La Redención de la Bestia

Capítulo 11: En las maldiciones y la enfermedad

JULIA

El estruendo de las puertas siendo cerradas se cuela en mi subconsciente como una alarma temprana que decido ignorar. Mis ojos pesan y mis oídos lloran con las voces que se escuchan a lo lejos y que indican que mi sueño esta pronto a acabar.

Hacia bastante tiempo no sentía el cuerpo así de pesado. Mi mente me juega una mala broma y fugaces imágenes crean un disturbio en mi cabeza.

Estoy cansada, quiero huir, pero no puedo. De estar sola en el mundo no dudaría, pero no es así. Ben y el abuelo dependen de mí, tengo que aguantar, puedo hacerlo por lo menos hasta que… hasta que el ritmo se detenga y el oxígeno deje de llegar, cuando mi cuerpo sea uno más del bulto.

—Julia…

Manos y aullidos de hombres, luces de colores y miedo.

—Julia…

¿Mi nombre era el siguiente en la lista? No quería, recién lo vi, no podía obligarme… Olvídalo, sí que puede, aquí todo vale menos los ángeles que secuestraron y enjaularon los demonios en este infierno.

—Julia…

El maldito pasillo, los roces malintencionados, pocas miradas de angustia y otras que me provocaban nauseas.

Los gritos y las peleas, mi negativa esa noche.

—¡Julia!

—¡No quiero ir! —el grito desgarra mi garganta. Mi respiración es un desastre y una fina capa de sudor cubre mi cuerpo. Busco nerviosa por algo que me indique que esta es mi realidad y lo encuentro en el par de ojos que me reparan asustados.

Me sobresalto al ver a Cedric y Kate frente a mí. De inmediato y con las piernas algo temblorosas me pongo de pie, o lo intento, y dejo la sabana que me cubría.

Pero ¿De dónde…

 Kate me ayuda tomándome del antebrazo y cuando me encuentro finalmente erguida me doy cuenta de la atrocidad que le hice a mi espalda al dormir sentada en el suelo.

—¿Niña pero que haces aquí? —inquiere Kate.

—Yo… yo…. —todavía me encuentro aturdida. De repente las imágenes de lo que sucedió anoche me abofetean bruscamente, mis ojos viajan al señor Allard y ruego para que no perciba el sonrojo que se adueña de mis mejillas solo con pensar en lo que Magnus y yo hicimos.

Lo bese.

Carajo, que lo bese. Me deje besar y él también lo hizo.

Estoy metida en un serio problema. No tengo cara para verlos después de lo que hice, básicamente irrespeté mi palabra y profesión. No debí permitirlo y ese fue el primer problema, debí aferrarme a mi deber y no lo que quiero, lo que ya me ha traído varios problemas.

—Julia ¿Por qué dormías frente a la puerta de Magnus? —Kate me saca de mis pensamientos y toca la frente para asegurarse que no tenga fiebre.

—No había nadie en la casa y tenía miedo de que algo le sucediera —explique con voz cansada.

—Julia sin duda alguna eres dedicada, pero no debiste hacer algo así —indica el señor Allard —. Si querías cuidarlo pudiste haber dormido en el sofá de la habitación.

No lo creo. Mi cerebro todavía intenta buscar una forma de ver a Magnus Allard sin pensar en ese beso.

—Gracias lo tomare en cuenta la próxima vez —indico con una sonrisa que no llega a mis ojos —. Por cierto ¿Cómo esta Maggie? ¿Acaban de regresar justo ahora?

Los repaso en busca de una señal, pero sus atuendos y rostros me dan un indicio de la situación.

—Maggie está bien Julia, fue una fiebre. El doctor dijo que pudo haber sido el inicio de una infección, le suministraron unos medicamentos y la dejaron en observación así que no eres la única que tuvo una pésima noche de sueño.

—¿Y ustedes? ¿Consiguieron dormir?

—Carmela y yo sí, Cedric se quedó con Maggie el resto de la noche —revela haciéndome añorar ese calor familiar de años anteriores.

El abuelo solía hacer lo mismo cuando estaba pequeña. Si Ben o yo enfermábamos se mantenía en vela toda la noche y terminaba debiendo dinero para conseguir un doctor que nos revisara. Contaba cuentos para que olvidáramos el dolor y estaba atento a cada momento. Para ese entonces mi padre apenas llegaba a casa y su comodín era el trabajo. Otra mentira.

Cedric es un hombre increíblemente paciente y considerado. Tratar con Magnus y su condición debe ser difícil, principalmente cuando este se ve abatido por algo más, sin contar, que cuidar de una bebé no es tarea fácil.

—Debería descansar un poco señor Allard —sugiero.

—Y lo hará —resalta Kate—. No quiero verte hasta la hora de la comida Allard, tienes que dormir —indica Kate—. Mientras iré a preparar algo para Maggie y Julia.

—Gracias Kate

—Por nada cariño —responde con una sonrisa honesta y camina en dirección de las escaleras.

Permanezco con el señor Allard y una duda se instala en mi cabeza.

—¿Se lo dirá? ¿Maggie...  —cuestiono con la mirada fija en mis pies.

—Él lo sabe Julia —responde directamente, sin necesidad de explicación —. Y te agradecería que por el momento no tocaras el tema. Finalmente estoy viendo mejorías en él y aunque me duela, preferiría que avanzáramos despacio y no creo que hablar de ella le haga bien.




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