La Redención de la Bestia

Capítulo 20: Infierno

MAGNUS

Una sinfonía de respiraciones agitadas, sollozos discretos y crujidos por los vidrios rotos fue lo único que nos dejaron esos hombres después de llevársela.

Julia.

Mi Julia… se la llevaron y no pude hacer absolutamente nada. La impotencia corre densa por mis venas mientras mi cuerpo todavía yace en el suelo de la sala. Escucho murmullos de voces desconocidas y el sollozo de una mujer. Cedric intenta recomponerse para actuar como se debe en una situación como esta.

—¿Se encuentran bien? —inquiere mientras se incorpora removiendo los pedazos de cristal de su pantalón—. ¿Nadie se ha hecho daño?

De reojo observo al niño que sigue atado de manos y al anciano cuyo rostro demuestra todas las emociones que intento contener en este momento.

Abandono mi letargo y me incorporo inmediatamente haciendo uso de todas mis fuerzas. Mis piernas no han recuperado la fuerza en su totalidad, pero eso no me impide hacer frente a las cadenas que me ataban y me impidieron liberar la rabia que se contiene en mi interior.

—¡Magnus! —jadea Cedric sorprendido cuando nota que ignoro la silla por completo para llegar a la puerta entre tambaleos y maldiciones—. ¡Magnus no es seguro todavía!

—¡Se la llevaron Cedric! —vocifero cuando me impide continuar con mi camino—. ¡Tengo que encontrarla!

—Magnus, no puedes involucrarte —responde con tono firme—. No te encuentras en las condiciones.

—¡Me importa un carajo! —resalto frustrado y consciente de que cada minuto aumenta la distancia entre ambos y disminuye las posibilidades—. ¡No voy a quedarme sentado!

—¡¿Que pretendes?! —espeta—. ¿Conducir? ¿Perseguirlos cuando apenas te puedes mantener en pie?

Fragmentos de la escena se repite en mi cabeza y lo único que hacen es alimentar la ira que me sobrelleva en es estos momentos.

—¿A dónde vas? —insiste cuando cambio de dirección al interior de la casa. Mi mirada recae sobre el niño que intenta deshacerse del nudo en sus manos.

—Son familia de Julia —afirmo y sucumbo al dolor que recorre mis músculos por el esfuerzo dejándome caer a un lado para deshacer los nudos que lo inmovilizan—. ¿Qué saben de esos hombres?

Son importantes para ella, lo sé, pero no es momento de introducciones ni palmadas en la espalda llenas de lamento. El tiempo corre y la necesidad por destruir todo a mi paso se levanta después de un sueño de años.

—No lo sé —susurra el niño con la mirada perdida.

—¿Quiénes son ustedes? —inquiere el hombre de cabello cano y postura encogida—. ¿Por qué Julia estaba aquí?

—Señor Julia trabaja aquí desde hace varios meses —responde Cedric con un tono adecuado y lo permito ya que lo único que amenaza con salir de mi boca son vivaces llamas con ansias de consumir.

—Pero… ella nos dijo que estaba trabajando en un hospital —balbucea angustiado el señor—. Debe haber un error.

—Lo lamento señor, pero esa es la verdad —afirma Cedric mientras ayuda a Kate a tomar asiento, esta última permanece en estado de shock —. No es el único al que le han ocultado cosas.

—No te atrevas Cedric —farfullo al notar el tono despectivo en su voz.

—Magnus nos puso en peligro a todos…

—¡Pero seguimos vivos y es gracias a ella! —interrumpo tajante y con respiración errática —. ¡Ella se entregó, por nosotros…

Cedric desvía la mirada ya que sabe que tengo la razón.

—Lo lamento tanto —la voz del abuelo de Julia se quiebra y el niño toma de inmediato lugar junto a el —. No comprendo del todo esto, pero por favor no miren mal a mi niña. Ella ya ha tenido suficiente.

—Abuelo debemos irnos —musita el niño, pero me interpongo en sus planes al plantarme con esfuerzo frente a ellos.

—Es desafortunado que tengamos que conocernos de esta manera —hablo captando la atención de ambos—. Pero necesito que me den toda la información que tengan de esos hombres, cada minuto cuenta, créanme.

—¿Quiénes son ustedes? —pregunta con cierta molestia el niño—. ¿Por qué tendrían que preocuparse por nosotros?

—Ben… —lo reprende su abuelo.

—Porque Julia es importante en esta casa  —respondo escueto —. Comprendo que estén confundidos pero señor Miller, realmente necesito cualquier información que tenga.

—Yo… yo no sé.

Suficiente.

—¡Magnus! —escucho a Cedric, pero no me detengo—. ¿A dónde vas ahora?

Con rapidez me movilizo entre tropiezos por el largo corredor del primer piso hasta llegar a la puerta escondida detrás de un falso empedrado que la hace pasar desapercibida a vista de cualquiera. Otra puerta de metal grueso y blindado esconde la habitación diseñada para ser impenetrable desde el exterior. Me sostengo de la estructura y mis puños impactan contra el frío metal de la puerta.

—Soy Magnus, abre la puerta—ordeno consciente y satisfecho de que me observa por la cámara ya que se tarda unos segundos en abrir.




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