La Redención de la Bestia

Capítulo 10: Confianza

MAGNUS

Inhalo y exhalo múltiples veces, me maldigo mentalmente ya que siento que lo estoy convirtiendo en una excusa. Mis manos se aferran a las sabanas, en un arrebato dejo mis pensamientos atrás y me sujeto de una de las bases de la cama para tomar impulso y elevarme unos cuantos centímetros. Mis inútiles piernas no cooperan y maniobro para regresar a la cama y no plantar mi rostro en el maldito suelo. La frustración me avasalla y empeora mi humor.

Los doctores dijeron que con terapia podría recuperarme de forma progresiva, sin embargo, sería cuestión de años y en algún momento tendría que hacerle compañía a Cedric con el estúpido bastón y me niego a verme mucho más patético de lo que ya me veo.

Mi habitación todavía se encuentra sumergida en la oscuridad, miro con recelo la sombra de mi prisión y si no fuera porque odio quedarme en cama destrozaría el aparatejo ese.

—Haz despertado antes —la voz de Julia me sobresalta.

¿Cuándo demonios entro?

Soy incapaz de distinguir su figura hasta que de repente esta aparece frente a las ventanas. Sus manos arreglan con delicadeza la gruesa tela de las cortinas, realiza su tarea con dedicación y termina para colocar sus manos sobre sus caderas.

Los rayos rodean su silueta y el verde olivo de sus ojos cambia a una tonalidad un poco más clara.

—¿Cuándo entraste? —cuestiono disgustado al pensar que pudo haber visto mi fallido intento.

—Hace unos segundos. Por un momento pensé que te habías quedado dormido sentado —bromea.

No comprendo a esta mujer, lleva semanas bajo mi yugo y cada vez que aparece por esa puerta se muestra más sonriente. ¿Sera masoquista?

No se rinde, se excusa con el cuento de “es mi trabajo” pero llevo bastante tiempo en la oscuridad como para distinguir la melancolía que esconden sus ojos.

Se acerca e inclina un poco para arreglar la bandeja que contiene un vaso con agua y algunos sobres con pastillas. Me dedico a observarla en silencio, no pretendo abrir la boca, ya me deje en ridículo ayer con esa estúpido arranque que me dio cuando distinguí el perfume de Emerson en su ropa.

Si no fuera porque tampoco controlo su presencia aquí ya lo habría despedido.

Me mantengo absorto en sus acciones hasta que distingo una pequeña sonrisa en su rostro. Sigo sus ojos y me fijo en el difusor que me obsequio ayer. De alguna forma ese aparato logro su función.

—Gracias —me limito a decir y de inmediato sus ojos se posan sobre mi.

—No hay de que —responde comprimiendo la sonrisa que amenaza con salir. Su entrecejo se arruga y puede que la haya hecho recordar nuestra pelea de ayer —. Tus medicamentos —me extiende un organizador de pastillas.

Me sirve un vaso con agua nuevo y suspiro cansado antes de tomarlas todas. Estoy harto de los malditos medicamentos, de esa maldita silla e incluso de mi mismo.

—¿Lo has dejado encendido toda la noche? —pregunta mientras termino de pasar los medicamentos.

—Si, no tenía otra forma de eliminar ese hedor —respondo antes de pasar otra pastilla —. Era horrible.

—¿Sigues con lo mismo? —inquiere con un tono demasiado informal. Separo el vaso de mis labios asombrado.

—¿Lo estas defendiendo? ¿Te gusta su perfume? —. Aprieto el vaso con mi mano —. ¿Y por que me hablas así? Soy tu paciente no tu amigo.

—Dejemos a Emerson afuera de esto, hablaba de tu enojo irracional y me disculpo si te sientes ofendido, pero tu me hablaste peor ayer y no soy de piedra Magnus, tampoco lo son todos en esta casa —resalta cruzándose de brazos.

Permanezco en silencio, no me apetece hacer esto hoy. Llevo despierto casi tres horas en las cuales intente hacer algo por mí mismo obteniendo solo un rotundo fracaso. Otra espina de culpabilidad se incrusto en mi pecho, después de lo de ayer y a eso añadir que no comprendo el efecto de esta mujer sobre mí.

Me encerré y prometí no volver a caer, pero aquí estoy, cediendo una vez más a ese instinto que casi me cuesta la vida y posibilidad de amar hace unos años.

Julia no hace amago de querer seguir con la conversación y lo dejo pasar. Acerca la silla y se voltea para pasar sus brazos bajo los míos y aplicar fuerza, aunque con sinceridad quien hace el mayor trabajo soy yo, si dejo todo mi peso sobre ella la aplastaría y ambos caeríamos al suelo.

En la silla me guía al baño y hacemos el mismo proceso de aseo de todos los días. En cuanto salgo veo la muda de ropa y ni un rastro de ella. Desde hace semanas escoge mi ropa y la desgraciada no me deja usar los pantalones deportivos y camisetas de siempre.

Paso el polo azul marino por mi cabeza y ante su ausencia maniobro como demente para colocarme la ropa interior; su tacto al momento de realizar esa tarea me ha hecho descubrir ciertas cosas y es que no estoy completamente roto de la cintura para abajo.

Las puertas se abren y ella deja una pequeña caja de cartón sobre la cama, toma los pantalones para terminar de vestirme.

—¿Qué es eso? —cuestiono.

—Dado que tu no tienes permitido tener cuchillas o hacer uso de estas, también tendré que hacerme cargo de la pequeña rata que llevas pegada a la mandíbula —señala el vello que he dejado crecer.




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