La Red Escarlata

Get jinxed

El tiempo parecía eterno. Jabalí podía oír el segundero en su muñeca, un tic-tac tan molesto que le daban ganas de destrozar el reloj de un puñetazo. Caminaban a paso calmo, atentos al más mínimo cambio; sin embargo, Heather comenzaba a desesperarse. Nunca había sentido que el tiempo era tan escaso, en especial cuando alzó el reloj y vio que ya eran las ocho de la mañana.

            Volteó la mirada en dirección al río, que debía de estar a un kilómetro y medio; más allá, estaría Tally-Ho. Se preguntó cómo estaría Jake. Quitó el seguro de su MP5 y se preparó. El viento sopló; una bocanada de aire fresco que los guiaba empujando la tierra en dirección al banco. Heather carraspeó, caminando al frente. Entonces, el grupo se dividió en dos.

            El primer grupo estaba conformado por Heather, Gaz, Cassie y Jabalí; el segundo por Barry, Mikhail, Amelia y Ricardo.

            Se posaron tras los montículos de piedras; Gaz sacó un rifle de caza y posó el ojo tras la mira telescópica. Barry hizo lo mismo desde otro montículo.

            —Nada —susurró Gaz.

            Heather, que estaba a su lado, alzó el puño hacia el otro grupo. Mikhail, que estaba junto a Barry, hizo lo mismo; el ex policía tampoco había visto a nadie.

            —Esto no me gusta —susurró Heather.

            —Tal vez estén buscando a Panqueque en la ciudad —contestó Gaz, mirando a uno y otro lado con el rifle.

            Heather observó durante un instante.

            —No —dijo Jabalí—. Pasaron unos tres días; habrían escarbado toda la ciudad en ese tiempo. Y el sueño de Panqueque… Esto huele mal.

            —¿Dices que nos están esperando? —preguntó Cassie, nerviosa. La tierra se le pegaba al sudor.

            —Es posible.

            —Como sea, contábamos con eso —musitó Heather, apoyando la culata del subfusil en su hombro—. ¿Qué es un baile sin bailarines? A ver quién de esos guapetones me saca a bailar primero.

            —Muy bien —suspiró Gaz, levantando una nube de polvo—. Vamos, equipo Dinamita.

            —Yo voté por Escuadrón Alfa Lobo —bromeó Jabalí, nervioso.

            —Ya habrá tiempo para hacer chistes de Shrek. —Heather se alzó en pie—. Vamos; no podemos hacer esperar a Jake. Acabemos con esto cuanto antes.

            Alzó el puño y señaló al edificio. Barry asintió, y comenzaron a desplegarse; Heather por la derecha, y Barry por la izquierda.

            Jabalí sentía como su corazón latía cada vez con más fuerza a medida que sus pies le hacían avanzar y el edificio, aunque incompleto, se alzaba colosal ante él. No tardó mucho antes de darse cuenta por qué Gaz no había visto a nadie en su interior: las paredes de yeso. Aquellas malditas paredes, frágiles como el papel, podían ocultar cualquier peligro en cada esquina. Apretó la culata de su escopeta contra el hombro y siguió caminado.

            La oscuridad en el interior era como ver algo totalmente distinto. Afuera, todo estaba teñido de tonos amarillos y anaranjados por el sol; incluso a la distancia el paisaje parecía danzar por el calor. Pero dentro parecía de noche, con tonos azules y grisáceos. Jabalí oyó a Heather soltar un suspiro nasal cuando se adentró. Él descubrió pronto porqué; bajo aquel techo inacabado, abrigado por la sombra… hacía un frío otoñal.

             El silencio del lugar era funesto. Absoluto. Jabalí podía oír sus propios pasos arrastrar el polvo, sus propios palpitares a través del esternón. Trató de reconocer el área, recordando los mapas que había dibujado Jake pero… Aún no se sentía seguro. Antaño, podía recorrer una universidad con Panqueque con tan solo ver el mapa contra incendios de la entrada, pero no conseguía orientarse en aquel banco en plena construcción. Había algo. Algo que le hacía sentir una fuerte presión en la carótida  hacía que sus pensamientos no llegaran muy lejos, como si le impidiera a su cerebro trabajar a pleno. Oyó la respiración temblorosa de Gaz, el susurro del yeso cuando Heather se apoyó en una pared para mirar en una esquina y el sonido profundo que provocó Cassie al tragar saliva.

            Había algo. ¡Algo! A medida que se adentraban al centro del edificio, Jabalí no podía dejar de sentirse inquieto; no por miedo, sino por algo más. No era posible que el edificio esté en completo silencio, abandonado. No debía ser posible. «¿Habrá el escapado el vampiro, acaso? —pensó, mordiéndose el labio—. ¿Será que, en realidad, sí se adentró a los sueños de Panqueque y descubrió nuestro plan?» Porque si era así, estaban jodidos.

            Detrás suyo oyó un ruido, un sutil susurro de la tierra que le hizo erizar los cabellos de la nuca.

            «¡No! —exclamó a sus adentros—. ¡Nos está esperando!»

            Jabalí se dio vuelta alzando la escopeta. Una mano movió el cañón a su lado; el disparo estalló hacia cualquier dirección. Vio cómo una pistola se dirigía a su cara antes de darle un fuerte culatazo junto a la ceja.

            —¡Jabalí! —exclamó Heather.     

            La mujer alzó el subfusil, apuntando al hipnotizado; era un hombre alto y rubio. Éste la vio y comenzó a correr. El tartamudeo del arma inundó el lugar con sus fugaces destellos; las balas trazaron un camino de agujeros en el yeso de la pared.

            —¡¡Heather!!

            Sharon Cassidy empujó a Heather con todas sus fuerzas; un tubo de metal bajó con fiereza, y Cassie sintió su frío golpe en los brazos. La enfermera gritó de dolor, y la escopeta se le cayó de las manos.

            Heather gritó un insulto, apuntando al hipnotizado con el subfusil. Entonces, sintió un fuerte dolor llegarle desde la derecha, una punzada tan fuerte y asfixiante que le quitó el aliento. Las balas volaron al techo, y Heather cayó al suelo con la boca abierta; alguien le había encestado un mazazo en las costillas.



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En el texto hay: vampiros

Editado: 07.11.2023

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