Al día siguiente, Abigail y el resto de Londres supieron quién era aquel hombre. Victoria Elizabeth Fernsby había vuelto del campo comprometida con Edward Seymour , el Barón de Somerset.
Cole había salido a atender unos negocios y todos en la mansión estaban a la expectativa de lo que sucedería una vez que se enterara de lo sucedido.
No debieron esperar mucho, cuando volvió estaba irreconocible.
-¡Esa maldita zorra! –gritó apenas entrar a la casa.
-Quizás sea un malentendido, ¿habló con ella? – preguntó Bart intentando aplacarlo.
-¡Ohhhh sí! Termino de hablar con ella. Parece ser que yo malentendí una amistad….y cuando empecé a decirle lo que opinaba sus padres amenazaron llamar a la policía. Aunque cuando le recordé a su padre las enormes cifras de dinero que le facilité para saldar sus deudas, recordó que me debía algo de cortesía. Pero aún así me recordaron que no soy un partido apropiado para su hija, quien resulta haberse enamorado perdidamente del Barón de Somerset que recientemente heredó una fortuna de su abuelo– explicó él en un tono furioso, parecía que escupiera las palabras más que pronunciarlas.
-Señor, estoy seguro que…
-¿Seguro de qué Bart? Porque de lo único que estoy seguro es que haga lo que haga nada va a cambiar, ¿verdad? ¡Para todos ellos seguiré siendo un maldito perro callejero, siempre!- gritó dirigiéndose hacia su estudio. Abigail y Antoniette miraban asustadas desde el umbral de la cocina.
Cole salió del estudio cargando un palo de criquet de un juego que jamás había utilizado, y jamás lo haría.
Aby notó hacia donde se dirigía y salió dispuesta a detenerlo, llegó justo para interponerse entre él y el piano antes que Cole diera el golpe.
-¡No lo haga! – dijo ella manteniéndola mirada del hombre, estaba fuera de control.
-¡Quítate muchacha!
-¡El piano no tiene la culpa! ¡Dijo que se lo daría a su esposa!
-¡NO VA A HABER UNA MALDITA ESPOSA! Dije que te quites de allí antes que lo haga yo.
-No. Seguramente habrá alguien que lo toque algún día, no puede destruirlo, es demasiado hermoso – discutió ella y Cole tomó una bocanada de aire y se acercó. Antes que se abalanzara sobre ella , Abigail abrió la tapa y tocó la teclas torpemente dejando oír una melodía. Eso detuvo en seco a Cole, la música pareció devolverle el sentido común. Abigail se acomodó un poco mejor y dejó que sus manos se movieran pro las teclas como si intentara recordar un ritmo olvidado.
-Perdone al piano – pidió ella mirándolo.
-¡Me lleve el infierno! – exclamó él, soltó el palo de cricket y volvió a marcharse azotando con fuerza las puertas.
Abigail se largó a llorar.
Antoniette se acercó a la joven y la abrazó.
-Tranquila querida, no estaba enojado contigo. Ya no tengas miedo.
-Lo sé, lo sé, no lloro por mí – respondió Abigail y era verdad, sí había sentido susto pro el exabrupto de Cole, pero en el fondo sabía que él no le haría daño, sin embargo había sentidos muchísima pena por él, por verlo tan injustamente herido.
Cole Bayley le había demostrado que era un buen hombre, se había preocupado por ella, había albergado a dos gatitos callejeros que ahora deambulaban como dueños de la casa, había bajado una cometa a unos niños, había reído con las lecturas, había cuidado que ella no cargara cosas pesadas o se empapara en la tormenta.
La mayor riqueza de aquel hombre era su corazón, estaba cubierto de espinas y gruñidos ,pero ella podía verlo y por eso le dolía verlo lastimado.
Los días siguientes, Cole se quedó apostando en sus salones de juego, necesita demostrarse a sí mismo que su suerte no se había terminado, que aún era capaz de ganar aunque más no fuera en los juegos de azar.
Y seguía siendo bueno, el mejor, solo que partida tras partida de carta no lo hacían sentir mejor.
La segunda semana probó con emborracharse.
-Deberías hacer algo antes que termine por enfermarse – le dijo Antoniette a Bart.
-Eso haré – dijo él llevando un manojo de papeles y subiendo la escalera. Entró a la habitación de Cole, abrió las cortinas para que entrara la luz del mediodía y se despertara.