que había una persona allí, que no estaba sola. Sentí como los latidos del corazón iban en aumento y el presentimiento de quién fuese vino a mí como una punzada directo al pecho. No podía saberlo con certeza, estaba de espaldas sentado frente a lo que parecía ser un computador portátil; Una figura menuda y pese a eso parecía envolverlo un misticismo que tenía su propia fuerza, dejándome incluso sin aliento. Aunque quería creer que se debía más a la expectativa y a lo mucho que se había acelerado el encuentro.
Las manos seguro estaban temblándome, pero tenía los pensamientos tan confusos que no estaba siquiera pensando en ello. Hice un gran esfuerzo para conseguir levantarme y terminando por sentarme en el borde de la cama y, el ruido debió haberlo alertado porque casi al instante cerró la pantalla de la computadora, lo que sumió en oscuridad la habitación. Mi instinto me llevó a encender la lámpara de noche que antes había visto, misma que iluminó parte de mi lado, pero la suya, donde ahora podía verlo de pie, quedaba casi en oscuridad total. Se instaló un silencio que venía acompañado con asimilación; estábamos ahí, en la misma habitación, separados quizá por nuestros propios miedos que por una distancia física real. Me levanté aun cuando sentía que las piernas podían fallarme y contuve el aliento cuando vi que daba un paso adelante, después otro y los que hicieron falta para que la luz lo alcanzara, iluminándolo por completo.
Y no me quedaba duda, era él.
—Hola Max —dijo.
Se me formó un nudo en la garganta antes de poder decir algo. No era más el hombre tras la pantalla, ni el holograma de los vídeos y mucho menos la voz artificial. Era Jake en carne y hueso, mirándome a los ojos y hablándome con su voz implacable. Incluso parecía temeroso de mi reacción, lo veía por la manera en que se apoyaba, como dispuesto a retroceder si yo lo exigía. Por supuesto, no deseaba tal cosa sino que mi única reacción fue terminar la distancia entre los dos, casi lanzándome hacía sus brazos y me sostuvo con fuerza cuando lo alcancé. Era Jake y no solo una ilusión, era él y estaba ahí, podía sentirlo contra mi cuerpo, como sus brazos me rodearon y su aliento me rozó la piel. Me aferré con fuerza, temiendo que si lo soltaba fuera a desaparecer y quizá compartíamos el mismo miedo, porque con cada segundo que pasaba, parecía quererse fundir conmigo.
—Sabes que podría llorar ahora —conseguí decir.
Y no lo decía a la ligera, aquello estaba mucho más cerca de la realidad. Sentía los ojos llenos de lágrimas, aun cuando luchaba por contenerme.
—Lo siento mucho. De verdad, lo siento mucho —dijo y lo repitió tantas veces que me fue imposible siquiera considerar contarlos.
Un momento más tarde me aparté para mirarlo, asegurándome de que siguiera siendo él y lo era. Jake me tomó el rostro entre las manos, impidiendo que me alejara más; dos pares de ojos negros me miraban de vuelta, cansados, que me daban una sensación de familiaridad que nunca antes pude sentir con nadie. Deslicé uno de mis pulgares por las mejillas pálidas, hasta que mis dedos se perdieron entre el cabello oscuro. Cerré los ojos un par de segundos sin poder hacer otra cosa más. Estaba temblando entre sus brazos y todas las dudas y los miedos, todo estaba volviendo de golpe que no conseguía asumir con tranquilidad el momento.
—Los hombres —dije una vez volví a mirarlo—, ellos…
Jake negó.
—No, ya no. Me he encargado de ellos —murmuró—. Y jamás volveré a permitir que se te acerquen.
Lo abracé de nuevo, acunando mi rostro entre su pecho, inhalando despacio el olor que emanaba de él y que funcionaba en mí como un tranquilizante. Volvió a decirme que lo sentía mucho, pero el saber que estábamos ahí y bien, de manera automática borraba las horas anteriores y todo lo que había vivido. Ni siquiera quería detenerme a preguntarle qué había pasado en el tiempo que estuve inconsciente, ni a qué se refería cuando decía que se encargó de ellos. Prefería olvidarlo y centrarme en lo que era importante: él.