La Redención de la Bestia

Capítulo 9: Presentimiento y Extrañas Sensaciones

JULIA

—¿Qué tal van las clases? —pregunto mientras mis manos se aferran fuertemente al aparato.

—Van bien —responde Ben.

—¿Y tus profesores? ¿Te gustan? Intente buscar una buena escuela para inscribirte.

—Julia…

—¿Ya tienes amigos? Escuche que la gente de la bahía es amigable

—Julia…

—¡El abuelo! ¿Está tomando sus medicamentos? Me asegure de enviar lo que faltaba para el medicamento del azúcar —. Me es inevitable escupir el cumulo de incomodidades que me han comido la cabeza por dos semanas.

—¡Julia! —exclama Ben para detener mi obvio entusiasmo —. Lo lamento ¿ya puedo responder a tus preguntas?

—Sí, claro —respondo y tomo un respiro para disminuir los latidos de mi corazón.

—La escuela va bien, los profesores son decentes y no soy el más popular, pero tengo con quien comer en el almuerzo —responde siendo consciente que no lo dejare ir hasta asegurarme que se encuentran bien; que sus días son mejores que los míos —. El abuelo está feliz por re encontrarse con su amigo y me he asegurado de no olvidar sus medicamentos.

—Gracias Ben —suspiro.

—No es nada —contesta—. Por cierto, gracias a ti por la laptop, perdíamos una fortuna en esos sitios donde te alquilan una computadora por hora.

—El tipo de la tienda me dijo que estaba algo usada, prometo que pronto te comprare una nueva —aseguro mientras mis dedos se enrollan en el cable en espiral que conecta el teléfono a la caja que debo llenar con monedas cada tanto para continuar la llamada.

—Es perfecta, no necesito otra —refuta haciéndome regocijar porque finalmente puedo sentir esa normalidad y monotonía que había extrañado por años —. ¿A ti que tal te va en la clínica?

Esto es lo que sucede cuando intentas tapar el sol con un dedo.

—Aburrido, ya sabes, turnos largos y agotadores, viejos cascarrabias que no quieren tomar sus medicamentos —explico—. Lo habitual.

La verdad es que ni mi abuelo o Ben estaban enterados de mi paradero y es lo mejor. No estaba dispuesta a aventurarme. Recién había obtenido mi primer y bastante generoso salario o por lo menos para mí lo y aun así no me he atrevido a comprar un teléfono nuevo; la paranoia no me lo permitía.

—Oye Ben debo irme, me necesitan —digo cuando descubro que he agotado mi última moneda.

—¿Cuándo vendrás? —cuestiona—. El abuelo pregunta mucho por ti.

—Dile que hablare con él la otra semana —. Evado su primer pregunta intencionalmente —. Te hablo luego Ben, te quiero.

—Yo también Juli.

Me quedo con el sonido agudo retumbando en mi oreja. Mi espalda toca la pared de cristal de la caseta y me recargo agotada sobre esta. Afuera llueve a cantaros, todavía hay dementes, como yo, que se aventuran con insípidos paraguas para llegar a sus destinos.

Poco se logra distinguir desde el interior y viceversa. Me permito respirar con tranquilidad y espero a que la lluvia disminuya.

Este ha sido mi primer día libre en tres semanas, tiempo transcurrido desde que llegue al castillo de la bes… quiero decir a la mansión Allard.

Pese a que la humilde morada de Magnus no es mi sitio favorito en el mundo, esa casa de apariencia sombría e interior cálido ubicada en una solitaria colina se ha convertido en mi escondite. Hice lo que pude para evitar salir y exponerme, aunque me encuentre a miles de kilómetros, pero el señor Allard insistió y me dijo que incluso yo necesitaba un descanso de Magnus.

Sobre este último, nuestra relación durante estas semanas ha evolucionado de “¡Lárgate! Me repugna verte” a “¡Ash! eres tú de nuevo”. No es mucho, pero es un avance y no puedo pedirle al cielo que nevé en mayo.

Con los minutos puedo visualizar nuevamente las calles y los autos, personas buscando resguardarse o apresuradas con un paraguas o un pedazo de papel; en mi caso debo hacer uso de la vieja chaqueta que llevo. Abandono la caseta de teléfono y corro hacia una pequeña plaza frente a esta.

Esta llamada era lo último en mi lista de quehaceres. Había enviado dinero a Ben y compre algunas cosas que necesitaba. Debo admitir que sufro en silencio mientras observo las vitrinas, los vestidos en los maniquís y cosas que seguramente me costarían una vida de trabajo y probablemente la siguiente.

Atravieso la plaza sumergida en los modelos y colores de las tiendas hasta que mi cuerpo choca con lo que parece ser una pared de piedra. Estoy a punto de disculparme cuando elevo la mirada y dejo escapar un jadeo como producto de la vergüenza que me recorre.

—Doctor Emserson, que casualidad encontrarlo aquí —balbuceo ante la gélida mirada que me dirige este hombre.

—Pienso lo mismo —responde con tono neutro —. ¿Qué hace aquí? ¿No debería estar trabajando?

Su tono y ese aire altivo con el que camina no me agrada, sin embargo, quiero ser amable debido a que compartimos paciente y debemos vernos las caras varios días a la semana.

—Hoy es mi día libre —rio nerviosa —. ¿Y usted que hace aquí? Pensé que la próxima sesión con Magnus seria hasta el martes.




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