Cuando llegaron a la puerta de la habitación, Álex se quedó quieta frente a ella ¿Seguro que era sensato entrar?
—¿Pasa algo?—preguntó René que sí estaba dentro.
—No estoy muy convencida de que sea buena idea…
—¿Por qué? Es igual que si siguiéramos en el jardín, en el hall o en la calle.
—Sí, ya lo sé, es que…
—Ok—el joven salió y se quedó a su lado—Entrá vos, yo me voy—iba de camino al ascensor cuando sintió como una mano menuda y helada, tiraba de él.
—Perdón, a veces soy rematadamente tonta—él no dijo nada, se dejó llevar hasta que entraron y cerraron la puerta—Gracias por dejar que me quede.
—Gracias a vos por querer quedarte—se alejó de ella y se detuvo frente al ventanal que ofrecía unas hermosas vistas de la ciudad—No pidas perdón, a mí no—carraspeó y se giró para poder verla—Podés ponerte cómoda, como si fuera tu propia habitación.
—Tampoco quiero abusar—se sentó en el cómodo sillón que había junto a la cama—El único deseo que tengo ahora mismo es deshacerme de esta tortura—se quitó los zapatos y estiró poco a poco todos sus dedos mientras el guardameta no perdía detalle—¿Qué? Mis deseos son fáciles de cumplir.
—¿Por qué seguís usándolos? ¿No fuiste vos la que un día me dijo que no debía usar nada con lo que no me sintiera a gusto?—le recordó.
—La cosa es que sí me gustan…pero me matan.
—A mí me pasa eso también… Lo que me gusta, a veces me hace sufrir—René deseaba que captara la indirecta—Me gustaría que respondieras una pregunta… Si Jaime y vos sólo son amigos ¿Por qué razón compartían habitación?—esperaba que no fuera cobarde y respondiera con sinceridad.
—Somos, o más bien, éramos amigos hasta esta noche—se levantó y se recogió el vestido porque sin zapatos le arrastraba—Pero a veces había excepciones en esa amistad… Puedes imaginarte cuáles eran esas excepciones…—no estaba orgullosa de eso, pero necesitaba que él lo supiera a ver si así se enfadaba con ella, necesitaba que lo hiciera.
—¿Se acostaban?—quiso usar un tono de voz neutral y casi lo consiguió.
—Sí—respondió mirándolo a los ojos—Por eso nos dieron una habitación para los dos.
—¿Por qué? ¿Te gusta? ¿Lo amás?—había perdido toda su tranquilidad de golpe.
—No—su respuesta fue clara y concisa—Y no pienso darte explicaciones de por qué lo hacía, no te debo nada.
—Lo sé…—suspiró hondo—Pero me gustaría saberlo.
—¿Acaso tú alguna vez has tenido que darme a mí alguna explicación de con quién te acostabas cuando se suponía que eras mi marido? ¿No verdad?
—¡Porque a vos jamás te importó!—era la primera vez que le levantaba la voz y Álex retrocedió un par de pasos.
—¡Exactamente! Ni a ti tampoco debería importarte, obviamente.
—¡Si vos supieras lo equivocada que estás…!—se sentó en la cama derrotado dándole la espalda a la muchacha—Por supuesto que me importa… Me importó la tarde que me lo crucé en la puerta de mi casa y me importa ahora… ¿Querés saber por qué?—se levantó de golpe y la enfrentó, había llegado el momento.
—No René, no quiero saberlo…—porque acababa de encajar todas las piezas del rompecabezas y no estaba preparada para que se lo corroborara. Agarró sus zapatos para irse de la habitación.
—Ahora no podés ser tan cobarde como para irte—puso una mano sobre la puerta impidiendo que saliera—Te vas a quedar y me vas a escuchar ¿Ok?
—¡No! ¡No quiero escucharte! ¡Quiero irme!—intentó empujarlo para apartarlo de la puerta y lo único que consiguió fue hacerlo reír.
—De momento, eso no se va a poder—Álex estaba de espaldas a la puerta y René seguía sujetándola al mismo tiempo que miraba a esos ojos aterrorizados por haber descubierto su mayor secreto—Hace algunos años conocí a una muchachita gruñona y malhumorada a la que yo no le caía nada bien.
—No sé a qué estás jugando…—susurró, era incapaz de alzar la voz.
—Shh…—puso un dedo sobre sus labios—Te estoy contando una historia hermosa y dolorosa en ocasiones, de esas que a vos tanto te gustan—lentamente retiró el dedo de sus labios y ella guardó silencio—Al principio tampoco era mi persona favorita del planeta… Por circunstancias de la vida, y de un negocito, terminamos casados y compartiendo casa. En esa época, a mí esa muchachita ya no me caía tan mal porque descubrí que era tan humana como cualquiera, por mucho que quisiera ser Superwoman.
—Yo no quería ser Superwoman…
—Ella ocultaba un corazón enorme bajo esa adorable fachada de femme fatal. Yo sólo quería ser su amigo nada más, y cuando pensaba que lo estaba consiguiendo, me desterró lejos durante más de dos años. Y yo me preguntaba ¿Qué hay mal en mí para que no me quiera ni de amigo? ¿Qué hice mal? Me lo pregunté durante mucho tiempo hasta que un día, dejé de hacerlo.
—No hiciste nada malo y mucho menos había nada mal en ti—confesó sin apenas mirarlo—Ya te dije por qué pensaba así.
—Lo sé…—acarició su mejilla y Álex dejó de respirar por un momento—Un día mi familia llegó y todo se puso patas arriba en la vida de la muchachita. Al principio huía de todos, como un ratoncito asustado, pero gracias a una desubicada llamada Mía, un nene que la adoró desde que la conoció y una mamá gallina, comenzó a abrirse, a ser ella misma, a sonreír… Bajó la guardia y los encandiló a todos con su humildad, su bondad y su cariño…