La Redención de la Bestia

Capítulo 22: Perdida

JULIA

—¿Desea algo más señorita? —me pregunta la mujer de uniforme con clara preocupación.

—No, estoy bien —susurro débil y asustada—. Puedo hacerlo sola —aseguro al mismo tiempo que termino de limpiar la herida en mi brazo.

—En la maleta puede encontrar una crema para cicatrices —anuncia con suavidad. Asiento y elevo ligeramente la comisura de mis labios en una sonrisa. Desecho el ultimo trozo de algodón e intento ordenar el desastre, pero ella se adelanta. La dejo hacer y acercarse, es la única persona que ha demostrado siquiera una pizca de humanidad en este nefasto ambiente.

—¿Necesitara algo más? —inquiere con la maleta de primeros auxilios en la mano.

«Por supuesto que se la llevara, hay tijeras, jeringas y más cortopunzantes. Hans no es estúpido y no correrá riesgo alguno.»

Niego con la cabeza.

—Regresare a la hora del almuerzo —indica y con la otra mano toma el saco que contiene las sabanas manchadas con sangre —. Si necesita algo…

—Lo recuerdo —termino por ella, quiero estar sola.

Ella asiente y se retira en silencio, espero por el sonido de la cerradura indicando mi encierro hasta su llegada nuevamente, o la de Hans.

Instintivamente paso mi mano por la herida que ahora adorna mi brazo. Apenas tengo fuerzas, pero consigo llegar al espejo ubicado al otro lado de la habitación.

Debí callar. Sonreír y asentir a lo que sea que saliera de la boca de Hans, era mi única tarea, pero no pude cumplirla y como consecuencia mi brazo pago por cada segundo en que ese hombre me toco.

¡Carajo!

6 HORAS ATRAS

Falsedad, tonos altivos, cuerpos cubiertos con las más finas telas, cuellos y muñecas adornados con las piezas más exclusivas de las casas de joyería en el mundo. ¿Cómo lo sé? Simple, es el principal tema de conversación entre los peones, las cabecillas de las zonas que se mueven con cuidado alrededor de los verdaderos líderes, aquellos que no deben discutir ni alardear de sus posesiones porque no tienen necesidad. No se mezclan, ni charlan con los de abajo, pero comparten para mantener una ficticia paz y posibilidades de negocios.

Llevamos tres horas en la fiesta, mis pies olvidaron lo que era utilizar zapatos con tacón de aguja y mis mejillas duelen de tanto sonreír con inocencia y falso jubilo. Debo controlarme, intento retener las lágrimas que amenazan con escapar y los alaridos de ayuda que mi garganta ruega por dejar escapar. Lo había hecho antes, toda esta situación ya se había repetido, la única diferencia es que antes tenía un motivo y un sueño. Ese fue mi error, pensar que podría escapar.

Pese a que mi brazo se encuentra entrelazado con el de Hans, él es quien nos guía por el salón. Lleva un bastón que lejos de mostrarlo discapacitado, modifica su porte y aumenta su semblante lleno de poder, además no me sorprendería un arma encubierta en el instrumento.

La gente se abre paso y algunos inclinan la cabeza en señal de respeto a Hans, sin darme cuenta nos dirigimos al grupo de hombres ubicados en una zona custodiada por gigantescos hombres trajeados y seguramente armados. Teron, Ronald , Angelo y Francis los únicos con la posición para dirigirle la palabra y los hombres de confianza de Hans. Todos saludan con respeto y algunos ojos reparan en mi presencia, pero no me dirigen ninguna palabra. «No se atreven». Solo hay un hombre en el grupo con la autorización o el desequilibrio para tocarme y para mi gusto toca demasiado cuando sus dedos deslizan sobre la piel que expone mi vestido.

—Hermano —saluda Teron y este únicamente asiente con la cabeza como respuesta. Los ojos de Teron se detienen con diversión sobre mí. Cada centímetro de mi cuerpo tiembla debido a lo que aquel contacto puede hacer, para mi suerte Teron se aparta y Hans no lo percibe ya que comienza una discusión con los demás hombres.

Intento distraerme con cualquier cosa, escuchar sobre armas y asesinatos me hace recordar lo que sucedió hace algunos días en la mansión incrementando mi ansiedad por averiguar el paradero de Ben y el abuelo. Por otro lado, queda el asunto de Magnus y es que cada vez que me detengo a pensar en su rostro desconcertado un nudo se forma en mi garganta y la humedad se instala en mis ojos.

—¿No lo crees así Ava? —inquiere alguien sacándome de mis pensamientos. Inmediatamente Hans remueve su brazo para tomarme la mano disimuladamente, pero casi a la fuerza. No interrumpe por lo que asumo que debo responder.

—Disculpe no escuche… —intento excusarme.

—Que las demás deberían aprender de ti —interviene otro de ellos —. Se la pasan hablando en grupos y piensan que somos lo suficientemente estúpidos para no darnos cuenta.

—Lo lamento, no estoy entendiendo —murmuro.

—Tienes suerte Hans, encontrar una mujer lo suficientemente sumisa e inteligente —habla Francis —. Creo que es momento de hacerme cargo de la mía.

Por un momento mi cerebro intenta buscar el contexto y llego a una sola conclusión. Ellos no lo saben. No saben lo que le hice a Hans, solo Teron.

—Pero es su esposa… —olvido por completo mi deber y como resultado recibo un doloroso apretón que me lo recuerda.




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