La Red Escarlata

Silencio

Pasaron tres días hasta que Jake decidió salir a repostar las trampas. Durante ese tiempo, Panqueque aprendió cosas básicas como caer rodando para aminorar el impacto, algunas tácticas de flanqueo y, lo que más la entusiasmó, fue aprender un par de cosas sobre las bombas plásticas.

            Jake no le enseñó a armarlas, por supuesto, pero sí le dio una charla extensa sobre cómo funcionaban. Al principio, a Jabalí le inquietaba la idea, pero no tardó en entender que cuanto más información tuviera la niña, menos probabilidades había de que cometiera una idiotez a causa de la curiosidad. Aunque al ex mercenario le sorprendió notar que Panqueque estaba bastante informada sobre muchos temas, tanto así que en esos tres días no hubo mucho que enseñarle.

            Jabalí y Ramiro Cruz no tardaron en hacerse amigos gracias a una pasión en común: la comida. Aunque Amelia también le caía bien, en especial luego de practicar juntos.

            Utilizaron guantes de boxeo y cascos de goma espuma para pelear, además de protectores bucales. Unos pocos, incluida Panqueque, animaron a Jabalí, pero la mayoría se inclinó hacia la ex boxeadora quien, para sorpresa de nadie, salió victoriosa. Jabalí cometió el error de lanzar un puñetazo directo a la cara, cosa que la mujer aprovechó para eludir hacia su izquierda y encestarle un gancho en la barbilla; si no fuera por el protector bucal, aquello pudo haber terminado muy mal.

            El día del repostaje, Jake decidió salir solo; no sin antes pedirle a Jabalí y a Heather que fueran al lago para cazar un capibara. Panqueque insistió en ir desde la noche anterior con una terquedad tal que, para cuando concluyeron la cena, tuvieron que dejarla ir.

            Aquella era una mañana fresca, la verdad. Las mañanas casi siempre eran frías en Aviator debido a que alrededor no había más que campo; había sido una ciudad agraria hasta hacía diez años, y recién comenzó a expandirse poco antes de que los vampiros llegaran, por lo que varios edificios alrededor quedaron a medio construir, siendo el más notorio el banco Macanudo, que solo llegó a levantar los cimientos de tres pisos. Varias veces Jake y compañía fueron hasta allí para tomar materiales de construcción.

            —Todo fue… muy rápido —comentó Heather mientras caminaban sobre el camino de tierra. A lo lejos, oían el susurro del lago—. Fue como si hubiera sido un golpe muy bien organizado, ¿sabes? Como si los garradores estuvieran incubándose en las ciudades más grandes del mundo y que, de un segundo a otro, aparecieron. Ni siquiera dio tiempo a los gobiernos para actuar; en tres, cuatro días todos los gobiernos colapsaron, o al menos el giliano.

            —Dímelo a mí —asintió Jabalí—. Yo estaba en pleno centro cuando pasó. Honestamente, no sé qué clase de suerte tuve como para que no me comieran. Parecía una película de zombis; la gente corría en multitudes mientras los vampiros iban tras ellos, saltaban a sus espaldas y les mordían la nuca. Incluso recuerdo a un autobús que iba a toda velocidad, y también recuerdo ver cómo las ventanas se le llenaban de sangre porque había, al menos, como dos vampiros dentro.

            —Eso debió ser muy aterrador… —musitó la mujer, mirando el cielo.

            Jabalí asintió.

            —Oye —dijo él—, ¿qué hay al otro lado del puente? El que derrumbaron, me refiero.

            Heather lo miró durante un instante.

            —Allí, a unos tres o cuatro kilómetros, está la ciudad de Tally-Ho —contestó—. Es casi del mismo tamaño que Aviator; un poco más pequeña, si acaso. Mayormente está constituida por callejones y callejuelas, y muchos edificios son un poco altos, además de que está muy, muy infestada de garradores. Destruimos el puente para evitar que crucen cerca de nosotros, y no vamos a Tally-Ho.

            Panqueque shusheó, llamando al silencio.

            Habían llegado al lago. El pasto no era tan alto, debido a la presencia de capibaras. Los roedores caminaban por el lugar con una tranquilidad casi contagiosa. Heather explicó, en susurros, que antes del apocalipsis los capibaras tenían miedo a los humanos, pero que luego comenzaron a salir y que ahora resultaba fácil cazarlos. Panqueque no la oyó, ella solo se relamía al imaginarse qué sabor podrían tener; Jabalí, por otro lado, se sentía un poco mal. El capibara había sido uno de sus animales favoritos debido a los memes de internet.

            La niña se acuclilló y, sin necesidad de recibir instrucciones, caminó por el pasto más alto mientras desenfundaba a Sídney; la ballesta siempre tenía una flecha lista para disparar.

            —Esto es como respirar para ella —susurró Jabalí mientras se agachaba junto a Heather.

            Panqueque los miró frunciendo el ceño, como si los regañara por aquel ruido.

            La niña caminó silenciosa sin quitarle la vista a su objetivo; era un capibara que se había vuelto gordo, y debido a la ausencia de depredadores, comía plácidamente a unos cincuenta, quizás setenta metros del agua. Colocó la mira telescópica a su ballesta, y apuntó.

            Mantenía ambos ojos abiertos; uno para apuntar al animal y el otro para ver la dirección y fuerza del viento según el movimiento del pasto. Su presa, tonta e indefensa, le daba la espalda antojándose más por unas flores. El viento dejó de soplar, Panqueque aguantó la respiración y, tras levantar un poco la mira, cerró el ojo izquierdo y jaló del gatillo.

            El capibara no reaccionó hasta que la flecha se clavó en su pierna trasera izquierda. El animal soltó un bufido de dolor, y los demás comenzaron a ladrar para advertirse entre ellos, corriendo y saltando al agua. La presa intentó correr también, pero la flecha le hacía cojear; en cuanto tuvo la más mínima oportunidad, Panqueque le clavó una flecha en la otra pierna, haciendo que no pudiera más que arrastrarse torpemente.



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En el texto hay: vampiros

Editado: 07.11.2023

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