La Redención de la Bestia

Capítulo 27: Pequeños pasos

MAGNUS

—¿Magnus estas realmente seguro? —pregunta Kate con una expresión de preocupación.

—Estoy listo —aseguro.

—Está bien, en ese caso debes tomarla por debajo de los brazos y luego sostenerla con uno de tus brazos —explica mientras me pasa a Maggie hasta acomodarla de tal forma que pueda tomar su biberón—. De esa forma.

—¿No se caerá? —inquiero abrumado por el acontecimiento.

—Si la sostienes firme no —sentencia afirmando mi brazo con fuerza—. Ahora, algunas veces está cansada y no tendrá fuerzas para sostener el biberón, tú debes hacerlo.

—¿No se atragantará si se queda dormida?

—Se lo tienes que quitar cuando suceda —rueda los ojos aburrida—. ¿Qué acaso nunca cuidaste un niño?

—No me señales —se defiende Cedric—. Me mantuvieron alejados de ellos por un tiempo. Lo poco bueno que tiene es debido a mí.

—A mi padre solo le importaba el dinero. Mi madre —bufo—. La verdad ni la recuerdo.

Kate suspira frustrada y vigila mi posición. Maggie, por otro lado, es la única persona en la habitación llena de regocijo. Sus ojos no tienen lugar más que para mí y de alguna forma es reconfortante saber que mi propia hija todavía guarda cierto aprecio hacia su miserable padre, aun cuando fui un cobarde, y me rehusé a acercarme más de lo debido.

Justo ahora soy obligado a empezar una introducción en el cuidado de los niños, puesto que mi conocimiento es equivalente a un carajo, por lo visto.

—Ves, se está durmiendo —señala Kate —. Debes quitarle el biberón con cuidado.

Procedo y luego Kate, con extremo cuidado, la lleva a la cuna.

Uno de los motivos por los cuales me mantuve alejado de Maggie fue mi condición. Antes del accidente estaba dispuesto a hacer lo que sea, tomar a mi hija y marcharnos, sin embargo, los planes cambiaron. La incompetencia y frustración se convirtieron en ira y desagrado.

Me sentía incompleto, obsoleto. No podía cuidar de mi propia hija como era debido, por lo que me conformaba con observar como ella crecía alejada del calor paternal.

Todavía tengo dificultades con el andar y entre la empresa, Maggie y Julia, no encuentro tiempo para ir a fisioterapia.

Ya que Cedric y yo seguimos utilizando bastón, el de forma permanente y yo hasta que recupere mis fuerzas, Kate se hace cargo de movilizar a Maggie.

—Salgamos en silencio —enfatiza Kate.

Fuera de peligro Kate se aleja para regresar a sus labores. Por mi parte acompaño a mi tío a su oficina.

—¿Qué tal sigue Julia? —inquiere en el preciso momento que cierro la puerta.

—Bien, supongo —respondo tomando asiento—. Ben y su abuelo la acompañan por el momento, solo quedan tres días para que se marchen y quieren estar con ella la mayor cantidad de tiempo posible.

—Debe ser difícil para ellos —comenta Cedric mientras revisa el correo.

—No se me ocurre nada más, tal vez si todo regresa a la normalidad ella se adapte.

Cedric se quita sus gafas y sonríe para si mismo.

—Después de tantos años Magnus, tantos dolores de cabeza, regaños, consejos que ignoraste y un suplicio autoimpuesto, finalmente empiezas a actuar como un hombre —expone—. Estoy orgulloso de ti hijo.

Mi padre, no me molestare en hablar sobre él. Lo único que puedo añadir es que fui una marioneta que uso a su beneficio y antojo, mi madre, supongo que nos utilizó a mi hermana y a mí como boleto de lotería y luego se marchó. No tuve los mejores ejemplos y hasta ese momento, y aunque me cueste aceptarlo, Cedric es la única persona que me ha apoyado y defendido.

—¿Qué te pasa que ahora se te ocurre ponerte sentimental? —bufo incómodo.

—Solo quería decírtelo. Ahora manos a la obra, tenemos mucho trabajo que hacer —indica refiriéndose a la montaña de documentos y planos sobre el escritorio.

—Gracias tío —respondo con voz entrecortada y el comprende a que me refiero.

—¿Ahora tú te pondrás sentimental? —se burla.

Aprieto mis labios guardándome el insulto y me dispongo a empezar con las siguientes horas de trabajo.

Después de dos años retirado, parece que mi cerebro no se echó a perder como el resto de mi cuerpo. Analizo datos, cifras y ganancias. Descubro que mi tío ha mantenido el apellido Allard en el mundo de la construcción. No somos los magnates de hace unos años, pero Cedric ha llevado la empresa a un increíble ascenso.

—¿Cuándo me dejaras un proyecto? —inquiero dejando los últimos documentos en orden. Ha anochecido y debo acompañar a Julia durante la cena.

—Cuando me demuestres que todavía eres capaz —responde con la mirada fija en el computador.

—También es mi empresa —refuto.

—Entonces actúa como uno de sus trabajadores, asiste de ocho a seis para ejercer tu papel como dueño —responde con deje indignado.

—Sabes que no puedo hacerlo —digo refiriéndome a mis responsabilidades aquí y mi estado.




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