La Red Escarlata

Epílogo

Jake corrió por la callejuela con todas sus fuerzas. Al final del camino, un viejo taller mecánico se alzaba, polvoriento y con tablas de madera donde antes hubo una gran persiana de chapas; a su izquierda había una salida, una calle que viraba prometiendo una esperanza de escapar. Detrás suyo oía los gruñidos de los garradores, ansiosos de clavar aquellas fauces en su garganta. Se preguntó cuál de los dos sería el que acabaría con su vida. Las piernas comenzaban a quejarse con un ardor abrasador.

            Solo un poco más. Un poco más y llegaría a la salida… O al menos eso creyó.

            Un garrador salió gruñendo desde la esquina, agitando sus enormes zarpas mientras abría su enorme boca, lanzando un cacofónico aullido. El manto naranja teñía las negras pieles de los adoquines. «Es el atardecer —pensó Jake mientras veía cómo la mandíbula del monstruo se partía en dos—. Se está transformando…»

            El garrador comenzó a correr hacia él, agitando sus zarpas de obsidiana.

            —Perfecto —masculló, alzando su rifle. Un arma de cerrojo como esa no le era conveniente; tal vez debería haber sacado su confiable M1911, e incluso su Smith and Wesson 500, pero no tenía tiempo. Tenía que actuar rápido, y tenía que acertar.

            El tiempo pareció detenerse. No podía fallar; de hacerlo, el monstruo lo destrozaría con sus zarpas. Y si dudaba, si aminoraba la marcha aunque sea un poco, los dos de atrás terminarían el trabajo.

            Un fuerte estallido inundó la callejuela. La frente del vampiro se abrió como una flor y los sesos salieron disparados por la parte trasera mientras sus pies se alzaban siguiendo el impulso natural del cuerpo. Jake abrió grande los ojos, sintiendo cómo la respiración se le cortaba. Él no había disparado.

            La duda lo hizo titubear. «¡Idiota!» pensó, apretando los dientes. La suela de sus borcegos se resbalaron con la sangre, haciéndole tropezar; estaba demasiado agotado y los mareos le jugaban en contra.

            Estuvo a punto de caer cuando logró darse vuelta; arrojó su rifle hacia un lado y desenfundó la pistola.

            El primer vampiro se lanzó hacia él, listo para darle el golpe de gracia, mientras el segundo corría a tan solo medio metro detrás. Antes de que su espalda tocara el suelo, Jake contempló cómo una bala atravesó el cuello del monstruo en pleno vuelo; el plomo surcó el aire trazando una línea de sangre negra como la brea y se estrelló en el suelo de adoquines, junto a las costillas del ex mercenario. El vampiro tropezó y cayó al piso sin vida.

            Otro disparo más ahogó todos los ruidos de la callejuela. Esta vez, una estala de sangre fue despedida por el pecho del tercer vampiro, aunque eso no le detuvo. Dos disparos más resonaron; el primero le atravesó el hombro y el tercero, finalmente, terminó por volarle la cabeza. Jake no entendía qué sucedía.

            —¡Oye, jovencito! —exclamó una voz. Era suave y femenina; parecía danzar conteniendo la risa—, ¡ten más cuidado si caminas por Tally-Ho; este barrio ya no es tan seguro como antes!

            Jake levantó la mirada. Encima suyo se hallaba una gruesa tabla de madera que conectaba dos techos a modo de puente; allí se alzaba una figura delgada y de larga cabellera, ennegrecida por la mortecina luz del atardecer.

            La mujer se colgó el arma al hombro y, como un ave que va de una rama a otra, saltó al balcón de un segundo piso para luego lanzarse a la canaleta de la casa al otro lado de la callejuela; su cuerpo se movía con la gracilidad de una bailarina mientras descendía, como si hubiera nacido para tales maniobras.

            Se trataba de una mujer joven y delgada de cabellera negra, nariz aguileña y unos hermosos ojos color avellana; iba vestida con un abrigo a juego con sus pupilas, y en su hombro colgaba una Remington 7400; el arma aún desprendía una delgada columna de humo por el cañón.

            Jake la miró, impresionado. La joven no debía tener más de veinte años, quizás menos. Lo que era claro, para él, era que el apocalipsis la agarró cuando apenas era una niña cruzando la adolescencia.

            La joven dio un paso al frente, esbozando una leve sonrisa en los labios.

            —Soy Brenda —dijo, estirando la mano—. Veo que eres nuevo en Tally-Ho, la ciudad de callejones y callejuelas… Y que no te han importado los carteles de advertencia ni mis trampas; me caes bien. —Le guiñó el ojo—. Ahora vamos, va a anochecer.

 

El viaje continuará...



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En el texto hay: vampiros

Editado: 07.11.2023

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