La Redención de la Bestia

Capítulo 25: Rescate

MAGNUS

Hace unos años la irracional sed de venganza me llevo a cometer actos de los que hoy en día me arrepiento. Debido a mi incapacidad de ver más allá de mi objetivo, me lleve algunas vidas en el camino, incluyendo el afecto de la primera mujer cuyo calor fue la cura para mi gélido corazón hasta entonces.

Fui egoísta y goce de ese verano en sus brazos, aunque en mi cabeza martillaba la voz de mi padre diciéndome que no era más que un simple juego.

Un juego en el que perdí.

Y como en todo juego debía pagar un precio, uno que me dejo en la nada y con un corazón aún más frio que el que acarreaba antes.

Considere la causa perdida hasta que Julia apareció en mi habitación con un fuego capaz de derretir y eliminar cualquier rastro glacial en mi ser.

Al principio pensaba que era solo una molesta comezón, incluso llegue a pensar que era una maldita indigestión, pero no podía ser tan estúpido de nuevo.

Ella toleró cada una de mis quejas, dolores, insultos y caídas. Me respondía con ira, por supuesto, pero su coraje era por mi comportamiento, esa incesante y casi innata necesidad de cubrir mi frustración con enojo.

Quiero ofrecer algo mejor. Después de huirle a la muerte tantas veces solo pienso en aprovechar esta segunda oportunidad, solo espero que no sea demasiado tarde.

Dejo mis pensamientos a un lado cuando el frio metal de un arma reposa en mis manos. La cargo sin pensarlo, pero en ese instante Yakov me detiene.

—La utilizaras únicamente en caso de emergencia —explica mientras termina de ajustar su chaleco militar —. El operativo está organizado y tú tienes únicamente un rol.

—¿Me trajiste para esperar en la camioneta? —inquiero indignado.

—No —responde tajante—. Te traje porque tenemos diferentes objetivos. Les prometí encontrar a la enfermera y lo hare, pero ustedes deben hacerse responsables de ella, yo tengo un trabajo más complicado que incluye toda una jodida banda criminal así que escucha cada palabra, porque metes la pata de nuevo Magnus y te aseguro que en la iglesia no habrá suficiente espacio para los ataúdes.

—¿Y cuál es tu plan?

—El mío no es de tu incumbencia en su totalidad —continua mientras termina de posicionar las armas necesarias en sus pantalones y chaqueta—. Pero el tuyo es mucho más sencillo.

La falta de control y ausencia de información me están matando. Mi garganta lleva un tiempo con ardor debido a la necesidad de mandar a Yakov al demonio por su inminente afición de mantener todo en misterio.

Julia es el único motivo de mi autocontrol.

—¿Y cuál es mi plan? —interrogo hastiado.

—Nosotros entraremos primero, nos haremos cargo de cualquier amenaza primaria o guardias. Cuando se te indique entraras acompañado e iras por ella y es ahí donde surge el problema.

—¿De qué hablas?

—No sabemos con exactitud en donde la tienen encerrada. Tendrás un límite de tiempo para buscarla, durante ese tiempo se define el éxito o fracaso de la operación y en el caso del fracaso tendrás que salir de ahí, con o sin ella —culmina.

—Comprendo.

Abandonar ese sitio sin Julia no era una opción.

Me sorprendió que pese a mi condición quisiera incluirme, sin embargo, ignoraba que tendría que cuidar de la vida de ambos en el transcurso.

Aun si yo no lograba salir, pienso que podre irme en completa paz si ella consigue hacerlo.

—¿Cómo obtuviste la información?  —me invade la curiosidad.

Los hombres a nuestro alrededor comienzan a tomar posiciones en interior del camión. A juzgar por la expresión del resto, nos encontramos cerca del destino. Incluso olvido por un segundo la pregunta que acabo de realizar hasta que Yakov responde.

—Hans adora la seguridad, pero una buena fuente nos dio algunas pistas sobre su modo de operación en estos casos, así que pensamos atraparlo en su huida —responde rápido.

—¿Quién?

—No todas los ratas lograron huir del fuego —se burla—. No es tu asunto Allard, así que olvídalo.

La tensión se hace presente cuando el camión se detiene. Se escucha una conversación a lo lejos, hasta que el caos interrumpe.

De repente, el camión es azotado con ímpetu y es cuestión de tiempo para que el estridente y efímero sonido de las armas se haga presente. El latón de la bestia metálica resuena a medida avanzamos con velocidad.

—¡Ya saben que hacer! —anuncia Yakov a sus hombres y el equipo en nuestro camión es el último en bajar—. ¡Corden, Baritz, ustedes acompañaran a Allard! ¡Saldrán cuando yo lo indique! —. La puerta de metal es cerrada.

El sonido de los casquetes contra el suelo y el estruendo de la denotación se vuelve espeso hasta el punto de olvidar por completo lo que era el silencio.

Observo de reojo a los hombres frente a mí y estos se muestran impasibles y en posición.  

Sería absurdo decir que me estaba preparando mentalmente, porque no era así. Únicamente esperaba impaciente por la señal que me daría pase libre para ir por ella.




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