La Redención de la Bestia

Capítulo 29: Silencio

JULIA

Escape del infierno una vez, fui libre, aunque prisionera de mi misma. Poco tiempo transcurrió antes de regresar a ese sitio. ¿Ahora? ¿Qué me quedaba?

Ben y el abuelo se han marchado. Ambos han recuperado la normalidad en sus vidas y es lo único que puedo desear para ellos. Tranquilidad y cotidianidad. Suficiente conmigo misma para que el número aumente.

Los días transcurren monótonos. Desde mi último desliz me entregue a una nueva prisión, una donde me aseguro con cumplir la vieja ley impuesta por las sombras que todavía gozan y ríen a carcajadas por mi desgracia. Mis periodos en la lejanía se tornan cada vez más cortos, sin embargo, todavía siento sus ásperas manos impidiendo el paso del aire cuando pienso en pronunciar palabra alguna.

En determinados momentos la soledad me embriaga y me permito derramar lágrimas. Me despojo de mi tristeza, de la impotencia y peleas en mi cabeza. Debo batallar con las voces que acosan mi consciencia, ignoro sus maliciosas palabras, pero quiero que desaparezcan. Solo quiero silencio.

Durante el día, tengo breves minutos de descanso cuando Magnus presta su voz para sustituirlas. Desaparecen o son amortiguadas y puedo respirar. Cuando Magnus me ofreció su mano, en mi interior, sentí emoción, no obstante, no me sentía segura. De alguna forma, en ocasiones su sombra era distorsionada por mis traicioneros ojos convirtiéndose en los responsables de mis pesadillas.

Pero es todo lo contrario. Magnus, como el mismo lo ha mencionado, puede que haya tenido un comportamiento bestial e inhumano en el pasado, pero ahora es un hombre completamente diferente. El sería incapaz de hacerme daño.

Cuando me pide que regresemos a la habitación me niego rotundamente. No quiero dormir. Las voces volverán y martillarán mi cabeza. Le pido que lea, pese a la hora, el acepta y pronuncia las primeras líneas. El sueño se apodera de mí y me entrego a los brazos de Morfeo.

Despierto de un efímero sueño y descubro a Magnus dormido al borde la cama. Planeo despertarlo hasta que mi subconsciente me alarma sobre un hecho que había ignorado hasta entonces.

Las pesadillas. Desaparecieron.

Fue poco, pero esta vez solo hubo plena y silenciosa oscuridad.

Abandono la cama y busco en los cajones del mueble algo que pueda cubrir a Magnus del frío. Reanudo mi experimento, mi cuerpo se relaja y vuelvo a sumergirme en un extenso y pacifico sueño.

Despierto tarde.

No lo creo. Despierto tarde. Magnus…

Reviso y este se ha desvanecido. Me resta una cama vacía y sabanas desordenadas. La soledad me avasalla y mis ánimos son derribados. Realizo mi aseo en silencio. Las voces ahora se escuchan lejanas, pero todavía son audibles, por lo menos para mí.

Kate me sonríe como todas las mañanas y sirve el desayuno en silencio. Percibo un tercer plato. Posteriormente Kate ubica una silla y algunos juguetes en el suelo. Cuando menos lo espero, todo el caos, los fantasmas, las voces, son callados y encerrados en sepulcro cuando veo a Maggie entrar.

—Debo salir —avisa Kate—. Recupérate —se despide.

Poco después Magnus atraviesa la puerta y mientras comemos explica el significado de las visitas en mi habitación. Cojo valor y busco el gélido gris que solía estremecerme. Magnus clava sus ojos en mí y el invernal gris se ha esfumado para dar paso a una embriagante dulzura y calidez.

«Él no me hará daño. Estoy a salvo.»

Niego a su interrogante y continuo con mi desayuno. Siento como si después de infernales horas en una habitación oscura, finalmente hubiese descubierto una puerta, aquella que finalmente me llevaría al camino de libertad con el que llevo soñando por años.

Termino mis alimentos y me siento motivada a buscar sus ojos nuevamente, sin embargo, mi plan es interrumpido por Magnus. El hombre no se encuentra en sus cinco sentidos. Maggie esta acomodada en su regazo, pero no quita que pueda accidentarse si se desliza.

Me perdí de los ojos de Magnus, pero recibo los de Maggie en recompensa. Ella me sonríe y extiende sus brazos ofreciéndome un espacio para cargarla.

Su inocencia y su desmedida felicidad es como un bálsamo que alivia y adormece el dolor que me agobia. Sin dudarlo, la tomo en mis brazos sin que Magnus perciba ausencia alguna. Se encuentra realmente cansado y las sombras negras debajo de sus ojos lo confirman. Su sueño es profundo y no deseo despertarlo.

Me enfoco en la pequeña de risos dorados y la incomodidad propia de su edad. Maggie busca con movimientos genéticos y apresurado un algo hasta que lo localiza y mantiene su vista fija. Los juguetes. Para evitar cualquier accidente nos ubicó en el suelo frente a la ventana, ella se desenvuelve con fluidez y me invita a formar parte de su mundo imaginario.

Los balbuceos y sonidos abrigan mis oídos de los susurros de los fantasmas. Inmersa en Maggie y su juego, descuido los pasos preocupados de Magnus hasta que nuestras miradas chocan. Me obligo a sostener su mirada. Sus vivaces ojos me recorren y me convenzo que bajo su mirada nunca me encontrare desprotegida.

Las recidivas de su sueño se hacen evidentes en su andar y la forma en que sus parpados caen al pestañear. Debido a mis manías nocturnas y el cuidado de Maggie, Magnus ha tenido que sacrificar varias noches de sueño. Quiere acercarse, pero lo detengo.




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