La Redención de la Bestia

Capítulo 3: Entrevista y un Desastre

JULIA

Reviso mi reflejo múltiples veces en el espejo sucio del baño, apenas y lograba divisarme, pero almenos en la distorsión del reflejo el conjunto se miraba decente, un poco ajustado, pero decente. No podía quejarme, Lola había sido demasiado insistente e incluso tuvo el gesto de prestarme un traje que seguramente había mantenido guardado en su armario por décadas. Tuve que gastar parte del dinero que había conseguido esos últimos días para comprar un par de zapatos decentes.

Necesitaba obtener una buena presentación. Si bien en las zonas cercanas se decían muchas cosas de los Allard, lo que resaltaba de entre toda la palabrería era la fortuna que poseían. No podía llegar vestida con ropa vieja y mi común aspecto de desgracia.

Practique mi sonrisa nuevamente en el espejo y mis palabras al presentarme. Realmente necesitaba el trabajo. Todavía insegura de mi misma, salgo del baño y entro nuevamente a mi habitación. Con un solo objetivo en mente, tomo el bolso en el que cargaba la mayor parte de mis pertenencias, por no decir todas, entrego las llaves de la habitación, abandono aquel viejo edificio y detengo al primer que taxi en la calle.

Durante el camino mi conspirativa mente recrea miles de escenarios. El que más se repite es aquel en donde termino siendo rechazada y con muchos más problemas que los que ya tenía considerando que estoy gastando demasiado dinero.

Hablando de dinero, mi mirada viaja al taxímetro y abro ampliamente los ojos cuando leo la fortuna que me costara ese viaje.

Nunca he sido alguien devoto, pero en ese momento comienzo a rezar a todos los seres del universo para que me contratasen, de lo contrario tendría que regresar caminando, lo que seguramente me tomaría medio día o uno entero debido al calzado que llevo.

Después de minutos que me parecieron una eternidad, distingo los muros de lo que parece ser una amplia propiedad. Los muros se encuentran cubiertos de enredaderas, no se observa una sola alma en los alrededores y por algún motivo el sol no evita que sienta escalofríos.

Puedo distinguir los ojos curiosos del conductor, observando la casa y evaluándome a mí.

Pienso que nunca dejare de ver aquellas paredes grises hasta que enormes verjas con la inicial A se alzan imponentes frente al vehículo.

—Señorita solo puedo llegar hasta aquí —anuncia el hombre detrás del volante.

Tendría que anunciarme y caminar quien sabe cuántos kilómetros hasta la puerta.

—Está bien ¿Cuánto es? —pregunto ya que no quiero observar el aparato.

Casi palidezco cuando me respondió lo que suponía. Se había llevado buena parte del dinero que me quedaba y ahora si me encontraba en la miseria.

Le entrego los billetes arrugados y bajo del auto. La fachada de la entrada me mantuvo absorta hasta que escuche el sonido de las llantas del auto alejarse.

El pánico comenzó a apoderarse de mí. Básicamente estoy en medio de la nada y estas personas no saben de mí. Algo podría sucederme y nadie jamás se enteraría. Desesperada busco algún aparato hasta que identifico una casilla de vigilancia en un extremo. Los vidrios se encuentran polarizados y no veo algún botón que pueda presionar para llamar. Estoy a punto de tocar el vidrio de aquella caja cuando escucho una voz salir de unos parlantes.

—Señorita… señorita….

—¡¿Si?! —grito intentando buscar una caja o un micrófono —. ¿Hola? Estoy aquí por el trabajo de enfermera.

—Señorita no se escucha, por favor acérquese al comunicador a su izquierda, en el muro.

Busco dicho objeto y este se encuentra cubierto por unas hojas de la enredadera que crece a lo largo del muro.

—Hola, vengo por el trabajo de enfermera —repito cerca del aparato.

—¿Realizo una cita previamente?

¿Cita? ¡Carajo! ¡Tenía que llamar antes!

—No —murmure.

—Señorita no se escucha —. A mis oídos llego un pesado suspiro—. Señorita será mejor que ingrese.

Seguidamente las verjas se abrieron lo suficiente para permitirme la entrada.

Aprieto el bolso en mis manos e inhalo profundo cuando observo el largo sendero hacia la casa básicamente ubicada en la colina.

Por supuesto que la gente tendría temor, la casa tiene la misma vibra que la casa de los locos Adams. En mi caso, ni un vampiro real sería capaz de atemorizarme en las circunstancias en las que me encuentro.

Avanzo firme por el sendero que me conduce a mi última oportunidad y posible salvación por el momento. Mis ojos no pueden evitar evaluar el terreno; árboles frondosos, césped perfectamente cortado y puedo distinguir algunos arbustos y flores creciendo del suelo. Bastante diferente a la fachada un poco descuidada del exterior.

Los zapatos comienzan a molestarme y todavía queda un buen tramo. Me detengo un segundo y reviso mis alrededores; solo hay vegetación. Remuevo los zapatos brindándoles cierto alivio a mis pies, incluso la velocidad de mi andar aumenta.

Me toma unos cuantos minutos, pero finalmente llego al amplio espacio de entrada de aquella gigantesca casa, si es que así se le puede llamar. Como es de esperar autos lujosos y brillantes complementan la fachada. Me acerco a las puertas dobles de la entrada y escucho algunas voces provenientes del interior, toco varias veces, pero no me escuchan así que decido utilizar la aldaba de la puerta. Las voces cesan y de repente una de las puertas se abre.




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