La redención

Capítulo 1

20 años después….

 

James Cole Bayley entró a su mansión maldiciendo, y su vocabulario contrastaba totalmente con su apariencia de caballero, claro que aquel exterior era sólo una fachada, en el fondo seguía siendo el chico de los bajos fondos. Podía tener dinero y haberse esmerado en refinarse un poco, pero en el fondo seguía siendo el mismo.

Era el perro de la calle que apenas había sobrevivido para llegar a adulto, debajo de la camisa confeccionada a mano, había varias marcas en su cuerpo que daban testimonio de ello. Era el de puños rápidos y fuertes , era el que había hecho fortuna en peleas clandestinas, apuestas, contrabando, usura y cualquier cosa  siempre que no involucrara muertes o prostitución.

Actualmente era un hombre respetado aunque quizás más temido que otra cosa, pero seguía siendo propietario de varios salones de juegos y también era dueño de varios secretos de hombres poderosos que preferían tenerlo de su lado.

Cuando pensaba en su vida, tenía la satisfacción de haber llegado muy lejos, había escalado socialmente  y podía darse por realizado, pero aún había algo que le faltaba conseguir, la mujer indicada.

Y no era porque le faltaran mujeres, había tenido y tenía muchas aún dispuestas a satisfacer sus deseos en la cama, pero la princesa rubia que deseaba como esposa le era esquiva.

Años atrás había renunciado a encontrar a  la niña con el corazón en la mano, era igual que perseguir una quimera, pero aquel deseo se había transformado en otra obsesión, casarse con una señorita de la alta sociedad londinense. Y por supuesto que debía ser rubia, bella y saber tocar el piano,

Había cortejado a varias, y si bien su falta de pedigrí las espantaba, su dinero solía ser muy buena carnada para ellas y sus familias. Así era como actualmente estaba de novio con la preciosa Victoria Elizabeth Fernsby.

-¿Qué sucede Jefe? ¿Problemas con su chica?– preguntó Bart, su hombre de confianza al escucharlo maldecir.

Cole se aflojó bruscamente el corbatón que le ceñía el cuello, siempre se sentía ahogado con aquella ropa, como si su naturaleza estuviera aprisionada.

-Ella no quiere venir aquí- sentenció.

-¿No le gustó el collar de diamantes que le llevó de regalo?

-Oh, sí, amó el condenado collar. Pero dice que una señorita jamás viene sola a casa de un hombre…

-Supongo que es cierto, aunque no sé mucho sobre señoritas – comentó con cierto tono burlón.

-Tampoco yo sé mucho sobre señoritas – respondió Cole repantigándose en el sillón de terciopelo- pero si no viene aquí ¿cómo diablos se supone que le regale esa cosa? – preguntó señalando un precioso piano blanco que estaba contra la pared del salón.

-Podría enviárselo a su casa…-sugirió el otro.

-No, Bart, quiero que lo vea aquí, quiero ver su expresión, quiero que se siente allí y toque para mí. Quiero que esta sea su casa.

-¿Y ella no quiere?

-No lo sé, no entiendo cómo funciona esto, todas esas reglas de sociedad  y vueltas que da esa gente me cofunde y me harta. Si hasta para salir a dar un paseo debe acompañarnos esa horrible vieja que tiene de chaperona ¡Ni siquiera he podido besarla!

-Tal vez uno se case con ese tipo de señoritas sin besarlas, ¿no lo ha pensado?

-¡Qué me aspen! No pienso acostarme con ella antes de casarnos, pero al menos necesito besarla, y ese collar de diamantes valía un buen beso, créeme.

-Hasta yo lo habría besado por ese collar – le dijo el hombre y él largó una carcajada, poco a poco se relajaba, allí en su propia casa, sin tener que fingir ser un caballero se sentía mucho más aliviado, más cómodo con su propia piel.

-Mejor me daré  un baño y luego me ocuparé un poco de los negocios.

-De acuerdo, ordenaré que le preparen el baño y de paso le llevaré un poco de ron a su estudio, ¿le parece?

-Gran idea – asintió Cole mientras se desabrochaba el chaleco y se dirigía a su habitación en el segundo piso.

 

Al subir sintió como sus propios pasos retumbaban y fue consciente del vacío en aquella casa enorme y del vacío que aún había en su vida. De la misma forma en que subía los escalones había escalado desde el fondo  de sí mismo, había dejado los callejones y era un hombre rico y temido. Aún cuando le dirigían miradas de desprecio nadie se atrevía a enfrentarlo directamente, sabían que era peligroso.




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